sábado, 29 de diciembre de 2018

CAP II. LA NUEVA HUMANIDAD. E) EL PROGRAMA DEL REINO: LAS BIENAVENTURANZAS.

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La utopía del reino de Dios o sociedad nueva la concreta Jesús en las bienaventuranzas, en particular en las que presenta el Evangelio de Mateo (Mt 5,3-10 ). En ellas se formulan: a) las condiciones indispensables para que se vaya realizando la nueva sociedad; b) la liberación que su existencia va efectuando en la humanidad; c) las nuevas relaciones que crea, y d) la felicidad que proporciona.

a) Las condiciones para que se realice la nueva sociedad son dos: la renuncia a toda ambición, expresada en la opción por la pobreza (Mt 5,3: <<Dichosos los que eligen ser pobres>>), y la fidelidad a esa renuncia a pesar de la oposición que suscita (Mt 5,10: <<Dichosos los que viven perseguidos por su fidelidad>>).

La primera condición, la opción por la pobreza, es la puerta de entrada al reino de Dios, es decir, abre la posibilidad de una sociedad nueva, porque extirpa la raíz de la injusticia, la ambición humana, y rompe con los <<valores>> sobre los que se sustenta la vieja sociedad. La ambición lleva a la acumulación de riquezas y, como secuela, a la búsqueda del prestigio social y del dominio sobre otros, produciendo unas relaciones humanas basadas en la desigualdad, la opresión y la rivalidad (1 Tim 6,10 FALSOS MAESTROS. 6,2b-16.: <<la raíz de todos los males es el amor al dinero>>). La opción se inspira, pues, en el amor a la humanidad oprimida y el deseo de la justicia. Quita el obstáculo que impide la existencia de una sociedad justa y constituye la base indispensable para construirla. De ella nacerán la generosidad del compartir (Mt 6,22s  ), la igualdad, la libertad y la hermandad de todos.

Según Jesús, todo hombre se encuentra abocado a una opción entre Dios y el dinero, es decir, entre el amor y el egoísmo, entre el <<ser>> y el <<tener>>. Optar por la pobreza significa tomar partido por Dios y, con él, por el bien del hombre y la propia plenitud (Mt 6,24 par.; Col 3,5 3,5-17.: <<extirpad... la codicia, que es una idolatría>>).

No hay que confundir con la miseria la pobreza a la que invita Jesús; así lo demuestra la felicidad que él promete a los que hacen la opción (<<Dichosos...>>). Esta felicidad, a primera vista paradójica, estriba en que, según la expresión de Jesús, <<ésos tienen a Dios por Rey>>; Dios garantiza que cuantos han hecho esa opción gozarán de los medios necesarios para su desarrollo humano (Mt 6,25-33 par.).

La invitación de Jesús se hace en plural. No exhorta, por tanto, a una pobreza individual y ascética, sino a una decisión personal que ha de vivirse dentro de un grupo humano, constituyendo así el germen de la nueva sociedad. En ese ámbito se crean nuevas relaciones entre Dios y los hombres y entre los hombres mismos. Siguiendo el lenguaje metafórico, Dios reina sobre los hombres comunicándoles su Espíritu-vida, estableciendo la nueva relación Padre-hijo. De ese Espíritu, compartido por todos, nace la solidaridad-amor, que asegura tanto el sustento material como el pleno desarrollo personal.

La segunda condición, la fidelidad a la opción inicial a pesar de la  hostilidad que ésta provoca, expresa la coherencia de la conducta con dicha opción. Excluye, por tanto, todo lo que la desvirtúa y mantiene la plena ruptura con los fundamentos de toda sociedad injusta. Esa coherencia se vive dentro de un grupo que, por los valores que profesa, se opone diametralmente a esa sociedad, y cuya existencia socava los principios sobre los que ella se cimenta. Nada tiene de extraño que la sociedad reacciones con todos sus medios, incluida la violencia, e intente suprimir el estilo de vida que se deriva de la opción por la pobreza.

Todo grupo cristiano que no entre en conflicto con un ambiente social penetrado de los principios de la injusticia demuestra no estar viviendo la alternativa propuesta por Jesús.

La persecución, manifiesta o solapada; la presión social, los intentos de marginación, no han de ser para el grupo cristiano motivo de angustia o desesperanza (<<Dichosos...>>), porque en esa circunstancia experimentará de modo particularmente intenso la solicitud divina (<<porque ésos tienen a Dios por Rey>>), es decir, el amor y la fuerza del Espíritu, que es capaz de superar incluso la barrera de la muerte (Mt 5,11s).

b) En las bienaventuranzas de Mateo se asegura que la existencia del grupo alternativo que ha optado por la pobreza y se mantiene fiel a esa opción irá suscitando en la humanidad un movimiento liberador. Los oprimidos encontrarán en el nuevo tipo de relación humana una esperanza y una alternativa a su situación. La liberación se expresa de tres maneras: los que sufren por la opresión encontrarán el consuelo (Mt 5,4); los sometidos heredarán la tierra, es decir, gozarán de plena libertad e independencia (Mt 5,5); los que ansían justicia verán colmada su aspiración (Mt 5,6).

