lunes, 12 de agosto de 2019

ÍNDICE: EL HORIZONTE HUMANO.

CAP VII. LA MISIÓN DE LA COMUNIDAD. 7 Diversos enfoques de la misión.

La diferente concepción teológica de la comunidad cristiana en Marcos, Mateo, Lucas y Juan muestra diversidad de enfoques respecto a la misión. Determinar la concepción de cada evangelista puede ayudar a reflexionar sobre el enfoque de la misión en nuestros días.

Para Marcos, la comunidad cristiana está constituida por dos grupos bien diferenciados: 1) los que provienen de la tradición religioso-política de Israel, a los que llama <<discípulos>> (cf. Is 54,13), y que, en cuanto constituyen el Israel mesiánico, están representados por <<los Doce>>, y 2) los que no provienen de esa tradición, sean judíos de raza o pertenezcan a otros pueblos. A estos seguidores de Jesús, Marcos no los llama discípulos, y como no tienen rasgos tradicionales comunes, no reciben un nombre determinado. Se les designa como <<los que estaban en torno a él>> (Mc 4,10), o, en ciertos contextos, como <<multitud>> (3,32; 5,24b; 7,14; 9,25).

A esta distinción de dos grupos dentro de la comunidad corresponde una de las formulaciones de los primeros siglos cristianos que distinguía entre Ecclesia ex circumcisione (la Iglesia que procede de la circuncisión, es decir, del judaísmo) y Ecclesia ex gentibus (la que procede de los paganos).

Pero lo más interesante es que Marcos, como consecuencia de la distinción que ha hecho, distingue también dos manera de hablar de Jesús. Cuando su auditorio está compuesto de judíos, sean o no discípulos, usa categoría judías, para ellos fácilmente inteligibles; les habla así del Mesías (9,41; 12,35; 13,21), de la resurrección (8,31; 9,9s.31; 10,34; 12,23.25), del bautismo (10,38s; 11,30), de la alianza (14,24) o cita explícitamente textos del Antiguo Testamento (2,25; 7,6; 12,10.29-31.36). En cambio, cuando se dirige a los dos grupos juntos, omite los términos pertenecientes a la tradición judía y emplea otros, comunes a cualquier cultura, como <<el Hombre / el Hijo del hombre>> (8,38), <<poner a salvo la vida>> (8,35), <<seguirlo>> (8,34). En una ocasión, en 4,12, usa ante ambos grupos un texto de Isaías (Is 6,9s), pero sin citar su origen; el texto, por otra parte, no tiene un contenido específicamente judíos, es inteligible en cualquier contexto cultural.

En el episodio de Mc 7,1-15, cuando Jesús discute con letrados y fariseos sobre usanzas tocantes a la pureza legal (7,1-13), están presentes únicamente los discípulos; sólo una vez terminada la discusión convoca Jesús a <<la multitud>> (7,14), es decir, a sus otros seguidores, para, juntamente con los discípulos, escuchen el principio que determina lo puro y lo impuro para la humanidad entera (7,15: <<Nada que entra de fuera puede manchar al hombre; no, lo que sale de dentro es lo que mancha al hombre>>). Las prácticas judías, que crean problema con el grupo de discípulos, no interesan a los seguidores que no pertenecen a Israel. Desde el punto de vista religioso-cultural Jesús mantiene independientes a los dos grupos.

Tampoco se hallan presenten los no israelitas cuando Jesús pregunta a sus discípulos sobre su propia identidad. La sociedad judía identificaba a Jesús con personajes de su tradición (Mc 8,28: Juan Bautista, Elías, uno de los profetas). El mismo Pedro, en su declaración (8,29), lo define como <<el Mesías>>, término perteneciente al legado ideológico de Israel. La ausencia en esta escena del grupo no israelita muestra su independencia respecto al pasado de Israel y al grupo de <<los discípulos>>.

Lo mismo sucede cuando Jesús predice el destino del Hombre y Pedro manifiesta su oposición a tal programa (8,31-33). El grupo no israelita está ausente, pero, de nuevo bajo la designación <<la multitud>>, es convocado juntamente con los discípulos, para escuchar las condiciones del seguimiento comunes a todos (8,34: <<Si uno quiere venirse conmigo, que reniegue de sí mismo, que cargue con su cruz y entonces me siga>>).

Es decir, para Marcos, los cristianos que proceden del paganismo no tienen que insertarse en la cultura religiosa judía. El punto de partida para la predicación de la buena noticia en el mundo entero (14,9) es la persona de Jesús, empleando para exponer su doctrina y actividad términos pertenecientes a las diversas culturas, sin particular referencia a la judía.

