viernes, 19 de abril de 2019

CAP IV. EL DIOS DE JESÚS. B) LA NOVEDAD DE JESÚS: EL DIOS-AMOR. 7. Un Dios tierno.

El Dios-amor manifestado por Jesús difiere también del concepto de un Dios impasible e insensible, propio de las religiones o de la filosofía. Si Dios es amor, no es posible que permanezca indiferente ante la suerte de los hombres y ha de reaccionar con viveza ante aquellas situaciones humanas que se oponen al amor. El mal que sufren los hombres tiene afectarle.

Así lo subrayan los tres sinópticos cuando, ante determinadas situaciones humanas negativas, describen la reacción de Jesús con un verbo de sentimiento, <<conmoverse>>, que el Antiguo Testamento reserva para expresar la sensibilidad de Dios. De este modo ponen de relieve que Jesús, presencia de Dios en la tierra, reacciona como lo hace Dios mismo.

Jesús se conmueve ante la marginación extrema a que la sociedad judía condenaba, en nombre de Dios, a los que consideraba <<impuros>>; responde oponiéndose a la Ley que sancionaba la marginación, privando así a ésta de su fundamento. Con su actuación niega que pueda utilizarse el nombre de Dios para marginar a ningún ser humano y afirma que su labor, como la de Dios mismo, tiene a suprimir todo estado de marginación impuesto por la sociedad religiosa o civil (Mc 1,39-45).

En Mt 9,36 se describe la misma reacción de Jesús. A la vista de las multitudes <<se conmovió, porque andaban maltrechas y derrengadas como ovejas sin pastor>>. Ante esa situación, envía a los Doce <<a las ovejas descarriadas de Israel>> (Mt 10,6), con una misión liberadora (10,1); viendo el estado en que se encuentra el pueblo, pide al Padre que multiplique el número de enviados que trabajen por su liberación (9,37s).

Lo mismo sucede cuando siguen a Jesús multitudes hambrientas, tanto judías como paganas (Mc 6,34 par.; 8,2 par.). Su indigencia conmueve a Jesús, en contraste con la insensibilidad de sus discípulos (Mc 6,36; 8,4). Les enseña a compartir lo que tienen (Mc 6,37-44 par.; 8,5-9 par.), para que comprendan que sólo a través de la solidaridad podrán los indigentes liberarse de la opresión económica que sufren.

En el episodio del muchacho epiléptico (Mc 9,14-29), figura del pueblo desesperado, es el padre, que representa al mismo pueblo en cuanto ve en Jesús un posible liberador, quien le pide que se conmueva por su situación (9,22). De hecho, Jesús ejerce su actividad liberadora, de la que habían sido incapaces los discípulos (9,18.28), levantando al epiléptico / pueblo (9,27).

En el Evangelio de Lucas se describe el encuentro de Jesús con el cortejo fúnebre que sale del pueblo de Naín (Lc 7,11-16). La madre viuda es figura de la nación alejada de Dios; el hijo único, muerto, representa al pueblo, sin vida por esa  lejanía. La escena significa la situación extrema del pueblo judío, que, al apartarse de Dios, ha perdido toda esperanza de porvenir. Ante esta tragedia, Jesús se conmueve (7,13), le devuelve la vida y abre a la nación un porvenir nuevo.

El episodio de los dos ciegos de Jericó (Mt 20,29-34) expone la situación de los discípulos, que, cegados por la ideología nacionalista del judaísmo, no entienden el mesianismo de Jesús. Tampoco permanece Jesús indiferente ante esta situación ni ante el grito angustiado que la expresa (20,31). Por el contrario, <<conmovido, les tocó los ojos>> (20,34). El resultado es la visión y el seguimiento. De este modo expresa el evangelista su certeza de que aquellos discípulos acabarán comprendiendo a Jesús y siguiéndolo de verdad.

Confirmando que esta ternura de Jesús es la propia del Dios-amor, Lucas, en la parábola del  hijo pródigo (15,11-32), describe así la reacción del padre, figura de Dios, ante la vuelta del hijo: <<Cuando aún estaba lejos, lo vio su padre y se conmovió; salió corriendo, se le echó al cuello y lo cubrió de besos>> (15,20).

Paralalelamente, Mateo, en la parábola de los dos deudores (18,23-34), narra cómo el rey, de nuevo figura de Dios, se conmueve (18,27) y perdona la impagable deuda, como respuesta a la súplica desgarrada del deudor, mostrando así que Dios es sensible a la tragedia humana aunque ésta haya sido provocada por las culpas del propio hombre.

Finalmente, la ternura del Dios-amor, que se manifiesta en Jesús, debe ser también característica de todo hombre. Así lo sugiere Lucas en la parábola del buen samaritano (10,30-35), cuando, en contraste con el sacerdote y el clérigo, describe la reacción de éste ante el prójimo necesitado: <<Llegó adonde estaba el hombre y, al verlo, se conmovió>> (10,33). Al jurista que le había preguntado quién era su prójimo (10,29), Jesús le pone como modelo la conducta del despreciado samaritano (10,37), que refleja la actitud de Dios mismo.

Una línea constante del Antiguo Testamento muestra un Dios que hace suya la causa de los pobres, los desvalidos, los que son víctimas de la injusticia, y sale en su defensa; un Dios que toma partido por aquellos de los que nadie se preocupa (Ex 3,7-10; Dt 10,18; Sal 10,17s; 12,6; 35,10; 82,1-4; 107; Is 1,17; 58,6s; 61,1; Jr 21,11s; 22,15s; Ez 34, etcétera).

Jesús sigue esta línea del Dios defensor de los humildes. Así lo muestra cuando en la sinagoga de Nazaret (Lc 4,16-21) define su misión aplicándose el texto de Is 61,1-2: <<El Espíritu del Señor descansa sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado a dar la buena noticia a los pobres, a proclamar la libertad a los cautivos y la vista a los ciegos, a poner en libertad a los oprimidos, a proclamar el año favorable del Señor.>>

Ante la pregunta de los emisarios de Juan Bautista sobre si era él el Mesías esperado, Jesús describe su actividad en estos términos: <<Ciegos ven y cojos andan, leprosos quedan limpios y sordos oyen, muertos resucitan y pobres reciben la buena noticia>> (Mt 11,3-4).

Como Dios mismos, Jesús se pone del lado de los despreciados por la sociedad: marginados, descreídos y gentes de mala fama (Mc 2,15-17 par.; Lc 15; 19,1-9); rescata con ternura a los que yerran (Mt 18,12-14); en la sociedad pagana, ofrece a los oprimidos un camino de liberación (Mc 5,2-20 y paralelos).

Su solidaridad con los parias de la tierra llega hasta el punto de hacer suya su causa (Mt 25,40: <<cada vez que lo hicisteis con uno de estos hermanos míos tan insignificantes, lo hicisteis conmigo>>); de este modo, desde ellos, apela a la solidaridad humana para que acabe con la injusticia.

Finalmente, su muerte en cruz, como un criminal, lo identifica con todos los inocentes que son víctimas de los poderes opresores.



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