La comunidad alternativa, que existe por iniciativa divina y está animada y guiada por el Espíritu de Dios, va contribuyendo decisivamente a esta liberación, que constituye su principal tarea en el mundo.

c) Después de abrir el horizonte de la liberación, las bienaventuranzas describen las relaciones humanas propias de la nueva sociedad, que crean a su vez la verdadera relación con Dios. La comunidad alternativa se caracteriza por la solidaridad activa (Mt 5,7: <<Dichosos los que prestan ayuda>>), la sinceridad de conducta que nace de la ausencia de ambiciones (5,8: <<Dichosos los limpios de corazón>>) y la tarea de procurar la felicidad de los hombres (5,9: <<Dichosos los que trabajan por la paz>>), que resume su misión en el mundo.

Esta manera de ser y de comportarse establece con Dios una relación que se describe con tres rasgos: los que practican la solidaridad experimentarán la solidaridad de Dios con ellos (<<porque ésos recibirán ayuda>>); los que son transparentes por su sinceridad experimentarán la presencia inmediata y continua de Dios en su vida (<<porque ésos verán a Dios>>), y los que trabajan por la felicidad humana tendrán experiencia de Dios como Padre y lo harán presente en el mundo (<<porque Dios los llamará hijos suyos>>).

d) Frente a la falsa felicidad que promete la sociedad injusta, cifrada en la riqueza, el rango social y el dominio sobre los demás, la repetida proclamación que hace Jesús (<<Dichosos...>>) muestra que la verdadera felicidad se encuentra en una sociedad justa que permita y garantice el pleno desarrollo humano. La sociedad injusta centra la felicidad en el egoísmo y el triunfo personal; la alternativa de Jesús, en el amor y la entrega. Mientras la primera, a costa de la infelicidad de muchos, va creando la <<felicidad>> de unos pocos, cerrados en sí mismos e indiferentes al sufrimiento de los demás, en la sociedad nueva el esfuerzo se concentra en eliminar toda opresión, marginación e injusticia, procurando la solidaridad, la fraternidad y la libertad de todos.

De este modo, Jesús invita a romper con el sistema injusto y a esforzarse por crear la nueva relación humana, sin la cual es imposible la relación auténtica con Dios. Jesús proclama <<hijos de Dios>> a los que procuran la felicidad de los hombres, mostrando así que Dios es incompatible con la opresión, el sometimiento y la injusticia.

sábado, 1 de diciembre de 2018

CAP II. LA NUEVA HUMANIDAD. D) LA BUENA NOTICIA: EL REINADO DE DIOS.

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Los evangelios sinópticos resumen <<la buena noticia>> que Jesús proclama en el anuncio de la cercanía del <<reinado o reino de Dios>> (Mc 1,14s par.). Ambas expresiones designan una realidad nueva, la sociedad humana alternativa; la primera, <<el reinado de Dios>>, la considera desde el punto de vista de la acción de Dios sobre el hombre; la segunda, <<el reino de Dios>>, denota la consecuencia de esa acción divina, una sociedad digna del hombre.

Se insinúan así los dos aspectos de la nueva realidad: el cambio personal (aspecto individual) y el cambio de las relaciones humanas (aspecto social). Es decir, no habrá nueva sociedad si no existe un hombre nuevo. Dios renueva y potencia al hombre comunicándole su propia vida (el Espíritu); dotado de ella, es tarea y responsabilidad del hombre crear una sociedad verdaderamente humana (<<el reino de Dios>>).

El reino de Dios representa, pues, la alternativa a la sociedad injusta, proclama la esperanza de una vida nueva, afirma la posibilidad de cambio, formula la utopía. Por eso constituye la mejor noticia que se puede anunciar a la humanidad y, a partir de Jesús, la oferta permanente de Dios a los hombres, que espera de ellos respuesta. Su realización es siempre posible.

El primer paso para la creación de esa nueva sociedad es el cambio de vida (<<enmendaos>>) que pide Jesús en conexión con el anuncio del Reino; sin un cambio profundo de actitud por parte del hombre, que lo lleve a romper con el pasado de injusticia, no hay posibilidad alguna de empezar algo nuevo.

La exhortación a la enmienda muestra que, para ser realidad, el reino de Dios exige la colaboración del hombre. La enmienda no es más que un paso preliminar, que implica el descontento con la situación existente, tanto individual como social, y el deseo de cambio. Sólo los que sientan esa inquietud responderán positivamente a la invitación de Jesús.

Pero la opción del hombre por el reino de Dios no se queda en la ruptura con la injusticia, supone además un compromiso personal, como el que hizo Jesús en su bautismo de entregarse, por amor a la humanidad, a la tarea de crear una sociedad diferente. Como en el caso de Jesús, el compromiso de entrega a los demás pone al hombre en sintonía con Dios, y la respuesta de Dios es la comunicación de su Espíritu, es decir, la infusión al hombre de su fuerza de vida y amor, que lo capacita para esa tarea.

CAP II. LA NUEVA HUMANIDAD. C) EL FALSO MESIANISMO: LAS TENTACIONES.

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Los tres evangelios sinópticos, inmediatamente después del bautismo de Jesús, colocan la escena de las tentaciones (Mt 4,1-11 ; Mc 1,12-13  ; Lc 4,1-13 ). Con ella pretenden mostrar la antítesis del compromiso hecho por Jesús, es decir, las actitudes o ambiciones que pueden desvirtuarlo y hacer fracasar el proyecto de sociedad alternativa (<<el reino de Dios>>). Jesús no cederá a ninguna tentación, pero éstas quedan como una seria advertencia para todos sus seguidores. Todo el que quiera comprometerse en la línea de Jesús y colaborar en su tarea por el bien de la humanidad tendrá necesariamente que evitar caer en ellas.