Lucas, por su parte está muy cerca de Marcos. Como él, distingue en la comunidad cristiana dos grupos, representados en el evangelio por <<los Doce>> (6,13), los que proceden del judaísmo, y <<los Setenta>> (10,1), que no proceden de él (<<setenta>> era, según se creía, el número de las naciones del mundo). A diferencia de Marcos, Lucas aplica la denominación <<discípulos>> a los miembros de los dos grupos (6,13: <<Cuando se hizo de día llamó a sus discípulos [de cualquier procedencia], eligió a doce de ellos [representación de los de procedencia israelita]...).

En los Hechos, segunda parte de su obra, también pone Lucas en paralelo dos grupos, el de los Doce (Hch 6,2) y el de los Siete (Hch 6,3-5). En consonancia con la llamada universal a la humanidad sin pasar por Israel, la genealogía que inserta Lucas y que la gente atribuye a Jesús (Lc 3,23-28: <<se pensaba que era hijo de José, etc.>>) llega hasta el primer hombre, Adán, y hasta Dios que lo creó. De hecho, para Lucas, Jesús Mesías no es el principio del nuevo Israel, sino el nuevo Adán, que da comienzo a la humanidad nueva. Por eso la misión será un testimonio sobre la persona de Jesús (Hch 1,8: <<Seréis testigos míos>>).

Mateo, por el contrario, hace de la comunidad cristiana un solo grupo, el nuevo Israel. La ve como el cumplimiento de las promesas hechas a Abrahán de que sería padre de muchos pueblos, de que con su nombre se bendecirían todas las naciones de la tierra, y de que su descendencia sería innumerable como las estrellas del cielo y la arena del mar (Gn 17,4s; 18,18; 22,17s). Para Mateo, el Israel definitivo estaría formado, por tanto, por hombres de todas las naciones, que, a través del Mesías Jesús, constituirían la descendencia de Abrahán. Según esta concepción, la comunidad hereda el patrimonio religioso de Israel y puede expresar su fe usando categorías o un vocabulario tomado del Antiguo Testamento. De ahí la abundancia de citas bíblicas en Mateo.

La diferencia de concepción entre Marcos y Lucas por una parte y Mateo por otra es bien visible en el nombre atribuido al recaudador que Jesús llama a seguirlo. En Marcos y Lucas recibe el nombre de Leví (Mc 2,14: Lc 5,27); en Mateo, el de Mateo (Mt 9,9). De esto modo, en Marcos y Lucas, Leví, primer representante de los excluidos de la institución judía, no aparece en la lista de los Doce, expresión del nuevo Israel (Mc 3,16-19; Lc 6,14-16), sino que preludia la formación del grupo de seguidores no israelitas. En Mateo, en cambio, para quien todos los seguidores, israelitas o no, forman el nuevo Israel, el recaudador Mateo figura en la lista de los Doce (Mt 10,3).

Por eso también puede usar Mateo la expresión <<sus doce discípulos>> (10,1: <<Y llamando a sus doce discípulos>>; 11,1: <<Cuando terminó de dar instrucciones a sus doce discípulos>>); no quiere decir con ella que el número de discípulos de Jesús se limitase a doce, sino que todos los discípulos están incluidos en la cifra simbólica <<doce>>, que, aludiendo a las antiguas doce tribus, denota el nuevo Israel.

Paralelamente, en la escena final del evangelio (Mt 28,16ss) aparecen los Once discípulos (el Israel mesiánico, incompleto por la defección del Israel histórico), a quienes se confía la misión universal (28,19: <<haced discípulos de todas las naciones>>).

Para Juan, finalmente, que no propone la lista de los Doce, este número representa a la comunidad cristiana en cuanto heredera de un pasado; serán, en cambio, siete discípulos (21,2) los que emprendan la misión universal (la pesca).

Como puede apreciarse, cada evangelista ve la Iglesia o comunidad cristiana de un modo diferente, según el ambiente en que escribe y la experiencia de su propia comunidad. Puede pensarse que la concepción de Mateo responde a una situación de acoso por parte de grupos judíos que acusaban a la comunidad de Mateo, muchos de cuyos miembros procedían del judaísmo, de haber traicionado la causa de Israel y el plan de Dios al admitir paganos y ponerse en pie de igualdad con ellos.

