lunes, 24 de septiembre de 2018

CAP I. C) LAS INSTITUCIONES JUDÍAS. 2. El templo.


El templo, situado en Jerusalén, era el centro religioso y político de Israel. El que conoció Jesús era el que comenzó a reconstruir Herodes el año 20 a.C. y cuyas obras duraron más o menos hasta el 64 d. C.

El esplendor del templo de Herodes era extraordinario. Los portones estaban recubiertos de oro y plata, excepto la puerta de Nicanor, que era de bronce de Corinto y que superaba en valor a las demás puertas. Eran también de oro las puntas de aguja que había sobre el templo. La fachada del santuario, que medía 27,5 m2, estaba toda ella recubierta de placas de oro, lo mismo que la pared y la puerta entre el vestíbulo y la primera cámara del santuario (el Santo); las placas tenían el grosor de una moneda. De las vigas del vestíbulo colgaban cadenas del mismo metal. Sobre la entrada que conducía del vestíbulo a la primera cámara se extendía una viña de oro, que crecía continuamente con las donaciones de sarmientos de oro, que los sacerdotes se encargaban de colgar. Sobre esta entrada, además de otras ofrendas muy valiosas, pendía un espejo de oro, que reflejaba los rayos del sol naciente y que había sido donado por la reina Helena de Adiabene. En la primera cámara, que contenía singulares obras de arte, estaba el candelabro de siete brazos de oro macizo, de cerca de setenta kilos de peso, y la mesa de los panes de la proposición también de oro y de mayor peso aún. La segunda cámara (el Santísimo) estaba asimismo recubierta de oro.

En el templo se celebraba un culto diario, consistente en dos sacrificios de animales, el de la mañana y el de la tarde. Pero los momentos de esplendor del culto eran las grandes fiestas religiosas judías, especialmente Pascua, Pentecostés y las Chozas (los Tabernáculos), a las que todos los judíos a partir de los trece años tenían que acudir en peregrinación. En esas ocasiones, Jerusalén, que tenía en aquella época de 25 000 a 30 000 habitantes, veía enormemente multiplicada su población. (La población judía de Palestina era en torno al medio millón.)

El templo se sostenía gracias a las contribuciones de los judíos de todo el mundo. Todos los mayores de veinte años, incluso los que vivían en el extranjero, que eran muchos, tenían que pagar un impuesto anual para el templo equivalente a dos días de jornal (Mt 17,24).

El Palestina y en el extranjero, un mes antes de Pascua, se colocaban por todo el país las mesas de los recaudadores, y diez después se instalaban en el templo. En cada localidad había personas designadas para recaudar el impuesto del distrito, aunque podía mandarse directamente al templo. Si no podía entregarse en moneda legítima (sin efigie del emperador), había que pagar una tasa adicional del dos por ciento para los cambistas.

Para facilitar el transporte desde el extranjero hasta Jerusalén se permitía cambiar las sumas del impuesto en monedas de oro. La entrega se realizaba en tres ocasiones al año. Lo procedente de Palestina, medio mes antes de la fiesta de Pascua. Para las comarcas vecinas, el plazo terminaba medio mes antes de la fiesta de Pentecostés. El impuesto de las regiones lejanas debía ser entregado medio mes antes de la fiesta de las Chozas, que se celebraba en septiembre. Para esta última fiesta acudía a Jerusalén mayor número de extranjeros, y bajo su protección se podía transportar el dinero con mayor seguridad.

El dinero del impuesto se depositaba en el templo, en las cámaras del tesoro. Para emplearlo en el culto se retiraba antes de cada una de las tres grandes fiestas.

El tesoro recibía también la plata del rescate de los primogénitos y los votos o promesas, para los que existía una tarifa o arancel preciso. Para el mantenimiento de los clérigos había que pagar al tesoro el diez por ciento de los frutos de la tierra (Mt 23,23). Además, el templo recibía donativos (Mc 7,11) y abundantes limosnas, sobre todo de la gente rica (Mc 12,41), y otros dones voluntarios, que se aceptaban aunque proviniesen de no judíos. Otros ingresos procedían del comercio organizado de animales destinados a los sacrificios y del cambio de moneda extranjera, considerada impura por llevar la imagen del emperador, por la acuñada en el templo (Mc 11,15).