Mateo y Lucas desarrollan las tentaciones; las tres que presentan compendian las desviaciones fundamentales. Examinemos su contenido:

La primera tentación (Mt 4,3s), que sigue al ayuno de Jesús, es la de utilizar su calidad de Hijo de Dios para satisfacer su hambre, sin tener en cuenta el designio divino (<<di que las piedras estas se conviertan en panes>>). Esta tentación implica utilizar las cualidades que uno posee para el propio beneficio, en vez de ponerlas al servicio de los demás. Al hacer caso omiso del plan de Dios, que es la solidaridad entre los hombres, la tentación invita a un ateísmo práctico.

El alimento material es necesario para mantener la vida física, pero Jesús advierte que existe además otro alimento superior (<<no sólo de pan vive el hombre>>) que, más allá de la necesidad física, satisface la aspiración del ser humano a la plenitud de vida, haciéndole crecer interiormente y llevándolo a su pleno desarrollo; así se realiza el plan de Dios. Son dos alimentos necesarios y complementarios. Renunciar al segundo para limitarse a procurar el primero sería el empobrecimiento definitivo del hombre (cf. Jn 6,26: <<No trabajéis por el alimento que se acaba, sino por el alimento que dura, dando una vida sin término>>).

Por otra parte, según el plan de Dios, el alimento necesario para el sustento de la vida física no se obtiene mediante prodigios, sino mediante el compartir inspirado por el amor (Mc 6,34-44  ;  8,1-9   par.). 

Si la respuesta de Jesús a la primera tentación ha mostrado que Dios es la garantía del desarrollo pleno del hombre, la segunda tentación (Mt 4,5-7) según el orden de Mateo (tercera en Lucas) propone un Dios alienante, porque infantiliza al hombre. La tentación invita a dejarlo todo en manos de Dios, renunciando a la reflexión y a la propia responsabilidad. Se trata en el fondo del fanatismo religioso, del providencialismo a ultranza que lleva a la anulación del hombre.

Esa actitud intenta poner a prueba a Dios (<<no tentarás al Señor tu Dios>>) apoyándose en un texto de la Escritura (Sal 91,11s ); le exige que intervenga en situaciones comprometidas creadas por la irresponsabilidad del hombre. Para Jesús, en cambio, el hombre es responsable tanto de su historia personal como de la historia del mundo.

La tentación toma pie de la Escritura, mostrando el peligro de una interpretación literalista de frases aisladas. Apelando a la Escritura se puede traicionar el proyecto de Dios; el recurso a ella no garantiza sin más la fidelidad a él.

La tentación propone además la idea de propagar el reinado de Dios por medio de señales espectaculares que aureolen la figura del Mesías (<<Tírate de ahí abajo>>). El aval divino (<<a sus ángeles ha dado órdenes...>>) impondría el reconocimiento y forzaría la adhesión incondicional de todos. Dios impediría así la libertad de opción de los hombres.

Jesús rechazará siempre esta tentación, expresada en el evangelio por aquellos que le piden señales prodigiosas (Mc 8,11-13 ; Mt 12,38-40; 16,1-4; Lc 8,14-21) y formulada también por quienes, en el momento decisivo de la cruz, lo invitan a bajar de ella como condición para creer en él (Mc 15,29-32   par.).

La tercera tentación (Mt 4,8-10, segunda en Lc) es la más radical: Satanás pide a Jesús que abandone a Dios y lo tome por dios a él mismo. Es la renuncia completa y descarada al compromiso mesiánico. La tentación consiste en ofrecer el dominio universal en todos sus aspectos (<<le mostró todos los reinos del mundo con su esplendor... Te daré todo eso si te postras y me rindes homenaje>>). El texto identifica la ambición de poder con el homenaje a Satanás; éste se convierte así en el símbolo del poder mismo, que tienta la ambición del hombre y lo aparta radicalmente de Dios. Cualquiera que incite a la obtención de ese poder encarna a Satanás; tal es el caso de Pedro, que se opone a la entrega de Jesús (Mt 16,22s ). 

Es la tentación más atrayente; la humanidad se deja arrastrar por el esplendor del poder. Quien lo ostenta, aparentemente tiene el éxito asegurado. Sin embargo, proponerse realizar la sociedad alternativa (<<el reinado de Dios>>) basándose en el dominio, el esplendor y la riqueza es un gravísimo engaño, porque equivale a impedir radicalmente la plenitud humana (<<el proyecto de Dios>>).

Todo poder que oprima al hombre anulando o limitando su libertad es enemigo del hombre y, por tanto, de Dios. No importa a quién lo detente; allí donde existe, el plan de Dios fracasa.

Jesús rechaza la tentación de manera tajante (<<Vete, Satanás>>) y en ningún caso se deja atrapar por ella (cf. Jn 6,15 ). Además, previene severamente a los discípulos contra toda ambición de preeminencia y dominio (Mc 9,33-37 ; 10,42-45 y paralelo).

Las respuestas de Jesús a las tentaciones muestran los rasgos propios de los seguidores de Jesús: la fidelidad a Dios entendida como servicio y entrega a los hombres, la reflexión y la responsabilidad personales en ese servicio y la exclusión de todo afán de dominio sobre los demás.