En nuestro tiempo, las comunidades cristianas se encuentran en contacto con una sociedad muy plural. Por una parte, muchos de sus miembros proceden de un cristianismo sociológico y están acostumbrados al lenguaje y categorías religiosas. Por otra parte, sin embargo, existe una gran cantidad de gente, especialmente joven, que no ha tenido formación religiosa. Son los neopaganos.

Las comunidades tienen que preguntarse si con estos últimos han de adoptar la concepción de Mateo y exponer el mensaje en las categorías y con el vocabulario religioso tradicionales, fundamentando además el hecho de Jesús en la historia de Israel, o bien, como Marcos, comenzar con Jesús y utilizar para exponer su mensaje un lenguaje más actual; solamente en cuanto lo exija la comprensión de ciertos hechos habría que recurrir a la antigua tradición judía.

También Lucas, que enfoca la figura de Jesús como el iniciador de una humanidad nueva, deja en la sombra la prehistoria del cristianismo. De hecho, hasta que la comunidad no se independiza de sus raíces judías, no viene considerada como <<cristiana>> (Hch 11,26: <<Fue en Antioquía [capital pagana] donde por primera vez los discípulos fueron llamados cristianos>>).

El problema actual recuerda el de la comunidad primitiva. Los creyentes de Jerusalén, fanáticos de la religión judía, exigían que los paganos que deseaban ser cristianos tuvieran que someterse como paso previo a los ritos judíos y a la ley de Moisés (Hch 11,2, reproche a Pedro; 15,5; 21,20s).

Cuando Pedro, finalmente, alcanza su liberación, saliendo de la prisión y abandonando la expectación nacionalista judía (12,5-11), no vuelve a la comunidad oficial, la de Santiago, de tendencia farisea, sino a la de Juan Marcos, la que es fiel al evangelio (12,12-17). Fue el mismo Pedro quien en el concilio de Jerusalén, defendió con toda claridad la igualdad de los creyentes procedentes del paganismo, excluyendo que tuvieran que someterse a la ley judía (Hch 15,9-10: <<[Dios] no ha hecho distinción alguna entre ellos [los paganos] y nosotros [los judíos]... ¿Por qué, entonces, provocáis a Dios ahora imponiendo a esos discípulos un yugo que ni nuestros padres ni nosotros hemos tenido fuerza para soportar?>>).

CAP VII. LA MISIÓN DE LA COMUNIDAD. 6 Actitudes para la misión.

En los evangelios sinópticos, Marcos, Mateo y Lucas, Jesús señala detalladamente las actitudes necesarias para que la misión refleje el mensaje que se anuncia. Los discípulos han de presentarse como gente sencilla y humilde, con exclusión de toda superioridad. Su carencia de bienes materiales muestra su confianza en la solidaridad de los hombres (Mc 6,8s: <<Les prohibió coger nada para el camino, sólo un bastón: ni pan, ni alforja, ni dinero en la faja>>). Tienen fe en la humanidad. En su actividad, no buscan el propio beneficio (Mt 10,8: <<De balde lo recibisteis, dadlo de balde>>).

Si les ofrecen alojamiento, no han de ser delicados ni buscar lo mejor (Mc 6,10: <<Cuando en algún sitio os alojéis en una casa, quedaos en ella hasta que os vayáis del lugar>>). Ningún tabú religioso ni cultural relativo a la comida ha de distanciarlos de los que los acogen (Lc 10,8:<<Si entráis en una casa y os reciben bien, comed de lo que os pongan>>).

Como se ve, en las instrucciones para la misión Jesús propone una actitud, un espíritu con el que ha de llevarse a cabo. No instruye a los suyos sobre los medios que han de usar, variables según las épocas. Conforme a los lugares y los tiempos, la comunidad cristiana tendrá que buscar y utilizar medios eficaces, sin traicionar ese espíritu.

En el Evangelio de Juan, Jesús señala la disposición que han de tener los discípulos en su labor en medio de la humanidad: <<Si el grano de trigo caído en la tierra no muere, permanece él solo; en cambio, si muere, produce mucho fruto>> (Jn 12,24). Para producir vida hay que estar dispuestos, como Jesús, a darse por entero. La vida es fruto del amor y brotará con mayor o menor intensidad según la calidad de ese amor. Cuando el amor es pleno y el don de sí total, el fruto de vida en uno mismo y en los demás llegará a su plenitud. La fecundidad de la misión no depende, por tanto, de la transmisión exacta de un mensaje doctrinal, sino de la entrega por amor. El amor es el mensaje.