En la reconstrucción del templo llevada a cabo por Herdoes, éste había situado la sala del Tesoro junto al llamado patio de las mujeres. En la fachada exterior de este patio había trece cepillos de madera, en forma de embudo, donde los fieles echaban sus limosnas obligatorias o voluntarias. Siete de estos cepillos, donde se echaban las limosnas obligatorias, tenían letreros en arameo indicando su finalidad. Los seis cepillos restantes llevaban la inscripción <<A voluntad>>, especificando la intención. El dinero de los primeros siete cepillos era empleado por los sacerdotes, que ofrecían sacrificios según la suma recaudada. El de los seis restantes se destinaba a otros sacrificios. Otra parte de los fondos costeaba diferentes trabajos de reparación y conservación del templo y de la ciudad. Se compraba también vino, aceite y harina, que se vendían, con una ganancia para el templo, a los particulares que deseaban hacer ofrendas.

El tesoro del templo hacía las funciones de banco. En él se depositaban bienes de particulares, sobre todo de la aristocracia de Jerusalén, en especial de las altas familias sacerdotales. Los fondos del templo, unidos a sus propiedades en terrenos y fincas, hacían de él la mayor institución bancaria de la época.

Era, por consiguiente, una gran empresa económica, administrada por los sumos sacerdotes, quienes no sólo detentaban el poder político y religioso, sino que eran al mismo tiempo una potencia financiera importante.

La ciudad de Jerusalén vivía prácticamente del templo, que procuraba granes ingresos, sobre todo en las épocas de peregrinación, tres veces al año, cuando acudían, además de los judíos de Palestina (Jn 7,9-10), gente del extranjero (Jn 12,20).

Tan grande debió ser la riqueza del templo, junto con la de las familias sacerdotales de Jerusalén, que, después de la conquista y destrucción de la ciudad el año 70 d.C., el precio del oro bajó a la mitad en toda la provincia romana de Siria.

domingo, 23 de septiembre de 2018

CAP I. C) LAS INSTITUCIONES JUDÍAS. 1. El Gran Consejo o Sanedrín.


El gobierno judío propiamente dicho estaba en manos de un Gran Consejo (Sanedrín) compuesto de 70 miembros, más el sumo sacerdote primado, su presidente. El Consejo estaba formado por tres grupos: 1º, los sumos sacerdotes; 2º, los senadores seglares (<<ancianos>> o <<presbíteros>>), 3º, los letrados (<<escribas>>) u hombres de letras, entendidos en las cuestiones de la religión y la Ley judía.

La figura del sumo sacerdote era sagrada. Originalmente, el cargo era de por vida, pero en la época de Jesús no era ya vitalicio ni hereditario, pues los romanos, como lo había hecho anteriormente Herodes, deponían y nombraban al sumo sacerdote según sus conveniencias políticas. El sumo sacerdote se elegía entre un reducido número de familias, de modo que esta dignidad no salía fuera de un círculo determinado. Aunque sus poderes en asuntos civiles habían sido recortados por Herodes y por los romanos, todavía podía considerarse como el jefe político, además de religioso, de la nación. Además, a través del Gran Consejo, que él presidía, gobernaba también en los asuntos civiles de su competencia.

El primer grupo del Gran Consejo, los <<sumos sacerdotes>>, eran miembros de la aristocracia sacerdotal, pertenecientes a determinadas familias poderosas y ocupaban los altos cargos en la administración del templo. El rango supremo lo tenía el sumo sacerdote primado; el segundo en dignidad era el jefe del templo, encargado del culto y de la policía (los guardias eran clérigos); seguían los jefes de los turnos sacerdotales semanales y diarios, los guardianes y los tesoreros del templo.

El segundo grupo lo formaban los senadores (<<presbíteros>>), seglares escogidos entre las familias de la aristocracia. Eran por lo general grandes propietarios y constituían la fuerza de la facción saducea, a la que pertenecían también los sumos sacerdotes.

El tercer grupo lo constituían los letrados (<<escribas>>), es decir, los entendidos en teología y cánones; en su gran mayoría, pertenecían a la facción farisea, de gran influjo espiritual sobre el pueblo.