Queda así claro desde el principio que la nueva sociedad, el reinado de Dios, se funda sobre la solidaridad, excluye el fanatismo religioso y no se va a implantar mediante la violencia, el dominio o la guerra, que el Mesías no va a ser un general triunfador ni un caudillo nacionalista. Más aún, que usar el poder y el esplendor (honor, dominio, riqueza) para llevar adelante la liberación de la humanidad significa impedirla y frustrarla.


jueves, 22 de noviembre de 2018

CAP II. LA NUEVA HUMANIDAD B) EL COMPROMISO DE JESÚS POR EL BIEN DEL HOMBRE: SU BAUTISMO.

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Siguiendo el Evangelio de Marcos, Jesús, un carpintero de Nazaret (Mc 6,3 ), llega a Galilea para ser bautizado por Juan. Se suma así a la contestación comenzada por el Bautista, solidarizándose con el deseo de cambio expresado por el pueblo.

Su bautismo tiene, sien embargo, un sentido diferente del de la gente. El no confiesa haber sido cómplice de la injusticia; esto quiere decir que no tiene un pasado pecador que cancelar ni necesita un cambio de vida. En el caso de Jesús, la muerte simbolizada por el bautismo no se refiere al pasado, sino al futuro: está dispuesto a una entrega total por el bien de la humanidad, a sacar a los hombres de la situación de injusticia y opresión en que se encuentran, dando para ello hasta la propia vida, si fuera preciso. Por eso, cuando más tarde Jesús alude a su muerte, la describe como un bautismo (Mc 10,38 ). 

El bautismo de Jesús representa, pues, su compromiso total por el bien de los hombres. Quiere instaurar una nueva relación humana, basada en la justicia, que permita una sociedad diferente. EL hecho de que acepte una posible muerte en el desempeño de su misión implica que es consciente de la oposición que su obra va a provocar en los círculos de poder, que no estarán dispuestos a tolerar la emancipación del pueblo.

De este modo, Jesús muestra su inconformismo con la situación; no puede soportar la injusticia. El motivo que lo impulsa es, por tanto, el amor a la humanidad.

Ante ese amor y ese compromiso, que no escatima ni la propia vida, se produce la comunicación divina, que revela la sintonía total entre la actitud de Jesús y la de Dios mismo. De hecho, el compromiso de Jesús refleja precisamente lo que es Dios para el hombre: el que, para darle vida, se entrega al hombre sin reservas ni condiciones. Para expresar esta sintonía, el evangelista utiliza diversas imágenes:

Inmediatamente, mientras salía del agua, Jesús vio rasgarse el cielo y el Espíritu bajar como paloma hasta él. Hubo una voz del cielo: <<Tú eres mi Hijo, el amado, en ti he puesto mi favor>> (Mc 1,10-11  ).

Con la imagen <<rasgarse el cielo>> el evangelista expresa que queda abierta la frontera entre el mundo divino y el humano, es decir, que en la persona de Jesús se establece la comunicación definitiva entre Dios y el hombre (lo rasgado no se puede cerrar). El abismo entre el hombre y Dios, abierto por la infidelidad humana, queda así suprimido.

EL verbo <<rasgarse>> expresa una violencia, es decir, la urgencia o, por decirlo así, la impaciencia de Dios (<<inmediatamente>>) por comunicarse al que, como Jesús, se compromete hasta el fin por el bien del hombre.

Con la metáfora <<el Espíritu>>, que originariamente significa <<viento>> (fuerza) o <<aliento>> (vida), se designa la vida y la fuerza de Dios. La frase <<bajar como paloma>> alude al modo de hablar propio de aquella cultura, donde era proverbial la querencia de la paloma por su nido. Al utilizarla, se está indicando que el lugar natural del Espíritu de Dios, o de Dios mismo, es el hombre que muestra tal amor a la humanidad. Pero, además, en la tradición judía se hablaba de que el Espíritu de Dios <<se cernía sobre las aguas>> de la primera creación como una paloma sobre su nidada. La bajada del Espíritu sobre Jesús significa que en él culmina la creación, que el compromiso que ha hecho, por el cual participa de la vida y fuerza de Dios, lo levanta hasta la plena condición humana, la del Hombre-Dios.

El evangelista utiliza también la imagen de la voz de Dios (<<hubo una voz del cielo>>), que se revela como Padre y declara a Jesús Hijo, Rey y Servidor, aludiendo a textos del Antiguo Testamento.

En el ambiente judío de aquel tiempo, <<ser hijo de alguien>> no significaba solamente haber nacido de esa persona, sino sobre todo comportarse como ella. <<El Hijo de Dios>> (alusión a Sal 2,7 ) es, por tanto, el que, por su amor total al hombre, tiene el Espíritu de Dios y se comporta exactamente como Dios mismo, siendo su presencia en la tierra. Viendo a Jesús, conociendo sus actitudes y su actividad, conocemos a Dios (Jn 12,45 ;  14,8-10 ). Es más el único modo de conocer al Dios verdadero es mirar a Jesús. Cualquier idea sobre Dios es falsa si no corresponde a lo que hace y dice Jesús (Jn 1,18 PRÓLOGO 1,1-18 ). 

