miércoles, 24 de octubre de 2018

CAP I. E) LA EXPECTACIÓN DEL REINADO DE DIOS. Actitudes ante esta esperanza.

Ante la esperanza del reinado de Dios, cada grupo ideológico tenía su postura propia. He aquí las de los grupos más influyentes.

Los saduceos, que, por ser la clase dirigente y detentar el poder, no deseaban ningún cambio, habían renunciado a esa esperanza, prefiriendo la componenda con la situación política del momento, que aseguraba sus privilegios.

Los fariseos (el poder espiritual), integristas moderados que no ocultaban su odio a los romanos, se dedicaban a la práctica de la piedad, pensando que con eso acelerarían la llegada del reinado de Dios, pero no hacían nada por mejorar la situación social injusta. Se imaginaban que, si el pueblo era fiel a la ley religiosa, Dios intervendría en su momento con una especie de golpe de estado, por medio del Mesías, y cambiaría la situación existente. Maldecían a los que no pensaban ni actuaban como ellos, sobre todo a la gente sencilla, que no tenía estudios ni tiempo para una piedad tan complicada, echando la culpa del retraso del reinado de Dios a su falta de religión. Eran los piadosos, comprometidos con Dios, pero no con el hombre. Dado que la mayoría de los letrados eran fariseos y que a ellos se confiaba la enseñanza en la sinagoga, ésta era la mentalidad alienante que imbuían al pueblo.

Dicho de otro modo: para los fariseos, Dios ejerce su reinado (es decir, su dominio sobre el hombre) mediante la Ley, expresión de su soberanía y de su voluntad normativa. La respuesta del hombre es la obediencia de su Soberano y la aceptación del yugo de la ley. El reinado de Dios, como estado ideal del pueblo judío y de la humanidad, se concreta en la perfecta observancia. La figura del Mesías davídico se amplía con la del Maestro que explica las oscuridades de la Ley y exige su cumplimiento. La llegada del reinado de Dios depende exclusivamente de Dios mismo, por medio del Mesías victorioso.

Los esenios, grupo integrista extremo, aguardaban el reinado de Dios como los fariseos, sin ocuparse de nada que estuviera fuera de su círculo de elegidos.

Los nacionalistas zelotas, pertenecientes en su mayor parte a la clase oprimida, esperaban el reinado de Dios, pero no se cruzaban de brazos como los fariseos o esenios; eran activistas, pasaban a la acción directa y propugnaban la revolución viiolenta, cuyo primer objetivo sería liberar a Israel del dominio romano. Dentro de Israel, la revolución debía ser al mismo tiempo social, para mejorar la suerte de los pobres, y política, eliminando a los dirigentes indignos. El partido profesaba, por tanto, un reformismo radical.

Es decir, en la corriente zelota, sin estar ausente la fidelidad farisea a la Ley, se propugnaba la guerra santa contra el invasor; ésta sería apoyada por Dios y llevaría a la implantación de su reinado.

La corriente zelota acabó arrastrando tanto a fariseos como a esenios en su lucha contra Roma.

Como se ve, para fariseos, esenios y zelotas, el reinado de Dios se confundía con el régimen teocrático en Israel, una vez liberado del poder romano y eliminadas las clases colaboracionistas con ese poder. El reinado se interpretaba como dominio de Dios sobre el pueblo, ejercido a través de las instituciones tradicionales: monarquía, Ley, templo. Israel, a su vez, ejercería el dominio sobre los demás pueblos. Esta sería la etapa definitiva del pueblo escogido.

Las clases dirigentes eran, por tanto, o bien colaboracionistas (saduceos) o bien espiritualistas no comprometidos (letrados fariseos), que, aunque odiaban al régimen romano, no ponían en verdadero peligro su estabilidad.

El pueblo, despreciado y descuidado por los dirigentes, sin finalidad ni orientación en la vida (Mt 9,36: <<maltrechos y derrengados como ovejas sin pastor>>), simpatizaba con el partido nacionalista y, perdida toda esperanza de justicia por parte de las clases dominantes, fácilmente se adhería a la violencia.

Denominador común a todas las corrientes era la creencia en la validez de las instituciones y en el privilegio de Israel; pero, de una manera o de otra, todos, salvo los saduceos, propugnaban una reforma que renovase las instituciones.

En resumen: dejando aparte a los saduceos, que no deseaban cambio alguno, había dos posturas respecto a la llegada del reinado de Dios: la primera, propia de los fariseos y esenios, atribuía el cambio exclusivamente a la intervención divina; la segunda, propia de los zelotas, quería efectuar el cambio, contando con la ayuda de Dios, mediante la fuerza de las armas. 

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