Como se ve, el Gran Consejo representaba el poder, la clase dominante, en todos sus aspectos: político, ideológico, económico, espiritual y religioso.

En tiempos de Jesús, la autoridad civil del Gran Consejo estaba restringida al territorio de Judea, pero su autoridad moral se extendía a todas las comunidades judías tanto en Galilea como en el extranjero. Era el foro competente para tomar decisiones judiciales y medidas administrativas de todo orden, excepto las que pertenecían a la competencia de los tribunales inferiores o estaban reservadas al gobernador romano. Cuando los tribunales inferiores no llegaban a un acuerdo en cuestiones tocantes a la Ley judía, los litigantes podían recurrir en última instancia al Gran Consejo de Jerusalén.

No sólo era competente en materias civiles y religiosas conforme a la Ley judía, sino que poseían también notables competencias en las causas criminales. Contaba con una fuerza independiente de policía y tenía derecho a practicar detenciones. Cuando condenaba a pena capital parece que sus sentencias tenían que ser ratificadas por el gobernador romano.

A pesar de estas atribuciones reconocidas, su autoridad quedaba restringida por el hecho de que las autoridades romanas podían tomar la iniciativa en cualquier momento y actuar independientemente.

CAP. I B) SITUACIÓN SOCIAL.

Desde el punto de vista socioeconómico se pueden distinguir en la población de Palestina tres estratos: la clase pudiente, la clase media y los pobres.

A la clase pudiente pertenecían los príncipes y miembros de la familia real de Herodes, así como los altos dignatarios de la corte; además, las familias de la aristocracia sacerdotal y laica, los terratenientes, los grandes comerciantes y los recaudadores de impuestos.

La clase media, muy reducida, existía prácticamente sólo en Jerusalén, ya que sus fuentes de ingresos procedían del templo y de los peregrinos. Estaba integrada por los pequeños comerciantes, los artesanos propietarios de sus talleres, los dueños de las hospederías y el bajo clero.

A la clase pobre, que constituía la inmensa mayoría de la población, pertenecían los asalariados, tanto obreros como campesinos, los pescadores, los innumerables mendigos y, finalmente, los esclavos.

Estos últimos no desempeñaban ningún papel relevante en la economía rural, ya que principalmente se encontraban en las ciudades, al servicio de las casas ricas, y, aún así, su número, fuera de la corte de Herodes, era muy reducido. Los jornaleros, muy numerosos, ganaban por término medio un denario al día, incluida la comida. Su situación se volvía lastimosa cuando no encontraban trabajo. De hecho, en Galilea, el paro rural era muy elevado.

Los mendigos eran también muy numerosos. En su mayor parte se encontraban concentrados en Jerusalén alrededor del templo y vivían de las limosnas de la gente piadosa.

La enorme distancia existente entre la clase pudiente y la humilde, y lo reducido de la clase media, hacía que no existiera para los pobres esperanza de promoción humana ni tuvieran medios para cambiar su situación, dependiendo siempre de la voluntad de los poderosos.

El pobre era, por tanto, al mismo tiempo, el oprimido, el que ansiaba justicia, el que en casos extremos recurría a la violencia, único medio de aliviar su situación, aunque fuera de momento.

En la última época del Antiguo Testamento aparece entre estos pobres una tendencia, la de <<los pobres de Yahvé>>, que, desesperando de toda ayuda humana, ponían su confianza en Dios, único capaz de hacerles justicia y de sacarlos de su miseria. De hecho, hasta la época de Jesús, aquella justicia no había llegado nunca.

CAP.I A) SITUACIÓN POLÍTICA EN PALESTINA. Poncio Pilato.

Como botón de muestra de las dificultades ocasionales por este régimen, pueden mencionarse los puntos de conflicto con los judíos durante el gobierno de Poncio Pilato, que ocupó el cargo de procurador de Judea del 26 al 36 d.C. y que condenó a muerte a Jesús.