La figura del Rey-Mesías (Sal 2,2.7) encarnaba la salvación para Israel; la del Servidor, la salvación para todas las naciones (Is 42,1-4.6;ISAÍAS II. CAPÍTULO 42.  cf.  Mt 12,17-21  ). Rey indicaba triunfo; Servidor, entrega y sufrimiento (Is 53,3-12 ISAÍAS II. CAPÍTULO 53.). Al unirse en la persona de Jesús estos rasgos dispersos en el Antiguo Testamento, se ve que en el plan de Dios la idea del Mesías no coincidía con la que tenían los judíos; el Mesías no va a dominar al hombre, sino a servirle (Mc 10,45 ). La misión de Jesús, lo mismo como Rey que como Servidor, va a ser implantar la justicia y defender al pobre y al explotado (Sal 72, 1-4.12.14 ;  Is 42,1-4.6 ISAÍAS II. CAPÍTULO 42.;  49,9-13 ISAÍAS II. CAPÍTULO 49.). 

Por tanto, la escena del bautismo de Jesús describe su investidura para realizar su labor en favor de la humanidad. Queda constituido Mesías, el liberador esperado.

domingo, 28 de octubre de 2018

CAP II. LA NUEVA HUMANIDAD A) LA ESPERANZA DEL CAMBIO: JUAN BAUTISTA.

Como se ha dicho, los cuatro evangelios subrayan que, antes que Jesús comenzara su labor, otro personaje, Juan Bautista, suscitó un movimiento popular como preparación a ella.

Juan aparece en los evangelios como un hombre nada convencional, que, situado en el desierto, es decir, fuera de la sociedad y de las instituciones judías, exhorta a la gente a cambiar de vida (Mc 1,4-8 par. ). Fundamenta su exhortación afirmando que el reinado de Dios, la esperanza del pueblo judío, estaba a las puertas (Mt 3,2 ).

Siguiendo la línea de los profetas del Antiguo Testamento, proclama la necesidad de un cambio de vida para obtener de Dios el perdón de los pecados. En el lenguaje profético y en el de Juan, el pecado se identifica con la injusticia, es decir, con todo aquello que, al oponerse al bien y al desarrollo del hombre, impide su plenitud de vida. En consecuencia, según el mensaje del Bautista, el hombre obtiene el perdón de Dios o, en otras palabras, restaura la relación con él cuando está dispuesto a abandonar su conducta injusta.

De hecho, el perdón de Dios es una expresión de su amor por el hombre, pero este amor no puede comunicarse si el hombre, por su parte, se cierra al amor de los demás e, indiferente al dolor y al daño de los otros, practica la injusticia. Para que haya una auténtica relación con Dios tiene que haber una buena relación con el prójimo.

Entre Juan, el profeta que habla en nombre de Dios desde el desierto, y las instituciones judías se establece una distancia y una oposición. Según la doctrina oficial, la gente habría debido ir al templo para obtener el perdón. Juan, por el contrario, prescinde del templo y de las instituciones religiosas y promete el perdón desde el desierto.

Estar en el desierto, el lugar asocial, significa situarse en oposición a la sociedad, y la exhortación a la justicia la denuncia como injusta. La llamada de Juan desde el desierto invita a la gente a romper con esa forma de sociedad. Es decir, pretende despertar el anhelo de cambio, haciendo tomar conciencia al pueblo de la injusticia existente y suscitando el deseo de alejarse de ella.

La mención del desierto y del río Jordán alude al antiguo éxodo de Israel, es decir, al paso de este pueblo de la esclavitud a la libertad. De este modo indican los evangelios que la sociedad judía del tiempo de Jesús, que, según la doctrina oficial, constituía la nación privilegiada, elegida por Dios, que gozaba de su presencia y de su Ley, superior por ello a todos los demás pueblos, era en realidad un ámbito de esclavitud u opresión, necesitado de una nueva liberación. Pero, a diferencia del antiguo éxodo, y según lo indica el Bautista, esta liberación no podía realizarse más que empezando por el cambio personal.

Para expresar el cambio radical de vida escoge Juan un símbolo propio de la cultura judía del tiempo, el bautismo, es decir, la inmersión en el agua, en este caso en el río Jordán. En aquella cultura, sumergirse en el agua era símbolo de muerte, equivalía a morir ahogado. Por eso se utilizaba la inmersión para indicar el cambio total de estado o de vida, por ejemplo, cuando se pasaba de la esclavitud a la libertad o se abrazaba la religión judía dejando el paganismo.

Al aceptar ser bautizada por Juan, la gente reconocía su complicidad con la injusticia que reinaba en la sociedad y se comprometía a dejar de practicarla. El pasado de injusticia debía quedar sepultado en el agua, para empezar una vida nueva.

Pero Juan no propone este bautismo como una ceremonia privada, sino pública. Es más, todos los que acudían tenían que reconocer en voz alta su propia contribución a la injusticia existente (Mc 1,5: <<confesaban sus pecados>> ). Así, el movimiento comenzado por Juan se convierte en una muestra del descontento colectivo con la situación social del tiempo. Es una contestación de masas frente a las estructuras sociales y religiosas del pueblo judío.

La respuesta del pregón de Juan es multitudinaria (Mc 1,5). Acude en masa gente de toda Palestina e incluso de Jerusalén. La conciencia de la injusticia es general, y ante la exhortación del profeta, surge un movimiento que la rechaza.