La situación-límite comprendida en la imagen del grano es la de la muerte provocada por la persecución. Esto no significa que cada discípulo tenga que sufrir una muerte violenta para manifestar su amor, pero sí que ha de entregarse sin regateos y ha de perder el miedo a la muerte. El apego a la vida física lleva a todas las abdicaciones; llegará el momento en que el hombre ceda ante la amenaza (Jn 12,25). No solamente le será imposible amar hasta el límite, sino que acabará cometiendo la injusticia o callando ante ella. El amor leal consiste en olvidarse del propio interés y seguridad, en seguir trabajando por la vida, dignidad y libertad del hombre en medio y a pesar del sistema de muerte.

<<Darse uno mismo>> no significa perderse, sino alcanzar la plenitud del propio ser. Quien se entrega, se recobra con su plena identidad, la de <<hijo de Dios>>, pues, dándose a sí mismo, entra en el dinamismo de amor del Padre y, de esta manera, realiza su condición de hijo. Quien, como Jesús, se da a sí mismo por amor hasta el fin, no lo hace para merecer como premio la vida definitiva, sino sabiendo que ya la posee y que, a pesar de la muerte, nada ni nadie se la arrebatará. Donde hay amor hasta el límite, hay vida sin límite, pues el amor es la vida (Jn 10,17s).

CAP VII. LA MISIÓN DE LA COMUNIDAD. 5 Obstáculos a la misión.

La labor de Jesús no se realizó sin obstáculos, y, en consecuencia, tampoco se realizará sin ellos la de la comunidad cristiana, si sigue los pasos de Jesús (Mt 10,24: <<Un discípulo no es más que su maestro, ni un esclavo más que su amo>>; Jn 15,20: <<No es un siervo más que su señor. Si a mí me han perseguido, también a vosotros os perseguirán>>; cf. Mc 10,30). Los obstáculos que Jesús encontró fueron de dos clases: los intentos de desviarlo de su misión (la tentación) y la oposición contra su persona (la persecución); ambos quedan condensados por Marcos en la escena del desierto (1,12-13).

En el desierto, figura de la sociedad judía donde va a desplegar su actividad, aparece Jesús tentado continuamente por Satanás. Es la tentación del poder, que lo acompañará a lo largo de su vida pública y que tendrá su clímax en la propuesta de Pedro (8,32s). Por otra parte, Marcos describe la situación de Jesús diciendo que <<estaba entre las fieras>> (Mc 1,13), indicando con ello los enemigos mortales que lo rodeaban y que acabaron quitándole la vida. De hecho, Jesús fue llevando a cabo su labor en medio de una constante y despiadada oposición.

Como en el caso de Jesús, para la comunidad las tentaciones principales son la de riqueza y poder, a las que se ven sujetos o sucumben los discípulos en el evangelio (Mc 8,32s.36; 9,33-37; 10,23-31.35-45).

El segundo obstáculo a la misión es la persecución. Para Jesús, sin embargo, tiene un aspecto favorable (Mt 5,10: <<Dichosos los que viven perseguidos por su fidelidad, pues éstos tiene a Dios por Rey>>). Aunque constituya un obstáculo a la actividad, muestra la autenticidad de la praxis y del mensaje de la comunidad, y, en consecuencia, ésta percibe claramente la solicitud del Padre.

Ante todo, los cristianos no deben desanimarse si son perseguidos; al contrario, deben alegrarse (Mt 5,12: <<Estad alegres y contentos, que grande es la recompensa que Dios os da>>). Por otro lado, no se puede esperar una reacción diferente de la sociedad injusta ante un mensaje que socava sus cimientos (Mt 5,12: <<lo mismo persiguieron a los profetas que os han precedido>>).

El esfuerzo por propagar el mensaje a pesar de la oposición que suscita, es decir, la labor para contribuir a cualquier precio a la maduración de la humanidad, va produciendo en los cristianos mismos la maduración del amor y la capacidad de entrega, hasta llegar a su plenitud (Mc 13,13: <<El que resista hasta el fin, ése se salvará>>).

El cristiano no debe acobardarse ni estar preocupado de antemano por lo que pueda suceder, pues la ayuda del Espíritu será palpable en el momento de la prueba (Mc 13,11). La convicción de que la vida que posee es indestructible le hará perder el miedo a las consecuencias de la persecución (Mt 10,28: <<Tampoco tengáis miedo de los que matan el cuerpo pero no pueden matar la vida>>). Lo mismo se expresa en los avisos de Jesús sobre el seguimiento (Mc 8,35 par.: <<el que quiera poner a salvo su vida, la perderá; en cambio, el que pierda su vida por causa mía y de la buena noticia, la pondrá a salvo>>).

