Si Dios es amor, necesariamente tiene que comunicarse; su deseo es hacer a otros partícipes de su propia realidad. Esta es la idea que propone Juan en el primer versículo de su Evangelio, que traducimos según su sentido más asequible: <<Al principio ya existía el Proyecto, y el Proyecto interpelaba a Dios, y un Dios era el Proyecto>>. El proyecto de Dios, que el hombre llegue a ser como él, se hace realidad en Jesús y sucesivamente en la humanidad nueva; ellos constituyen el término de la comunicación divina y la realización del proyecto. El deseo del Dios-amor por comunicarse se expresa en este versículo con la urgencia que supone la interpelación (<<el Proyecto interpelaba a Dios>>).
La calidad del amor divino se desprende del contenido mismo del Proyecto: <<un Dios era el Proyecto>>. El evangelista se refiere a la creación del hombre. Por tanto, el propósito de Dios es que el hombre llegue a una plenitud tal que posea la condición divina. Para que alcance esa plenitud, Dios quiere comunicarle su ser (<<Padre>>); y si Dios, la plenitud del ser, es amor, también la plenitud del hombre está en la línea del amor.
La condición para que Dios pueda comunicarse es que el hombre exista. Por eso la expresión preliminar del amor de Dios es la creación del género humano. Siendo la creación obra del amor, en vista de la realización del proyecto, queda excluido que Dios haya creado al hombre para que éste caiga, apenas creado, en un estado de ignominia tal que no merezca más que el rechazo de su Creador. El Dios exclusivamente bueno es incapaz de tal rechazo y, además, sería contradictorio que desde el principio pudiera cometer el hombre un acto capaz de invalidad el inmenso amor del Dios que lo había creado y de acarrear su propia condena.
El Dios únicamente bueno ama al hombre como es, en su condición de hombre, y con ello, a todos los hombres. Sin embargo, el amor supone estima; no ama Dios simplemente a un ser miserable; ama a un ser que, aunque de momento pueda ser miserable, lleva dentro unas posibilidades cuyo desarrollo puede hacer de él un <<hijo>>, es decir, uno semejante a él. Esa estima profunda, a pesar de las miserias humanas, es la expresión de la fe inquebrantable de Dios en el hombre.
Conforme a esto, el Dios que se revela en Jesús ofrece amor y vida a todos los hombres sin distinción, por encima de raza, religión o conducta. Fue precisamente la aceptación de los <<pecadores>> o descreídos y de la gente de mala fama por parte de Jesús lo que provocó el escándalo en su sociedad (Mc 2,15-18 par.; Lc 15,1s; 19,1-7); su respuesta era que su modo de proceder traducía el modo de ser de Dios.
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