El impacto popular del pregón de Juan alarma, naturalmente, a las autoridades religioso-políticas. Estas envían una comisión para investigar (Jn 1,19 ). Temen que Juan sea el Mesías (cf. Lc 3,15 , es decir, el líder que, según la idea de ellos, debía poner orden en las instituciones, acabando con la corrupción y con la explotación que ejercían sobre el pueblo. Un Mesías que se colocase desde el principio frente a las instituciones sería un individuo peligroso, pues pondría en tela de juicio el orden establecido. Juan, sin embargo, niega ser él el Mesías (Jn 1,20); se declara precursor, uno que prepara la llegada del liberador esperado.

Aunque se distancia de las instituciones o, mejor, se coloca frente a ellas, Juan no empieza formulando una crítica a los dirigentes ni proponiendo proyectos de reforma. La injusticia se encuentra en todas las capas sociales, y para que las cosas cambien eficazmente hace falta que cada individuo se proponga cambiar su comportamiento respecto a los demás. De hecho, la sociedad es injusta porque todos y cada uno, a uno u otro nivel, profesan los principios que origina la injusticia.

Contrasta la masiva respuesta popular a esta llamada al cambio con la actitud de los dirigentes religioso-políticos del pueblo. Estos no hacen caso de la exhortación de Juan (Mc 11,30-33 .); hipócritamente, estaban a lo sumo dispuestos a someterse al rito externo, pero sin cambiar de actitud (Mt 3,7-9 ), desvirtuando así el sentido de aquel bautismo.

La actividad de Juan Bautista chocó de tal modo con los intereses de los poderes establecidos, que éstos lo encarcelaron y acabaron dándole muerte (Mc 1,14  ; 6,14-29   par.).

En conclusión, la unanimidad de los evangelistas en presentar la figura y actividad de Juan Bautista como preparación a la labor de Jesús indica que, según ellos, la mejor preparación para aceptar el mensaje que Jesús va a proponer consiste en suscitar previamente en la gente el anticonformismo y el deseo de cambio, adquiriendo un espíritu crítico que les permita darse cuenta de la injusticia imperante y de su propia complicidad con ella. Sólo así podrán romper con esa injusticia y estarán dispuestos a aceptar el mensaje de una sociedad alternativa.

La exhortación de Juan Bautista y su anuncio del futuro liberador, el Mesías, muestra que para Juan el cambio no sólo es deseable, sino también posible. Para que exista hay que  mirar la realidad de frente, tomar conciencia de la situación y, ante ella, hacer la opción correspondiente. Es decir, para una verdadera liberación no basta la reforma o el cambio en las instituciones; se requiere el cambio personal que permita una nueva relación humana.

Lo ocurrido con Juan muestra que toda denuncia de un orden injusto y toda propuesta de cambio radical ha de contar con la oposición violenta de los poderes establecidos. Son ellos los que reprimen todo anhelo de cambio, intentando por todos los medios sofocarlo.

CAP II. LA NUEVA HUMANIDAD

Resumamos ahora lo que nos dicen los evangelios acerca del mensaje de Jesús en medio de la situación conflictiva y tirante en el capítulo anterior.

Se explicará en primer lugar el significado del movimiento suscitado por Juan Bautista, personaje que aparece en los cuatro evangelios como preparador de la tarea de Jesús. A continuación se verá el compromiso de Jesús con la humanidad, expresado con su bautismo y, por contraste, en las tentaciones. Se expondrá por último la alternativa propuesta por Jesús.

miércoles, 24 de octubre de 2018

CAP I. E) LA EXPECTACIÓN DEL REINADO DE DIOS. Actitudes ante esta esperanza.

Ante la esperanza del reinado de Dios, cada grupo ideológico tenía su postura propia. He aquí las de los grupos más influyentes.

Los saduceos, que, por ser la clase dirigente y detentar el poder, no deseaban ningún cambio, habían renunciado a esa esperanza, prefiriendo la componenda con la situación política del momento, que aseguraba sus privilegios.

Los fariseos (el poder espiritual), integristas moderados que no ocultaban su odio a los romanos, se dedicaban a la práctica de la piedad, pensando que con eso acelerarían la llegada del reinado de Dios, pero no hacían nada por mejorar la situación social injusta. Se imaginaban que, si el pueblo era fiel a la ley religiosa, Dios intervendría en su momento con una especie de golpe de estado, por medio del Mesías, y cambiaría la situación existente. Maldecían a los que no pensaban ni actuaban como ellos, sobre todo a la gente sencilla, que no tenía estudios ni tiempo para una piedad tan complicada, echando la culpa del retraso del reinado de Dios a su falta de religión. Eran los piadosos, comprometidos con Dios, pero no con el hombre. Dado que la mayoría de los letrados eran fariseos y que a ellos se confiaba la enseñanza en la sinagoga, ésta era la mentalidad alienante que imbuían al pueblo.

Dicho de otro modo: para los fariseos, Dios ejerce su reinado (es decir, su dominio sobre el hombre) mediante la Ley, expresión de su soberanía y de su voluntad normativa. La respuesta del hombre es la obediencia de su Soberano y la aceptación del yugo de la ley. El reinado de Dios, como estado ideal del pueblo judío y de la humanidad, se concreta en la perfecta observancia. La figura del Mesías davídico se amplía con la del Maestro que explica las oscuridades de la Ley y exige su cumplimiento. La llegada del reinado de Dios depende exclusivamente de Dios mismo, por medio del Mesías victorioso.

