domingo, 28 de octubre de 2018

CAP II. LA NUEVA HUMANIDAD A) LA ESPERANZA DEL CAMBIO: JUAN BAUTISTA.

Como se ha dicho, los cuatro evangelios subrayan que, antes que Jesús comenzara su labor, otro personaje, Juan Bautista, suscitó un movimiento popular como preparación a ella.

Juan aparece en los evangelios como un hombre nada convencional, que, situado en el desierto, es decir, fuera de la sociedad y de las instituciones judías, exhorta a la gente a cambiar de vida (Mc 1,4-8 par. ). Fundamenta su exhortación afirmando que el reinado de Dios, la esperanza del pueblo judío, estaba a las puertas (Mt 3,2 ).

Siguiendo la línea de los profetas del Antiguo Testamento, proclama la necesidad de un cambio de vida para obtener de Dios el perdón de los pecados. En el lenguaje profético y en el de Juan, el pecado se identifica con la injusticia, es decir, con todo aquello que, al oponerse al bien y al desarrollo del hombre, impide su plenitud de vida. En consecuencia, según el mensaje del Bautista, el hombre obtiene el perdón de Dios o, en otras palabras, restaura la relación con él cuando está dispuesto a abandonar su conducta injusta.

De hecho, el perdón de Dios es una expresión de su amor por el hombre, pero este amor no puede comunicarse si el hombre, por su parte, se cierra al amor de los demás e, indiferente al dolor y al daño de los otros, practica la injusticia. Para que haya una auténtica relación con Dios tiene que haber una buena relación con el prójimo.

Entre Juan, el profeta que habla en nombre de Dios desde el desierto, y las instituciones judías se establece una distancia y una oposición. Según la doctrina oficial, la gente habría debido ir al templo para obtener el perdón. Juan, por el contrario, prescinde del templo y de las instituciones religiosas y promete el perdón desde el desierto.

Estar en el desierto, el lugar asocial, significa situarse en oposición a la sociedad, y la exhortación a la justicia la denuncia como injusta. La llamada de Juan desde el desierto invita a la gente a romper con esa forma de sociedad. Es decir, pretende despertar el anhelo de cambio, haciendo tomar conciencia al pueblo de la injusticia existente y suscitando el deseo de alejarse de ella.

La mención del desierto y del río Jordán alude al antiguo éxodo de Israel, es decir, al paso de este pueblo de la esclavitud a la libertad. De este modo indican los evangelios que la sociedad judía del tiempo de Jesús, que, según la doctrina oficial, constituía la nación privilegiada, elegida por Dios, que gozaba de su presencia y de su Ley, superior por ello a todos los demás pueblos, era en realidad un ámbito de esclavitud u opresión, necesitado de una nueva liberación. Pero, a diferencia del antiguo éxodo, y según lo indica el Bautista, esta liberación no podía realizarse más que empezando por el cambio personal.

Para expresar el cambio radical de vida escoge Juan un símbolo propio de la cultura judía del tiempo, el bautismo, es decir, la inmersión en el agua, en este caso en el río Jordán. En aquella cultura, sumergirse en el agua era símbolo de muerte, equivalía a morir ahogado. Por eso se utilizaba la inmersión para indicar el cambio total de estado o de vida, por ejemplo, cuando se pasaba de la esclavitud a la libertad o se abrazaba la religión judía dejando el paganismo.

Al aceptar ser bautizada por Juan, la gente reconocía su complicidad con la injusticia que reinaba en la sociedad y se comprometía a dejar de practicarla. El pasado de injusticia debía quedar sepultado en el agua, para empezar una vida nueva.

Pero Juan no propone este bautismo como una ceremonia privada, sino pública. Es más, todos los que acudían tenían que reconocer en voz alta su propia contribución a la injusticia existente (Mc 1,5: <<confesaban sus pecados>> ). Así, el movimiento comenzado por Juan se convierte en una muestra del descontento colectivo con la situación social del tiempo. Es una contestación de masas frente a las estructuras sociales y religiosas del pueblo judío.

La respuesta del pregón de Juan es multitudinaria (Mc 1,5). Acude en masa gente de toda Palestina e incluso de Jerusalén. La conciencia de la injusticia es general, y ante la exhortación del profeta, surge un movimiento que la rechaza.

El impacto popular del pregón de Juan alarma, naturalmente, a las autoridades religioso-políticas. Estas envían una comisión para investigar (Jn 1,19 ). Temen que Juan sea el Mesías (cf. Lc 3,15 , es decir, el líder que, según la idea de ellos, debía poner orden en las instituciones, acabando con la corrupción y con la explotación que ejercían sobre el pueblo. Un Mesías que se colocase desde el principio frente a las instituciones sería un individuo peligroso, pues pondría en tela de juicio el orden establecido. Juan, sin embargo, niega ser él el Mesías (Jn 1,20); se declara precursor, uno que prepara la llegada del liberador esperado.

Aunque se distancia de las instituciones o, mejor, se coloca frente a ellas, Juan no empieza formulando una crítica a los dirigentes ni proponiendo proyectos de reforma. La injusticia se encuentra en todas las capas sociales, y para que las cosas cambien eficazmente hace falta que cada individuo se proponga cambiar su comportamiento respecto a los demás. De hecho, la sociedad es injusta porque todos y cada uno, a uno u otro nivel, profesan los principios que origina la injusticia.

Contrasta la masiva respuesta popular a esta llamada al cambio con la actitud de los dirigentes religioso-políticos del pueblo. Estos no hacen caso de la exhortación de Juan (Mc 11,30-33 .); hipócritamente, estaban a lo sumo dispuestos a someterse al rito externo, pero sin cambiar de actitud (Mt 3,7-9 ), desvirtuando así el sentido de aquel bautismo.

La actividad de Juan Bautista chocó de tal modo con los intereses de los poderes establecidos, que éstos lo encarcelaron y acabaron dándole muerte (Mc 1,14  ; 6,14-29   par.).

En conclusión, la unanimidad de los evangelistas en presentar la figura y actividad de Juan Bautista como preparación a la labor de Jesús indica que, según ellos, la mejor preparación para aceptar el mensaje que Jesús va a proponer consiste en suscitar previamente en la gente el anticonformismo y el deseo de cambio, adquiriendo un espíritu crítico que les permita darse cuenta de la injusticia imperante y de su propia complicidad con ella. Sólo así podrán romper con esa injusticia y estarán dispuestos a aceptar el mensaje de una sociedad alternativa.

La exhortación de Juan Bautista y su anuncio del futuro liberador, el Mesías, muestra que para Juan el cambio no sólo es deseable, sino también posible. Para que exista hay que  mirar la realidad de frente, tomar conciencia de la situación y, ante ella, hacer la opción correspondiente. Es decir, para una verdadera liberación no basta la reforma o el cambio en las instituciones; se requiere el cambio personal que permita una nueva relación humana.

Lo ocurrido con Juan muestra que toda denuncia de un orden injusto y toda propuesta de cambio radical ha de contar con la oposición violenta de los poderes establecidos. Son ellos los que reprimen todo anhelo de cambio, intentando por todos los medios sofocarlo.

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