Según un testimonio del tiempo (una carta de Herodes Agripa I reproducida por Filón), Poncio Pilato era un individuo intransigente, duro y obcecado, cruel y avaricioso. Su primera acción como gobernador de Judea fue, despreciando los privilegios judíos, ordenar a la guarnición de Jerusalén que desplegase los estandartes imperiales. El pueblo judío marchó multitudinariamente a Cesarea y mantuvo su protesta ante el gobernador durante cinco días y cinco noches, suplicándole que hiciese cesar tal ofensa. Al sexto día, Pilato hizo entrar a los judíos en el estadio, donde previamente había colocado un destacamento de soldados, y los amenazó con degollarlos si seguían con sus quejas. La actitud de éstos, dispuestos a morir antes que transigir con un quebrantamiento de la Ley, forzó a Pilato a ordenar que fuesen retiradas de Jerusalén las imágenes ofensivas.

Otra tormenta se levantó cuando decidió aplicar los ricos tesoros del templo a la provechosa finalidad de construir un acueducto para Jerusalén. Esta decisión fue considerada sacrílega por los judíos. De hecho, una vez Pilato, que visitó Jerusalén para inspeccionar las obras, se vio subitamente rodeado por el pueblo en masa, que manifestaba su disgusto y su protesta. Pero, advertido del posible tumulto, había dado órdenes a sus soldados de que, vestidos de paisano y armados de porras, se mezclasen con los manifestantes. Cuando las quejas y amenazas del pueblo subieron de tono, a una señal suya, previamente convenida, los soldados cargaron con sus porras contra la multitud, Muchos judíos perdieron la vida y, aunque la resistencia fue reducida, el odio hacia Pilato se acrecentó.

En Lc 13,1-4  se cuenta el asesinato de ciertos galileos en el templo por orden de Pilato, afirmándose que mezcló su sangre con la de los sacrificios; esto podría sugerir el elevado número de víctimas que causó esta represión. Por otra parte Mc 15,7  da testimonio de una sedición en tiempo de Pilato.

En la última época de su gobierno, Pilato hizo colocar escudos votivos ricamente adornados, sin imágenes, pero con el nombre del emperador, en la torre Antonia de Jerusalén. Los judíos no toleraron ni siquiera esto. Capitaneados por la aristocracia de Jerusalén y por los hijos de Herodes el Grande, trataron de convencer a Pilato de que retirase los escudos. Al no lograr su intento, los judíos más notables dirigieron una petición al emperador rogándole que ordenase la retirada de los escudos ofensivos. Tiberio dio orden a Pilato de retirarlos inmediatamente y colocarlos en el templo de Augusto, en Cesariea.

Un falso profeta convocó a los samaritanos al pie del monte Garizim, prometíendoles sacar a la luz los vasos sagrados del destruido templo que había estado situado en aquel monte; apelaba a la antigua creencia de que se hallaban enterrados allí. La brutal represión que hizo Pilato en aquella ocasión le costó el cargo. Los samaritanos lo acusaron ante Vitelio, entonces legado de Siria, quien mandó a Pilato a Roma para responder de su conducta y entregó a Marcelo la administración de Judea.

viernes, 21 de septiembre de 2018

CAP.I A) SITUACIÓN POLÍTICA EN PALESTINA. El régimen de los procuradores romanos.

Judea, como más tarde toda Palestina, no fue incorporada, en el sentido estricto del término, a la provincia romana de Siria. Tenía su propio gobernador del orden ecuestre, es decir, militar, que solamente en algunas materias estaba subordinado al legado imperial de Siria. La mayoría de las provincias estaban administradas por gobernadores del orden senatorial (civiles); sólo aquellas que, debido a su índole levantisca, a la peculiaridad de su cultura o a la carencia de ella, hacían poco menos que imposible el estricto cumplimiento de las regulaciones del imperio, estaban bajo el mando de gobernadores pertenecientes al orden ecuestre. El régimen de los procuradores romanos duró en Judea desde el año 6 al 41 d.C., y en toda Palestina, del 44 al 66.

El título usado por el gobernador de Judea era el de prefecto o procurador. Los procuradores eran en todo sentido representantes del Estado; además de encargarse de los asuntos económicos, ejercían la autoridad militar y la judicial

Al parecer, los procuradores de Judea estaban sometidos al legado de Siria únicamente en aquellas materias donde se requería el ejercicio de una autoridad superior. Quedaba a la discreción del legado intervenir cuando había peligro de sublevación o surgían serias dificultades en Judea. Sólo entonces su autoridad prevalecía sobre la del procurador. Es dudoso, sin embargo, que estuviera autorizado para pedir al procurador cuentas de su gestión. En los raros casos en que esto ocurrió, los legados habían recibido probablemente mandato expreso del emperador.