Como en el caso de Jesús, los agentes de la persecución son los poderes, lo mismo los religiosos que los civiles (Mc 13,9: <<Os entregarán a consejos judíos y os apalearán en sinagogas, y os harán comparecer ante gobernadores y reyes por causa mía>>). El Evangelio de Juan insiste sobre la persecución por parte de los poderes religiosos (Jn 16,2: <<Os excluirán de la sinagoga; es más, se acerca la hora en que todo el que os dé muerte se figure que ofrece culto a Dios>>).

El fracaso de la comunidad cristiana podrá deberse a haber cedido a alguna de las tentaciones que desvirtúan su misión, en particular a la del poder, o bien a haberse acobardado por la persecución, replegándose sobre sí misma y renunciando a la tarea que le es propia.

Existen también otras dificultades que pueden poner en peligro la vida cristiana del individuo o de la comunidad, o impedir su misión. En Mateo y Lucas, el fundamento del éxito existencial del individuo se pone en la práctica del mensaje de Jesús. Así lo expresa la parábola final del sermón del monte (Mt 7,24-27; Lc 6,47-49). En ella, <<la casa>> es figura del individuo; la solidez y el desarrollo de su persona está ligado a la práctica del mensaje (<<la roca>>). No basta una adhesión intelectual a éste, hay que hacerlo propio para que él inspire la conducta. Tampoco basta una piedad que prescinde de la acción (Mt 7,21: <<No basta decirme: ¡Señor, Señor!, para entrar en el reino de Dios; no, hay que poner por obra el designio de mi Padre del cielo>>; cf. Lc 6,46).

Paralelamente, para la comunidad, Mateo pone como <<roca>> sobre la que se funda y cuya solidez garantiza su permanencia la adhesión de sus miembros a Jesús, Mesías, Hijo de Dios vivo (dador de vida) (Mt 16,18). Sobre esta base se irá construyendo la nueva sociedad, en la que cada uno entra como <<piedra>> o sillar de su estructura.

Otro peligro es la falta de compromiso, expresado en los sinópticos como <<dormirse>> (Mc 13,35s: <<Por tanto, manteneos despiertos,... no sea que, al llegar de improviso, os encuentre dormidos>>; cf. 14,34: <<Quedaos aquí y manteneos despiertos>>). Es la falta de compromiso la que echa a perder la comunidad (Mt 13,25: <<mientras todos dormían llegó su enemigo, sembró cizaña en el trigo y se marchó>>). En la parábola de los talentos (Mt 25,14-30) la misma deficiencia se expresa como falta de responsabilidad; hay que producir, llevando a la práctica el mensaje en sí mismo y propagándolo en la misión.

El influjo de las ideologías contrarias al evangelio puede causar división en la comunidad. Tal es el problema que aparece continuamente en el Evangelio de Marcos y, en términos equivalentes, en los otros dos sinópticos, entre el grupo de discípulos procedentes del judaísmo (<<los Doce>>) y otros seguidores de Jesús no condicionados por la mentalidad político-religiosa judía.

Son estos últimos los que siguen de verdad a Jesús, mientras los primeros siguen manteniendo las ideas nacionalistas, que impiden la misión universal. Así se refleja en Mc 10,47, donde el ciego representa a los discípulos; su grito, <<Hijo de David, Jesús>>, pone por delante el apelativo que cifra sus esperanzas nacionalistas; en Mc 13,1: <<Maestro, ¡mira qué sillares y qué edificios!>>, la admiración del discípulos por el esplendor del templo expresa su orgullo nacionalista; en Lc 9,51-53 fracasa el acercamiento a los samaritanos por el modo, de tinte nacionalista, como los enviados proponen la intención de Jesús de subir a Jerusalén (9,53: <<porque había resuelto ir a Jerusalén>>, omitiendo la finalidad de la subida, cf. 9,51: <<para encararse con Jerusalén>>).

Los discípulos, debido a su mentalidad judía, manifiestan también ambición de poder, que los divide entre ellos (Mc 9,34; 10,37). Los otros seguidores, representados en el Evangelio de Marcos por diversas figuras, entre ellas <<el chiquillo>> o <<criadito>> (Mc 9,36s; 10,13-16 par.), son los que se hacen <<últimos de todos y servidores de todos>> (Mc 9,35), es decir, los que renuncian a toda ambición y privilegio (Mc 8,34 par.: <<Si uno quiere venirse conmigo, que reniegue de sí mismo>>). En Lc 10,1, Jesús, ante el fracaso de los Doce, crea el grupo misionero de los Setenta, que no proceden del judaísmo y que tienen éxito en su labor (Lc 10,17-20).