Los esenios, grupo integrista extremo, aguardaban el reinado de Dios como los fariseos, sin ocuparse de nada que estuviera fuera de su círculo de elegidos.

Los nacionalistas zelotas, pertenecientes en su mayor parte a la clase oprimida, esperaban el reinado de Dios, pero no se cruzaban de brazos como los fariseos o esenios; eran activistas, pasaban a la acción directa y propugnaban la revolución viiolenta, cuyo primer objetivo sería liberar a Israel del dominio romano. Dentro de Israel, la revolución debía ser al mismo tiempo social, para mejorar la suerte de los pobres, y política, eliminando a los dirigentes indignos. El partido profesaba, por tanto, un reformismo radical.

Es decir, en la corriente zelota, sin estar ausente la fidelidad farisea a la Ley, se propugnaba la guerra santa contra el invasor; ésta sería apoyada por Dios y llevaría a la implantación de su reinado.

La corriente zelota acabó arrastrando tanto a fariseos como a esenios en su lucha contra Roma.

Como se ve, para fariseos, esenios y zelotas, el reinado de Dios se confundía con el régimen teocrático en Israel, una vez liberado del poder romano y eliminadas las clases colaboracionistas con ese poder. El reinado se interpretaba como dominio de Dios sobre el pueblo, ejercido a través de las instituciones tradicionales: monarquía, Ley, templo. Israel, a su vez, ejercería el dominio sobre los demás pueblos. Esta sería la etapa definitiva del pueblo escogido.

Las clases dirigentes eran, por tanto, o bien colaboracionistas (saduceos) o bien espiritualistas no comprometidos (letrados fariseos), que, aunque odiaban al régimen romano, no ponían en verdadero peligro su estabilidad.

El pueblo, despreciado y descuidado por los dirigentes, sin finalidad ni orientación en la vida (Mt 9,36: <<maltrechos y derrengados como ovejas sin pastor>>), simpatizaba con el partido nacionalista y, perdida toda esperanza de justicia por parte de las clases dominantes, fácilmente se adhería a la violencia.

Denominador común a todas las corrientes era la creencia en la validez de las instituciones y en el privilegio de Israel; pero, de una manera o de otra, todos, salvo los saduceos, propugnaban una reforma que renovase las instituciones.

En resumen: dejando aparte a los saduceos, que no deseaban cambio alguno, había dos posturas respecto a la llegada del reinado de Dios: la primera, propia de los fariseos y esenios, atribuía el cambio exclusivamente a la intervención divina; la segunda, propia de los zelotas, quería efectuar el cambio, contando con la ayuda de Dios, mediante la fuerza de las armas. 

CAP I. E) LA EXPECTACIÓN DEL REINADO DE DIOS.

La gran esperanza de Israel era el reinado de Dios, que había de cambiar el curso de la historia, liberando a Israel de todas sus opresiones y empezando la época de justicia, paz y prosperidad anunciada por los profetas, sobre todo a partir de la amarga experiencia de la deportación a Babilonia.

Es difícil sintetizar las variadas maneras como se concebía la liberación. Para algunos círculos, la salvación sería obra directa de Dios, sin mediación humana. Los fariseos, por su parte, esperaban un Mesías-maestro, segundo Moisés, que habría de explicar los puntos oscuros de la Ley e imponer la observancia. En los círculos esenios, el acento recaía sobre un mesianismo de tipo sacerdotal, por encima del político. Sin embargo, la expectación más extendida era la de un Mesías político, <<el hijo/sucesor de David>>, aunque con diversos matices.

Una especie de denominador común de esta expectación podría ser el siguiente: el reinado de Dios sería inaugurado por el Mesías, líder consagrado por Dios, rey de Israel restaurador de la monarquía de David, guerrero victorioso que expulsaría a los romanos, derrotaría y humillaría a las naciones paganas. Él sería el custodio y maestro de la Ley (Jn 4,25 ), el juez que purificaría al pueblo e inauguraría la época donde no habría pobres ni oprimidos, cuando todas las instituciones, rey, templo, sacerdotes, tribunales, funcionarían como era debido. Se acabaría el pecado, el hambre y la desgracia, para entrar en una sociedad feliz. Según muchos, el Mesías debía hacer su aparición en el alero del templo (Mt 4,5 ; Lc 4,9), desde donde haría su proclama al pueblo y empezaría su victoria.

CAP I D) LAS IDEOLOGÍAS. 6. Los samaritanos.

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Samaría, la provincia del centro, estaba habitada por una población que no era puramente judía; desde los tiempos de la invasión asiria (721 a. C.) se habían instalado allí colonos de otras naciones, y las razas y las creencias se habían mezclado.

Cuando comenzó la reconstrucción del templo después del exilio de Babilonia, Esdras no permitió a los samaritanos colaborar en ella, por no considerarlos verdaderos israelitas (Esd 4,1-3). Ellos erigieron su propio templo (Jn 4,20 ), pero los judíos lo destruyeron antes de la era cristiana, durante el reinado de Juan Hircano (ca. 129 a. C.). En tiempos de Jesús la enemistad entre samaritanos y judíos era muy grande, siendo peligroso para un judío viajar a través de Samaría. Los judíos, por su parte, tenían a los samaritanos por herejes y paganos y no querían trato con ellos (Jn 4,9).