El procurador residía en Cesarea, puerto de mar en la costa de Samaría. En ocasiones especiales y, sobre todo, durante las fiestas judías más importantes en las que había que tomar medidas extraordinarias de seguridad, en atención a las grandes multinacionales que se consagraban en Jerusalén, el gobernador subía a la ciudad y se alojaba en la torre Antonia, antiguo palacio de Herodes. Cuando residía en Jerusalén, lo acompañaba un contingente de soldados acuartelados en el mismo palacio.

Bajo el mando directo del procurador había sólo tropas auxiliares. Las legiones (unos 6 000 hombres cada una) estaban estacionadas en Siria (eran cuatro desde la época de Tiberio). Las tropas auxiliares se reclutaban entre la población no judía de Palestina. En Jerusalén había una sola cohorte (600 hombres), estacionada en la torre Antonia.

Como complemento del ejército regular, los gobernadores provinciales organizaban ocasionalmente una milicia, cuando era necesario por razones de defensa.

Los procuradorers de Judea ejercieron la suprema autoridad judicial sólo en casos excepcionales, ya que la administración ordinaria de justicia tanto civil como criminal, competía a los tribunales locales judíos. La competencia judicial del gobernador incluía el ius gladii, es decir, la imposición de la pena de muerte; únicamente los ciudadanos romanos podía recurrir su sentencia apelando al emperador.

La competencia jurídica de las autoridades judiciales judías estaba reconocida por el poder romano; sin embargo, cuando entraban en juego los intereses del imperio, el gobernador podía reservar cualquier caso a su propio tribunal. En general, los crímenes políticos estaban sujetos a su jurisdicción

Para tomar decisiones, el procurador tenía un consejo asesor (consilium) formado por funcionarios de elevado rango pertenecientes a su cortejo y por jóvenes aristócratas que lo acompañaban con ánimo de instruirse (comités). No solamente le ayudaban en el ejercicio de su cargo, sino que además lo asistían en el cumplimiento de otros menesteres. En ciertos casos, los dignatarios de la población nativa tenían voz en las decisiones del consejo.

La obligación más importante de los procuradores, además del mando de las tropas y del ejercicio de funciones judiciales, era la administración de los recursos económicos. Precisamente esta función dio origen al título de procurator. En Palestina, como en las demás provincias romanas había dos clases de tributos directos: 1) un impuesto sobre los productos del campo (tributum soli), y 2) otro sobre las personas (tributum capitis). El primero se pagaba parte en especie y parte en dinero El segundo incluía diversas clases de impuestos personales: una tasa sobre la propiedad, que variaba según la evaluación del capital de la persona, y otra estrictamente personal, uniforme para todos os individuos (capita), incluyendo a las mujeres y esclavos; sólo los niños y ancianos estaban exentos de él.

Las rentas y contribuciones de Judea, aunque provenientes de una provincia imperial, iban a parar al tesoro público de Roma (aerarium), en vez de al tesoro imperial (fiscus). A pesar de eso, en Judea se hablaba impropiamente de <<pagar tributo al César>> (Mc 12,14) .

Para sistematizar la tributación, Judea fue dividida en doce distritos o toparquías. Como se deduce de las quejas que las provincias de Siria y Judea elevaron al emperador el año 17 después de Cristo (según testimonio del historiador romano Tácito), los tributos eran opresivos.

De los tributos propiamente dichos hay que distinguir los derechos de aduana, es decir, los impuestos indirectos sobre bienes en tránsito. Los reyes y los tetrarcas vasallos de Roma podían también exigir en sus fronteras derechos de aduana para su propio provecho, aunque posiblemente los ciudadanos romanos estaban exentos de ellos. En tiempos de Jesús, los derechos de aduana que se percibían en Cafarnaún, ciudad cercana a la frontera de Galilea, iban a engrosar el erario de Herodes Antipas. En cambio, en la Judea de aquel tiempo las tarifas fronterizas se destinaban al tesoro imperial. Como en otras partes, también en Judea, además de los impuestos de importación y exportación, había que pagar otros impuestos indirectos.