El contraste entre los dos grupos llega a su extremo al oponer los evangelistas dos figuras, la de Simón Pedro, representante del primer grupo, que acaba renegando de Jesús (Mc 14,66-72 par.), y la de Simón Cirineo, nacido en el extranjero, representante del segundo grupo, que carga con la cruz (Mc 15,21 par.), según la condición del seguimiento (Mc 8,34 par.; <<Si uno quiere venirse conmigo,... que cargue con su cruz>>).

Mateo insiste sobre otro peligro interno a la comunidad, el de los profetas falsos, <<los que se acercan con piel de oveja, pero por dentro son lobos rapaces>> (Mt 7,15), es decir, la de aquellos que con suaves maneras proponen, como venidas de Dios, doctrinas opuestas al mensaje de Jesús, que quitan vida y destruyen la unidad. La comunidad debe estar vigilante para no dejarse engañar. El criterio para distinguir lo verdadero de lo falso son los efectos de vida o muerte producidos por la doctrina que pretenden comunicar (Mt 7,20: <<por sus frutos los conoceréis>>).

CAP VII. LA MISIÓN DE LA COMUNIDAD. 4 Actividad de los cristianos.

La actividad propia de la comunidad cristiana está expresada por el evangelista Juan en la frase de Jesús: <<Nosotros tenemos que trabajar realizando las obras del que me envió>> (Jn 9,4). Las obras del Padre consisten en hacer conocer a los hombres la libertad y dignidad a las que Dios los llama y en comunicarles vida. Así lo expone Juan en la curación del ciego de nacimiento (9,1-38).

El ciego es figura de los que no han vivido en tal opresión que nunca han podido saber (ciego de nacimiento) lo que significa ser persona humana. Jesús le pone ante los ojos el proyecto de Dios sobre el hombre, significado por el evangelista con el barro (alusión a la creación del primer hombre) formado con la saliva (fuerza / Espíritu) de Jesús, modelo de hombre (Jn 9,6). Cuando el ciego acepta hacer suyo ese ideal, expresado en el texto por ir a lavarse en la piscina de Siloé, obtiene su integridad humana (9,7: <<volvió con vista>>). Ha visto la luz, es decir, ha conocido la dignidad que corresponde al hombre y, con esa experiencia, es capaz de enfrentarse con los que quieren volver a someterlo.

Un modo parecido de describir la actividad del grupo cristiano, propuesto por Mateo, es el de ser <<luz del mundo>> (Mt 5,14-16), es decir, hacer visible en el mundo la luz / amor que viene de Dios. En otras palabras: significa dar a conocer a los hombres el verdadero rostro de Dios, el de Padre dador de vida, a través de las obras que manifiestan su amor. El modo de obrar de los seguidores de Jesús libera así a los hombres de los falsos conceptos de Dios y les muestra al mismo tiempo la dignidad plena del hombre: la de ser <<hijo de Dios>>.

Pero la actividad no ha de limitarse a sacar a los hombres de su situación de opresión y muerte, comporta además el ofrecimiento de una alternativa de vida que les permita encontrar el camino de su desarrollo (Mc 2,10-12).

Por eso también se formula la misión como el trabajo por la justicia del Reino (Mt 6,33 par.), que tiene dos sentidos inseparables, el de fidelidad a Dios y el de fidelidad al hombre: se es fiel a Dios procurando que haya verdadera justicia entre los hombres y, para ello, esforzándose por desterrar toda injusticia.

En la parábola de la levadura (Mt 13,33 par.) se presenta a la comunidad como un fermento que, insertado en el mundo (<<la masa>>), va contribuyendo al cambio de valores y, de este modo, a la maduración de la humanidad. Su labor en ella se hace desde dentro y en forma no aparatosa; consiste en ir colaborando al crecimiento de los hombres, abriéndoles el horizonte de su propia plenitud.

La alternativa está expresada en la parábola del grano de mostaza (Mc 4,30-32 par.), figura de la comunidad cristiana, que, a pesar de su aparente insignificancia, en la medida de su crecimiento irá ofreciendo a los hombres (los pájaros) un ámbito apto para su desarrollo (que acampan en sus ramas).

