sábado, 2 de marzo de 2019

CAP IV. EL DIOS DE JESÚS A) DIOS JUDÍO Y DIOSES PAGANOS.

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En la tradición judía, el relato de la creación había afirmado una relación de <<imagen y semajanza>> o, según el sentido del texto hebreo, <<de imagen exacta>> (Gn 1,26 GÉNESIS. CAPÍTULO 1.) entre el hombre y Dios. Esta afirmación atenuaba el concepto de trascendencia divina. Dios no era el totalmente distante ni el absolutamente desconocido; de alguna manera podía ser conocido a través del hombre mismo.

La idea del hombre-imagen, que acercaba Dios al hombre y dignificaba a éste, fue paulatinamente olvidada. El judaísmo insistió más y más en la trascendencia divina, es decir, en la distancia entre Dios y el hombre. Este fue considerado cada vez más como malo e indigno; un enorme pesimismo sobre la naturaleza humana era la nota dominante en tiempo de Jesús.

Los códigos de pureza y de santidad del Levítico (Lv 11-16 LEVÍTICO. CAPÍTULO 11.; 17,22 LEVÍTICO. CAPÍTULO 17.) y su interpretación rigorista propia del legalismo fariseo exacerbaban la distancia entre Dios y el hombre. Fenómenos humanos naturales (Lv 12,2-4 LEVÍTICO. CAPÍTULO 12.; 14,16s.19 LEVÍTICO. CAPÍTULO 14.), enfermedades (Lv 13 LEVÍTICO. CAPÍTULO 13.; 15 LEVÍTICO. CAPÍTULO 15.) y gran número de acciones cotidianas producían impureza, es decir, causaban la ruptura de la relación con Dios. El israelita vivía con un sentido continuo de culpa y de indignidad; veía en Dios a un Soberano exigente y minucioso a quien repugnaba la vida real del hombre. Necesariamente sumergido en su realidad cotidiana, se encontraba muy lejos de la idea de un Dios-amor.

La distancia y superioridad de ese Dios con relación a los hombres se reflejaba en el judaísmo del tiempo de Jesús en la prohibición de pronunciar su nombre (<<Yahvé>>), que quedaba sustituido por <<el Señor>>, <<la Potencia>>, <<el Altísimo>>, <<los cielos>>, etc. Esto revela que, en la práctica, se consideraba inconcebible cualquier familiaridad con Dios.

Por otra parte, el AT presentaba muchos ejemplos de un Dios rencoroso y violento. Baste recordar la destrucción de la humanidad por el diluvio (Gn 6-7 GÉNESIS. CAPÍTULO 6. GÉNESIS. CAPÍTULO 7.) o la de las ciudades malditas (Gn 19,24-29 GÉNESIS. CAPÍTULO 19.), el exterminio por orden divina de los que habían adorado al becerro de oro (Ex 32,27-29 ÉXODO. CAPÍTULO 32.), la muerte de los hijos de Aarón (Lv 10,1-7 LEVÍTICO. CAPÍTULO 10.), el castigo por haber deseado carne para comer (Nm 11,31-35 NÚMEROS. CAPÍTULO 11), el de María, hermana de Moisés (Nm 12,5-10 NÚMEROS. CAPÍTULO 12.), la muerte en el desierto (Nm 14,26-30 NÚMEROS. CAPÍTULO 14.), el castigo de Córaj y sus compañeros, familias y bienes (Nm 16,28-35 NÚMEROS. CAPÍTULO 16.), las tremendas maldiciones en caso de infidelidad del pueblo (Lv 16,14-41 ; Dt 28,15-68 DEUTERONOMIO: CAPÍTULO 28.), el exterminio de los habitantes de Canaán a medida que avanzaba la conquista (Jos 6,17.21 JOSUÉ. CAPÍTULO 6.; 8,2.24-26 JOSUÉ. CAPÍTULO 8.; 10,28-43 JOSUÉ. CAPÍTULO 10.; 11,9-11.18-22 JOSUÉ. CAPÍTULO 11.), la pena de muerte para los violadores del sábado (Ex 31,15 ÉXODO. CAPÍTULO 31.) y para los reos de ciertos pecados sexuales (Lv 20,13.15 LEVÍTICO. CAPÍTULO 20.), los oráculos proféticos contra las naciones paganas o contra el mismo Israel (Is 9,7-21; 19,1-15; 25,9-12; 26,20-27,1; 30,27-33; 34; Jr 12,7-13; Ez 5,5-17; 6; Am 1,3-16; 8,9-14)





La idea resultante, cristalizada en la teología farisea, era la de un Dios lejano y exigente, que miraba con favor a los que observaban sus innumerables preceptos y que aborrecía y castigaba a los que no le obedecían con minuciosa fidelidad.

Aunque muchos profetas habían insistido en el amor de Yahvé por Israel (Os 2,16-25; Is 49,14-26; Jr 2,1-13, etc), el pueblo, adoctrinado por sus dirigentes religiosos, conservaba la imagen de un Dios distante, celoso de su soberanía y objeto de temor.

OSEAS

En cuanto a los paganos, en particular los griegos, la relación con sus dioses o su dios supremo no se había concebido nunca como amor personal por parte de la divinidad, o que pudiese haber el menor vínculo entre el dios trascendente, inmenso, incomprensible, y la insignificancia que es el hombre sobre la tierra. Ni siquiera cuando afirmaba Platón que Dios es bueno se refería al individuo, sino al orden del mundo, a su conjunto. Que en ese conjunto miles o millones de individuos viviesen y muriesen atormentados no afectaba para nada a la armonía total; es más, ésta implicaba el dolor de los individuos, pues, según los filósofos, la decadencia y la muerte eran imprescindibles para que el mundo se renovase.

El atributo esencial de los dioses era su poder, y su diferencia específica respecto al género humano consistía en ciertos privilegios (inmortalidad, felicidad), de los que estaban celosos; toda felicidad humana que sobrepasara ciertos límites les parecía arrogancia y era irremediablemente castigada.

En consecuencia, la actitud general del pagano era de temor, con deseo de evitar el castigo. Su sistema religioso consistía en un conjunto de ritos destinados a aplacar a los dioses, a <<poner a bien>> con ellos. La idea de la bondad divina estaba completamente ausente. Una divinidad podía proteger particularmente a un héroe (Atenea a Ulises, por ejemplo), sin perjuicio de ser terriblemente cruel con otro (Atenea con Ayax).

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