miércoles, 17 de abril de 2019

CAP IV. EL DIOS DE JESÚS. B) LA NOVEDAD DE JESÚS: EL DIOS-AMOR. 4. Un Dios siempre dispuesto a perdonar.

El Dios-amor, el Padre, es el que no castiga, sino que está siempre dispuesto a perdonar. Así lo ilustra el Evangelio de Mateo (18,21-22). La pregunta de Pedro a Jesús: <<Señor, y si mi hermano me sigue ofendiendo, ¿cuántas veces lo tendré que perdonar?, ¿siete veces?>>, recibe esta respuesta: <<Siete veces, no; setenta veces siete>>. La razón se expone en la parábola siguiente (18,23-35), donde se muestra a un Dios dispuesto a perdonar aun las mayores faltas del hombre; si ése es el comportamiento de Dios, el hombre no tiene ningún pretexto para negar a nadie su perdón.

El deseo de Dios de restablecer su relación con el hombre cuando éste la ha roto aparece claramente en la parábola del hijo pródigo (Lc 15,11-32). En ella, el padre, figura de Dios, no deja siquiera que su hijo termine las palabras de arrepentimiento que llevaba preparadas (15,18-21). Su alegría por la vuelta del hijo es desbordante (15,20.22); el evangelista subraya la intensidad del amor de Dios por los hombres, en particular por los que según el juicio común menos se lo merecen (cf. 15,1-2). El ofrecimiento del perdón manifiesta la fe en el hombre, por mala que sea su conducta.

Nada hay en Dios de rencor o venganza. Es por eso por lo que Jesús deroga la antigua ley del talión: <<Ojo por ojo y diente por diente>> (Mt 5,38-42), que justificaba la venganza personal. Paralelamente rechaza la venganza colectiva, como aparece en el episodio de la sinagoga de Nazaret, tal como lo relata Lucas (4,16-30). Jesús, al leer el conocido pasaje de Is 61,1-2, omite el verso final, donde se menciona <<el día del desquite de nuestro Dios>>. Esto provoca la repulsa de sus conciudadanos, que esperaban la revancha contra los pueblos paganos que habían dominado a Israel. La renuncia total a la venganza refleja la actitud de Dios respecto al hombre.

Esa misma es la actitud de Jesús. Cuando está para morir en la cruz, en lugar de sentir rencor contra los que lo matan, los excusa de algún modo ante el Padre, aduciendo que no se dan cuenta de las consecuencias de su acción (Lc 23,34: <<Padre, perdónalos, que no saben lo que están haciendo>>).

Para obtener el perdón sólo se requiere, por parte del hombre, el reconocimiento de su error/pecado, que, de una manera u otra, consiste en cometer un daño o injusticia contraria al amor. Mientras el hombre no rectifique su actitud, no deja cauce para recibir el amor / perdón de Dios.

Paralelamente, sólo puede ser perdonado quien está dispuesto a perdonar; el que se niega a perdonar cerrándose de ese modo al amor de los demás se incapacita para ser objeto del amor / perdón de Dios (Mt 6,12: <<perdónanos nuestras deudas, que también nosotros perdonamos a nuestros deudores>>; 6,14s: <<pues si perdonáis sus culpas a los demás, también vuestro Padre del cielo os perdonará a vosotros. Pero si no perdonáis a los demás, tampoco vuestro Padre perdonará vuestras culpas>>, cf. 18,35). El amor que procede del Padre y se manifiesta y se comunica a través de Jesús es una corriente que no puede detenerse; por su misma naturaleza exige la difusión, la propagación. Quien se niega a comunicar el amor se hace incapaz de recibirlo.

El perdón manifiesta el amor e implica la estima del hombre, al que nunca se considera como una causa desesperada. Siempre hay posibilidad de rectificación y de cambio.

El caso extremo de la esperanza ilimitada de Dios en el hombre aparece con ocasión de la traición de Judas, tal como la describe el Evangelio de Juan. Aun después de haber él decidido entregar a Jesús, éste le muestra su amistad incondicional con un signo de especial deferencia: le ofrece un trozo de pan mojado en la salsa, simbolizando con esto el ofrecimiento de su propia persona. De este modo, le da la última oportunidad para que recapacite; pone su vida en sus manos para ver si ese gesto extremo cambia su corazón (Jn 13,21-27).

Paralelamente, cuando Jesús está ya crucificado, todavía se dirige a sus enemigos, esperando de ellos una manifestación de solidaridad humana que los habría salvado (Jn 19,28: <<Tengo sed>>). Muestra así su amor hasta el fin.





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