miércoles, 24 de octubre de 2018

CAP I. E) LA EXPECTACIÓN DEL REINADO DE DIOS.

La gran esperanza de Israel era el reinado de Dios, que había de cambiar el curso de la historia, liberando a Israel de todas sus opresiones y empezando la época de justicia, paz y prosperidad anunciada por los profetas, sobre todo a partir de la amarga experiencia de la deportación a Babilonia.

Es difícil sintetizar las variadas maneras como se concebía la liberación. Para algunos círculos, la salvación sería obra directa de Dios, sin mediación humana. Los fariseos, por su parte, esperaban un Mesías-maestro, segundo Moisés, que habría de explicar los puntos oscuros de la Ley e imponer la observancia. En los círculos esenios, el acento recaía sobre un mesianismo de tipo sacerdotal, por encima del político. Sin embargo, la expectación más extendida era la de un Mesías político, <<el hijo/sucesor de David>>, aunque con diversos matices.

Una especie de denominador común de esta expectación podría ser el siguiente: el reinado de Dios sería inaugurado por el Mesías, líder consagrado por Dios, rey de Israel restaurador de la monarquía de David, guerrero victorioso que expulsaría a los romanos, derrotaría y humillaría a las naciones paganas. Él sería el custodio y maestro de la Ley (Jn 4,25 ), el juez que purificaría al pueblo e inauguraría la época donde no habría pobres ni oprimidos, cuando todas las instituciones, rey, templo, sacerdotes, tribunales, funcionarían como era debido. Se acabaría el pecado, el hambre y la desgracia, para entrar en una sociedad feliz. Según muchos, el Mesías debía hacer su aparición en el alero del templo (Mt 4,5 ; Lc 4,9), desde donde haría su proclama al pueblo y empezaría su victoria.

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