Los tributos no eran recaudados por funcionarios civiles, sino por los publicani, personajes que arrendaban los impuestos de un distrito por una suma anual fija. Si la recaudación excedía de dicha suma, la diferencia en su favor se convertía en ganancia, pero si no llegaba a la cantidad contratada, tenían que asumir las pérdidas. Las tarifas aduaneras, por su parte, eran fijadas por las autoridades, pero quedaba un enorme margen para la arbitrariedad y la rapacidad de los recaudadores. En uno y otro caso, el abuso en su gestión y el frecuente recargo que imponían a los contribuyentes les merecieron, como corporación, el odio del pueblo.

Bajo el régimen de los procuradores, el pueblo judío gozó, en teoría, de grandes márgenes de libertad en asuntos internos y de autogobierno. El juramento mismo de vasallaje al emperador, obligatorio desde los tiempos de Herodes el Grande, y que el pueblo debía probablemente prestar en cada cambio de gobierno, estaba formulado en términos muy generales para no herir la susceptibilidad judía.

Tras la deposición de Arquelao (año 6 d.C), se pasó de un gobierno monárquico a otro de constitución aristocrática, confiando al Sanedrín o Consejo Supremo la responsabilidad de la nación. De suyo, el gobernador romano no pasaba de ser un supervisor, mientras que el aristocrático Sanedrín actuaba como auténtico gobierno. Al titular del sumo sacerdocio, que era a la vez presidente del Sanedrín, se le calificaba de <<jefe del Estado>>. Es verdad que los sumos sacerdotes eran nombrados y depuestos a voluntad del gobernador romano, pero incluso en esto los romanos se impusieron ciertas limitaciones

Durante los años 4 al 41 d.C, el sumo sacerdote fue designado por la autoridad romana, bien por el legado de Siria o por el procurador de Judea; pero desde el 44 al 66 d.C, el derecho de designación fue otorgado a los reyes vasallos judíos (Herodes de Calcis y Agripa II), aunque no reinaban propiamente en Judea. En ninguno de ambos períodos las designaciones para el sumo sacerdocio fueron del todo arbitrarias, pues tuvieron que efectuarse en el ámbito de determinadas familias aristocráticas

En este régimen, el Sanedrín gozaba de poderes legislativos y ejecutivos muchos más amplios que los de cualquiera de las comunidades no autónomas dentro del imperio. La jurisdicción civil estaba completamente en manos del Sanedrín y de sus tribunales dependientes y se regia en todos los casos por la Ley judía. Incluso en las causas criminales prevalecía la misma norma, con la única excepción ya apuntada de los delitos políticos. Ni siquiera los ciudadanos romanos estaban totalmente exentos de cumplir con ciertas exigencias de la Ley judía: ésta prohibía a los paganos entrar en los atrios interiores del templo; todo el que violara esta prohibición, aunque se tratase de un ciudadano romano, era castigado con pena capital. Los romanos confirmaron sentencias de este tipo.

El culto y la liturgia judíos no solamente eran tolerados, sino que gozaban de la protección del Estado romano. El sincretismo religioso característico de la piedad pagana de este tiempo hizo que incluso ciertos nobles romanos presentasen ofrendas votivas en el templo judío y encargasen sacrificios. Por respeto a la sensibilidad religiosa judía, mientras en algunas provincias se instituyó el culto al emperador y en otras al menos se favoreció, nunca hubo exigencias de este género para la población judía, si exceptuamos la época de Calígula (37-41). En cuestiones cultuales, el poder romano se conformaba con el sacrificio de dos corderos y un buey, que dos veces al día, se ofrecía en el templo de Jerusalén por el César y por la nación romana.

