lunes, 11 de febrero de 2019

CAP III. LA ACTIVIDAD LIBERADORA DE JESÚS. C) LA PRAXIS LIBERADORA. 7. El pecado.

Pero la liberación que realiza Jesús afecta a una esfera aún más profunda, la del pecado, es decir, a la de la ruptura ancestral del hombre con Dios.

En la sociedad de Jesús se concebía el pecado como la transgresión de la voluntad divina, expresada sin discusión en la Ley de Moisés. Esta concepción del pecado tenía su origen en la idea de Dios como un soberano que, a través de sus preceptos, imponía su voluntad a sus súbditos.

Al establecer Jesús una nueva relación entre Dios y el hombre, que no es la de Soberano-súbdito, sino la de Padre-hijo, tiene que cambiar necesariamente el concepto de pecado.

Ya Juan Bautista, reanudando la predicción profética (cf. Is 1,17s ISAÍAS. CAPÍTULO 1.), identifica <<los pecados>> con las injusticias contra el prójimo; <<pecados>> serían las transgresiones de un mandamiento particular, el de <<amarás a tu prójimo como a ti mismo>> (Lv 19,18 LEVÍTICO. CAPÍTULO 19.). La enmienda que Juan propone, de la que es señal el bautismo con agua (Mc 1,4  ), consiste precisamente en un cambio de actitud que lleva a una conducta justa con los demás. Jesús hace suya la exhortación del Bautista, poniéndola como condición para hacer posible el reinado de Dios (Mc 1,15 ). En este estadio preliminar se descubre que la raíz del pecado está en la actitud que conduce a actuar injustamente, creando relaciones dañosas para el hombre y deteriorando la convivencia humana.

Evidentemente, la adhesión a Jesús, que orienta la vida hacia la fidelidad a Dios y al hombre, pone a fin a esa actitud de <<pecado>> (Mc 2,5  ); dentro de la comunidad de Jesús pueden existir fallos, faltas, culpas, tropiezos en el camino elegido (Mt 6,12  ; Mc 11,25 ; Lc 11,4  ), pero, si se produjera un cambio de orientación que apartara de ese camino, el individuo o la comunidad misma dejaría de ser cristiana. De ahí que el Nuevo Testamento nunca llame a los cristianos <<pecadores>>, sino <<santos>> o <<consagrados>> (Rom 1,7 ; 1 Cor 1,2  ; 6,1 ; 14,33  ; 2 Cor 1,1 ; 13,12 , etc.), porque, por el Espíritu que han recibido (consagración), se mantienen fundamentalmente fieles a Dios procurando el bien de los hombres.

La nueva relación Padre-hijo entre Dios y el hombre, a la que invita Jesús, presenta a Dios como principio de vida y amor que se comunica al hombre, y a éste como destinado a asemejarse cada vez más a Dios su padre. En esta perspectiva, Dios no se impone al hombre desde fuera, como era el caso del Dios de la Ley, sino que la potencia desde dentro. El designio de Dios no se expresa ya con mandamientos externos, ajenos al hombre mismo, sino exaltando la aspiración congénita del hombre hacia su propia plenitud; la meta de esa plenitud es la perfecta semejanza con el Padre (Mt 5,48  ), que asimila a la condición divina de Jesús, el Hijo. El designio de Dios coincide así con el ansia profunda del ser humano. En consecuencia, para Jesús el pecado consiste en impedir de la manera que sea la realización del designio divino, la plenitud humana.

Es precisamente el Evangelio de Juan EVANGELIO DE JUAN. ÍNDICE. el que enfoca <<el pecado>> desde esta perspectiva más profunda, la del proyecto de Dios. Está en la línea del <<pecado>> todo lo que impide el pleno desarrollo del hombre: el egoísmo, la opresión, el hambre, la ignorancia, la privación de la libertad; en una palabra: la represión de la vida (Jn 1,4 PRÓLOGO 1,1-18). 

Habla Juan de <<el pecado del mundo>>, o sea, de la humanidad (1,29  ). Este pecado universal es una opción que frustra el proyecto de Dios sobre los hombres; se concreta en la adhesión a los falsos valores que privan al hombre de vida, históricamente encarnados en los sistemas sociales o religiosos. El pecado del opresor consiste en imponer esos valores (<<la tiniebla>>), Jn 1,5; 3,19 ); el del oprimido, en aceptarlos, renunciando a la plenitud de vida. La sociedad injusta exige sometimiento, y los hombres abdican de su libertad; propone como valores supremos el dinero y el poder, y los hombres hacen suyos esos valores, asimilando su conducta a la injusticia del sistema que sufren; inculca una ideología que justifica la opresión que ejerce, y el oprimido la acepta, impidiendo su posibilidad de desarrollo.

Jesús libera a la humanidad de este pecado comunicando una experiencia de vida y libertad (el Espíritu, Jn 1,32s), que, al revelar al hombre el valor supremo de la vida misma, lo desengaña de todas las ideologías que la coartan y lo estimula a alcanzar su propia plenitud, desarrollando hasta el máximo su capacidad de amar.

De hecho, los relatos evangélicos de curación muestran de manera figurada la liberación del <<pecado>> (entendido éste en el sentido profundo de privación de vida), que ofrece y realiza la palabra/mensaje de Jesús. Las órdenes que da Jesús a enfermos e impedidos (<<levántate>>, <<echa a andar>>, <<extiende el brazo>>, <<carga con tu camilla>>, <<queda limpio>>, etc.) expresan una invitación a que superen los obstáculos que impiden su desarrollo humano (la falta de libertad e iniciativa, la dependencia, la ceguera/incomprensión, la Ley opresora, la marginación, etc.); es decir, abren al hombre la posibilidad de salir de su situación, voluntaria o involuntaria, de pecado/muerte. La respuesta positiva a esas órdenes confiere o devuelve al hombre las facultades mermadas o atrofiadas por haber asumido los falsos valores del sistema, y lo restaura en su condición de persona; sale así de su situación de pecado y queda abierto para él el horizonte de su plena realización.

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