lunes, 11 de febrero de 2019

CAP III. LA ACTIVIDAD LIBERADORA DE JESÚS. C) LA PRAXIS LIBERADORA. 8. La muerte.

En relación con la liberación del pecado se encuentra la liberación de la muerte, que en el Nuevo Testamento se concibe, desde el punto de vista teológico, como consecuencia del pecado (Jn 8,21.24 ; Rom 6 ; cf. Gn 2,17 GÉNESIS. CAPÍTULO 2.). La muerte aparece así como resultado de la obstinación del hombre que, traicionándose a sí mismo, se niega a realizarse conforme al designio de Dios. Este designio ofrece y garantiza la plenitud de vida; desentenderse de él significa renunciar a la vida y abrazar la muerte.

Ahora bien, la muerte puede concebirse de dos maneras:

a) Como muerte en vida, la de todo hombre que en su existencia se deja atrapar por los falsos valores de un sistema opresor, renunciando al ejercicio de su libertad y al despliegue de su capacidad de amar, y

b) Como muerte física, la que pone fin al proceso biológico del hombre.



a) Con relación a la primera, la muerte en vida, de nuevo los relatos evangélicos de curación nos muestran a la persona de Jesús y a su mensaje como liberación de aquellos que, por causa de situaciones de <<pecado>>, se encuentran paralizados o impedidos en su proceso de crecimiento personal y pueden ser considerados como <<muertos en vida>>. Por su parte, los relatos de resurrección de la hija de Jairo (Mc 5,35-6,1 par.   ) y del hijo de la viuda de Naín (Lc 7,11-17 ), personajes representativos del pueblo, expresan la alternativa de vida que ofrece Jesús a los que, por la opresión que ejerce el sistema religioso-legal, han llegado a una situación límite, descrita como estado de muerte, y se encuentran sin horizonte vital alguno.

La situación de muerte del pueblo y el ofrecimiento de vida que le hace Jesús están tipificados, en el Evangelio de Juan, en la curación del inválido de la piscina (Jn 5,1ss ). El individuo, representante de la multitud del pueblo enfermo (5,3), se encuentra reducido a la invalidez por su propia opción (su pecado, cf. 5,14 ) a favor de los valores propuestos por el sistema / Ley judía. Este pueblo ha puesto su esperanza en las revueltas populares (5,7: el agua de la piscina que se remueve de vez en cuando), que inspiradas por una violencia del mismo género que la que ejerce el sistema injusto, acabarían, si triunfasen, reproduciéndola.

Jesús le ofrece la curación, que realiza infundiéndole su fuerza y dándole vida (Espíritu); éstas permiten al hombre/pueblo ponerse en pie sin ayuda y seguir su propio camino, es decir, salir de la situación de muerte en que se halla y encontrar su libertad. Al mandarle que cargue con su camilla (5,8s), Jesús lo exhorta a independizarse de la obligación (el precepto del descanso festivo) impuesta por el sistema religioso opresor, a no reconocer su autoridad. El sometimiento a la ideología religiosa oficial lo había llevado al estado de muerte descrito como parálisis. Jesús lo invita, pues, a romper con esa ideología optando por los valores contrarios a ella. La mala opción de antes ha de ser neutralizada por la opción contraria.

El hombre no comprende el alcance de la ruptura que Jesús le propone. El evangelista hace notar esto al señalar que más tarde Jesús lo encontró <<en el templo>>, centro de la institución opresora (5,14). El individuo / pueblo no se ha dado cuenta de que era su adhesión a ese templo / institución la que lo había privado de vida. Jesús le advierte que <<no vuelva a pecar>> (5,14), es decir, que no vuelva a integrarse en el sistema, pues podría recaer, ya sin remedio, en su situación anterior, para acabar en la muerte definitiva.

Un caso diferente propone Juan en el episodio del ciego de nacimiento. Se trata de un muerto en vida sin culpa propia (9,3 ), de un hombre que siempre ha vivido dentro de un sistema opresor, por no haber descubierto otra posibilidad: la ideología del sistema (<<la tiniebla>>) le ha impedido siempre reconocer (9,1: <<ciego de nacimiento>>) lo que significa ser persona. Su situación se describe como inmovilidad, miseria y dependencia (9,8: <<sentado>>, <<mendigo>>). En este individuo, cuyo estado no ha procedido de ninguna opción personal, sino de su mera situación social, Jesús despierta el deseo vital adormecido, haciéndole ver las posibilidades del hombre (9,6; el <<barro>> / hombre aplicado en los ojos); pone ante su vista la meta del desarrollo humano, alcanzada en Jesús mismo (9,35-39  ). 