CAP I D) LAS IDEOLOGÍAS. 5. Los herodianos.

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Desde que Herodes el Grande, un idumeo, se hizo con el poder (año 37 a. C.), destronando a la dinastía asmonea, los círculos religiosos judíos se pusieron en contra por considerarlo rey ilegítimo, no de pura raza judía. Además, el modo de vida pagano de Herodes el Grande y de su hijo Herodes Antipas ofendía los sentimientos religiosos de los judíos.

A pesar de eso, hubo algunos círculos judíos partidarios del régimen de los Herodes, que, por eso, eran llamados <<herodianos>> (Mc 3,6; 12,13). Bajo Herodes Antipas, eran, además de los cortesanos, los funcionarios reales, la gente principal de Galilea (Mc 6,21 ) y, en general, todos los que se beneficiaban del régimen.

domingo, 21 de octubre de 2018

CAP I D). LAS IDEOLOGÍAS. 4. Los zelotas.

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La última corriente importante era la de los nacionalistas fanáticos (<<zelotas>>), que constituían grupos clandestinos de resistencia.

La resistencia había empezado inmediatamente después de la muerte de Herodes el Grande (año 4 a. C). Uno de sus sucesores, Arquelao, poco antes de marchar a Roma para conseguir de Augusto el título de rey, tuvo que enfrentarse a una rebelión popular en Jerusalén, que él reprimió violentamente. Tras su marcha, volvieron a sublevarse los judíos, y, para sofocar la revuelta y restablecer el orden, tuvo que acudir Varo, el legado de Siria, quien, para garantizar la paz, antes de volverse a Antioquía, su lugar de residencia, dejó en Jerusalén una de sus legiones.

Mientras se tramitaba en Roma la sucesión de Herodes, el emperador nombró a Sabino procurador de Judea, y la opresión a que sometía al pueblo causó una nueva revuelta con ocasión de la fiesta de Pentecostés. La cosa llegó al punto de que los romanos se vieron obligados a conquistar la colina sobre la que se asentaba el templo. El tesoro del santuario cayó en sus manos como botín, y el propio Sabino se adueñó de 400 talentos (equivalentes a 2 400 000 denarios de plata; el denario era el jornal de un obrero).

La revuelta, sin embargo, no quedó sofocada. En los alrededores de Séforis, en Galilea, Judas, hijo de Ezequías de Gabala, que se había distinguido por su oposición a la tiranía de Herodes el Grande, sublevó a los galileos, y de ahí se pasó a un levantamiento general de los judíos. Esto provocó la inmediata vuelta de Varo con las dos legiones que aún le quedaban. La ciudad de Séforis fue incendiada y sus habitantes vendidos como esclavos. Se dirigió luego a Jerusalén y sofocó allí la revuelta, haciendo crucificar a unos 2 000 rebeldes.

Tras la deposición de Arquelao y el nombramiento de Coponio como primer procurador estable de Judea (año 6 d. C), Judas el Galileo (Hch 5,37 ), que había sobrevivido a la anterior revuelta, y el fariseo Sadoc, se opusieron al censo y al pago del tributo al emperador romano.

Para Judas y sus partidarios, pagar el tributo al emperador significaba reconocer su señorío, y esto le parecía traicionar el primer mandamiento de la Ley. El año 6 d. C., aprovechando la peregrinación de la fiesta de la Pascua, organizaron una nueva sublevación popular. La peregrinación había reunido en el templo a miles de judíos de toda Palestina. Estos comenzaron la rebelión contra los romanos, que fue ahogada en sangre, pereciendo en ella el propio Judas.

Tras la muerte de Judas, sus hermanos Simón y Jacob continuaron el movimiento de resistencia, siendo crucificados por su rebeldía en tiempo de Tiberio. Un descendiente de Judás, Menahén, fue quien se apoderó de Masada a comienzos de la revuelta judía del año 66 y quien, hasta que fue asesinado, acaudilló la revolución que estalló en Jerusalén. Un sobrino de éste, Eleazar, dirigió la resistencia final de los combatientes judíos en la fortaleza de Masada. De hecho, fueron los zelotas los que arrastraron al pueblo, y también a los esenios y a muchos fariseos, a la guerra contra los romanos, que causó la ruina de la nación. 

Entre los zelotas había un grupo de terroristas, armados de puñales (<<los sicarios>>), que, aprovechando las aglomeraciones de gente en las fiestas religiosas, asesinaban por la espalda a sus enemigos, es decir, a los colaboracionistas con el régimen romano.

Estos nacionalistas se reclutaban entre la clase oprimida; su oposición al censo y al tributo les ganó la simpatía de los campesinos y pequeños propietarios, mientras los terratenientes simpatizaban con el gobierno de Roma. Los zelotas tenían un programa de redistribución de la propiedad y, al principio de la guerra judía (año 66 d. C), destruyeron los registros de los prestamistas para liberar a los pobres del yugo de los ricos.

Aceptaban las instituciones, pero aborrecían a los que ocupaban los cargos, considerándolos unos traidores por colaborar con el poder extranjero. Ideológicamente eran reformistas radicales. El partido era fuerte en Galilea, por lo que los romanos los perseguían a muerte (Lc 13,1).