En las bienaventuranzas, Mateo formula la labor de la comunidad cristiana como <<el trabajo por la paz>> (Mt 5,9). <<Trabajar por la paz>> significa ir creando las condiciones para una sociedad armónica donde la hostilidad, la opresión, la violencia y la rivalidad sean sustituidas por el entendimiento, la libertad, la justicia, la solidaridad y la hermandad. Se trata, pues, de comprometerse en la transformación del mundo para procurar la felicidad de los hombres. A los que asumen esta tarea <<Dios los llamará hijos suyos>>, es decir, semejantes a él por ejercer su misma actividad (Mt 5,9).

El objetivo de la misión se expresa también con la metáfora <<ser pescadores de hombres>> (Mc 1,17 par.). La comunidad ha de procurar atraer a hombres de toda raza y condición al modo de vida propuesto por Jesús.

No puede determinarse con más detalle la actividad de la comunidad cristiana. En los evangelios, Jesús ejerce su actividad solamente como dador de vida, abarcando los dos aspectos mencionados antes: quitar los obstáculos que impiden la plenitud humana y comunidad la vida / Espíritu. Se marca así la pauta para la actividad de los seguidores de Jesús. Sin embargo, qué es lo que hay que hacer en cada época, lugar y circunstancia para impulsar estos dos aspectos de la labor no está especificado en los evangelios, ni por el ejemplo de Jesús ni por su enseñanza. Cada comunidad cristiana y cada cristiano en particular, en contacto con la historia e impulsados por el Espíritu que los anima, tendrán que decidir cuál debe ser su línea de acción para contribuir a la obra del cambio y a que vaya surgiendo una humanidad nueva (Mc 13,33: <<dio a los siervos [a sus seguidores, que se ponen al servicio de la humanidad ] su autoridad [su Espíritu] - a cada uno su tarea>>).

domingo, 11 de agosto de 2019

CAP VII. LA MISIÓN DE LA COMUNIDAD. 3 Contenido de la misión.

La misión de la comunidad de Jesús se formula en los evangelios de diversas maneras. La más inmediata es la de <<proclamar la buena noticia a todas las naciones>> (Mc 13,10; 14,9). Esto significa anunciar a la humanidad la existencia de una alternativa (<<el reino de Dios>>) a la sociedad injusta y, por tanto, la posibilidad de cambio individual y social.

El anuncio de la alternativa no puede hacerse, sin embargo, meramente con palabras: la comunidad que proclama la buena noticia tiene que hacer visibles con su estilo de vida las relaciones propias de una sociedad nueva. No se trata, por tanto, de un mensaje teórico, sino de la presentación de una realidad que se ofrece a los hombres como el ámbito donde sus aspiraciones de desarrollo y plenitud pueden encontrar satisfacción.

La coherencia entre praxis y proclamación es lo que lo que da a la misión su carácter de testimonio. Jesús pide a los suyos que sean sus testigos ante el mundo (Hch 1,8). Esto no significa solamente declarar que la actividad responde a un encargo de Jesús, sino que la vida y la labor de los suyos, inspiradas por un amor universal y sin regateos, reflejen las de Jesús mismo (Mc 9,37; Lc 10,16; Jn 13,14).

La proclamación y el testimonio excluyen todo fanatismo. Este, que lleva una carga de violencia, pretende imponer la propia opinión o tomar venganza de los que no la aceptan. Aparece en Lc 9,54, cuando Santiago y Juan, ante el rechazo de una aldea samaritana, propone a Jesús hacer caer un rayo que los aniquile. El dicho recuerda el fuego del cielo que, a petición de Elías, cayó sobre los sacerdotes de Baal (2 Re 1, 10.12). El respeto de Jesús a la decisión personal aparece, por el contrario en el episodio del rico (Mc 10,17-22 par.). Ante la negativa de éste a seguirlo, Jesús no insiste, aunque comenta el hecho con sus discípulos (Mc 10,23ss).

El anuncio de la alternativa es, por tanto, una propuesta, no un apremiante proselitismo (Mc 6,11; Mt 10,23). El testimonio, por su parte, expone sencillamente una experiencia vivida.

Tras la proclamación de la buena noticia, la misión continua, según la formulación de Mateo, con el <<hacer discípulos de todas las naciones>> (Mt 28,19), es decir, con la tarea de formar a otros hombres en el estilo de vida propio de una sociedad nueva. A éstos hay que <<enseñarles a guardar todo lo que Jesús mandó>> (Mt 28,20), o sea, la fidelidad a las opciones y al modo de vida descritos en las bienaventuranzas (Mt 5,3-10). La incorporación a la nueva comunidad hace realidad la ruptura con el pasado de injusticia que pesa sobre los hombres, y Dios confirma esa ruptura comunicando su Espíritu / vida (Jn 20,23; Mt 16,19; 18,18).