El hombre que descubre estas posibilidades es capaz de resistir a toda presión y de oponer su experiencia vital a los argumentos propuestos por los doctores de la teología legalista (9,13-34 ) Se ha hecho <<mayor de edad>> (9,21-23).

Como puede verse, la adhesión a Jesús y a su mensaje va haciendo pasar a los hombres de la muerte a la vida (Jn 5,24 )

b) La última esclavitud del hombre y su angustia radica en la sujeción a la muerte física, que amenaza con destruir su proyecto vital. También de esta esclavitud libera Jesús, según lo escenifica el episodio de la resurrección de Lázaro (Jn 11,1-44   . .).

Aparece en Juan una comunidad de amigos / discípulos de Jesús, representada por tres personajes (11,1.5: Lázaro, María y Marta) y anclada aún en las categorías del judaísmo. El hecho de la muerte le resulta inexplicable y no encuentra consuelo; esperaba que la acción de Jesús alejase indefinidamente la muerte física (11,21.32). En el episodio, Juan explica la naturaleza de la salvación que trae Jesús: no se trata de evitar la muerte física, sino de dar una calidad de vida que supere esa muerte.

Juan expone esto contrastando la obra de Jesús con la mentalidad judía que posee a las hermanas y que se manifiesta con los rasgos siguientes: el llanto de María por la muerte del hermano es el mismo de los judíos que no han dado la adhesión a Jesús (11,33); han colocado el cadáver en un sepulcro-cueva como el de los antiguos patriarcas (11,38; cf. Gn 49,29-32 GÉNESIS. CAPÍTULO 49.; 50,13 GÉNESIS. CAPÍTULO 50.), creyendo que la muerte es el fin de todo; han puesto una losa en la puerta del sepulcro (11,38), cerrando al muerto toda esperanza inmediata de vida. Marta menciona los <<cuatro días>> y el hedor del cadáver (11,39), considerando la situación irreversible; han atado los brazos y las piernas del difunto (11,44), indicando con ello la privación de actividad y movimiento que atribuyen a la muerte; le han cubierto la cara con un sudario, significando la pérdida de la identidad personal. Ante la tragedia de la muerte no tienen otro refugio que la vaga esperanza de una resurrección final, como lo profesaba la doctrina farisea (11,24).

Jesús, en cambio, compara la muerte de Lázaro al sueño (11,11), indicando que, a pesar de las apariencias, la vida no se ha interrumpido; el llanto de Jesús es diferente (11,35), muestra la pena por la ausencia física del amigo, pero excluye toda desesperanza; ordena que le quiten la losa (11,39), dejando libre el acceso a la vida (11,43); manda que suelten las ataduras que han puesto a Lázaro, para que pueda <<marcharse>> (11,44) con el Padre; y opone a la vaga esperanza de una resurrección futura la garantía de vida permanente que da la adhesión a su persona. Él es la resurrección y la vida (11,25s).

Con este lenguaje figurado quiere mostrar el evangelista que una comunidad cristiana desesperanzada ante la muerte no ha comprendido la clase de vida que comunica Jesús.

A este respecto, un dato del Evangelio de Juan podría desorientar. Jesús habla en él de la resurrección que va a realizar <<el último día>> (6,39s ). Sin embargo, no hay que confundir esta resurrección con la que esperaba el judaísmo al fin de los tiempos; para Juan, <<el último día>> es el que la muerte de Jesús (7,37-39   ); ésta libera el amor / vida (el Espíritu) contenido en Jesús y lo comunica a los hombres (19,34 ; el agua del costado ). La comunicación del Espíritu, vida de Dios mismo, hace que el hombre supere la barrera de la muerte. Así lo expresa Jesús en el mismo evangelio cuando afirma: <<Quien cumpla mi mensaje no sabrá nunca lo que es morir>> (8,51 ). 

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