La misión tiene por objetivo que los hombres alcancen la plenitud de vida, descrita con la expresión <<ser hijos de Dios>>. Sin embargo, hay muchos obstáculos, tanto individuales como sociales, que se oponen a esa plenitud. Pertenece, pues, también a la labor cristiana la supresión de esos obstáculos. Este doble aspecto de la misión, liberar de trabas y comunicar vida, permite diversas formulaciones de la misión, según se tenga en cuenta uno u otro aspecto, o ambos conjuntamente.

Así, la misión de Jesús y, en consecuencia, de la comunidad, puede expresarse como un servicio a la humanidad que tiende primordialmente a la liberación de los oprimidos (Mc 10,42-45 par.; <<dar la vida en rescate por todos>>). Este dicho se refiere ante todo al aspecto social de la opresión (cf. Mc 10,42: <<los que figuran como jefes de las naciones las dominan, y sus grandes les imponen su autoridad>>).

Sin embargo, una parte importante de esta labor ha de dedicarse a liberar a los individuos de las ideologías propugnadas por los sistemas opresores, en especial de las ideologías de violencia, simbolizadas en los evangelios sinópticos (nunca en Juan) por los <<espíritus inmundos>> o <<demonios>> (Mc 1, 23-27 par.; 3,11; 5,2-20 par.; 7,25-30 par.; 9,14-28 par.). 

El gran obstáculo para la liberación de los oprimidos es precisamente haber ellos asimilado los falsos valores del sistema que los oprime, en particular la ambición y la rivalidad, que destruyen la solidaridad humana. No hay verdadera liberación mientras no se rechacen esos valores, que, por la injusticia que encarnan, impiden la realización del hombre y la creación de una sociedad justa. Es misión de la comunidad de Jesús ir procurando esa liberación (Mc 3,15 par.; 6,7 par.).

En el episodio del paralítico de la piscina expone Juan (5,1-15) la dificultad que encontraba el pueblo, sin fuerza ni posibilidad de iniciativa (inválido), para abandonar la ideología del sistema opresor, causa de su invalidez. Aun después de que Jesús le ha devuelto la fuerza y la libertad de opción (5,8: <<Levántate, carga con tu camilla y echa a andar>>), vuelve al sistema que había causado su miserable condición y del que había podido salir (5,14: <<Algún tiempo después Jesús fue a buscarlo en el templo>>). Solamente ante la severa advertencia de Jesús, que identifica el pecado con la adhesión a las instituciones opresoras (ibíd.: <<Mira, has quedado sano. No peques más, no sea que te ocurra algo peor>>), comprende el hombre y se pone de parte de Jesús frente a las autoridades (5,15: <<El hombre notificó a los dirigentes judíos que era Jesús quien le había dado la salud>>).

En el mismo evangelio, la presentación que hace Juan Bautista de la persona de Jesús lo identifica como <<el que va a quitar el pecado del mundo>> (Jn 1,29). En este evangelio, el pecado de la humanidad (<<el mundo>>) consiste en reprimir o suprimir la vida, en impedir que los hombres alcancen o incluso deseen la plenitud a que están destinados. La vida puede reprimirse en otros, y tal es la acción de los opresores; pero tanto o más grave es que el hombre la reprima en sí mismo, sometiéndose a los opresores y haciendo propia la ideología de ambición y poder de que éstos se sirven para dominar y que proponen como legítima aspiración humana. La ambición y el poder / dominio son lo contrario del amor / vida; crean odio, violencia, opresión y muerte. <<Quitar el pecado del mundo>> significa hacer que los hombres rechacen las categorías de los sistemas injustos y la sumisión a ellos, y, despojándose de todo afán de dominio, recuperen su libertad.

Pero esta acción liberadora no es suficiente. Para encaminarse hacia la plenitud el hombre ha de entrar en conexión con la fuente de la vida. De ahí el otro rasgo con que describe el Bautista a Jesús: <<el que va a bautizar con Espíritu Santo>> (1,33). El Espíritu es la fuerza de la vida y amor divinos. <<Amor>> y <<vida>> denotan una misma realidad, pero el término <<amor>> explicita el aspecto dinámico de la vida. Con el Espíritu, el hombre puede comenzar el camino de su plenitud, teniendo por modelo a Jesús (Jn 14,6).