Casi tanto como el culto al emperador, sus imágenes en las monedas y en los estandartes militares resultaban ofensivas para los judíos. También en esto respetaron los romanos sus escrúpulos. Aunque la circulación del denario romano de oro o plata con la imagen del emperador no podía prohibirse en Judea, por estar acuñados fuera de la provincia, las monedas de cobre, que eran fabricadas localmente, no llevaban imágenes humanas, sino simplemente el nombre del emperador y emblemas inofensivos. Por otra parte, las tropas romanas prescindían de sus estandartes con la imagen del emperador cuando entraban en Jerusalén. En la misma línea de tolerancia, las autoridades romanas eximían a los judíos de la obligación de presentarse ante un tribunal en sábado o día de fiesta no sólo en Judea, sino en todo el imperio.

A pesar de la autonomía de que los judíos gozaban bajo este régimen, la existencia coco con codo de una doble autoridad, una romana y otra judía, cada uno con su propio sistema legal y sus propias instituciones judiciales, fue una continua causa de conflicto. En la práctica, los procuradores violaron en numerosas ocasiones el ordenamiento establecido Para colmo, Judea tuvo que soportar, sobre todo en las décadas precedentes a su rebelión contra Roma (año 66 d.C), a más de un gobernador carente de todo escrúpulo y movido por el afán de lucro. Más aún, aun cuando los romanos fueran respetuosos con el sentimiento judío, a mera presencia de estos extranjeros en Palestina era de hecho considerada un insulto a la dignidad del pueblo escogido por Dios, llamado, según la concepción nacionalista, a dominar el mundo entero.

CAP I. EL MUNDO JUDÍO EN LA ÉPOCA DE JESÚS. A) SITUACIÓN POLÍTICA EN PALESTINA.

Al nacer Jesús reinaba en Palestina Herodes I el Grande (Mt 2,1) , rey vasallo del emperador romano. A la muerte de Herodes (año 4 a.C) se dividió el reino entre sus tres hijos, con el consentimiento del emperador Augusto, quien, sin embargo, haciendo caso omiso del testamento de Herodes, no otorgó el título de rey a ninguno de los tres

Judea, la provincia del sur, cuya capital era Jerusalén, y Samaría, la del centro, le tocaron a Arquelao (Mt 2,22)  como etnarca o reyezuelo. Galilea, provincia del norte, con la capital en Tiberíades (Jn 6,1.23), y la Transjordania al este, recibieron por tetrarca o virrey a Herodes II Antipas (Lc 3,1; 13,31). Otro hijo, Filipo o Felipe, heredó, también con el título de tetrarca, el territorio del este del Jordán y del lago de Galilea hacia el norte; su capital era Cesarea de Filipo (Mt 16,13 y paralelos).

Arquelao, debido a su crueldad, fue depuesto por el emperador Augusto y desterrado; en su lugar, Roma nombró un procurador o gobernador (año 6 d. C).

Herodes Antipas se mantuvo en el poder hasta el año 39, en que fue depuesto y también desterrado por el emperador Tiberio. Su tetrarquía o virreinato pasó a depender de la provincia romana de Siria.

Filipo permaneció en el cargo hasta su muerte (año 33/34 d.C). tras ella, también su territorio dependió de la provincia de Siria,

El año 41, el emperador Claudio concedió a Herodes Agripa I, nieto de Herodes el Grande, el título de rey de Palestina, pero, tras su breve reinado (41-44 d.C) la totalidad de Palestina pasó a convertirse en territorio romano, administrado por un procurador, bajo la supervisión del legado de Siria.

El gobierno romano dejaba a los judíos cierta autonomia. Herodes Antipas, en el norte, gozaba de relativa independencia, y, en el sur, el gobernador romano no tenía derecho a inmiscuirse en los asuntos internos de los judíos. Sin embargo, las excepciones a esta manera de proceder eran frecuentes y crearon conflictos, que fueron la causa principal de la rebelión de los judíos contra Roma (año 66), provocando la destrucción de Jerusalén (año 70) y la ruina completa de la nación.

lunes, 17 de septiembre de 2018

INTRODUCCIÓN

Nada hay tan importante para el cristiano como conocer el mensaje que Jesús nos transmitió con sus acciones y su palabra. Nunca se podrá poner límite a la meditación y penetración de los evangelios, escritos que nos presentan la figura de Jesús para estimularnos a la adhesión y el seguimiento. También puede ayudar a este conocimiento los otros escritos del Nuevo Testamento, en los que se trata de explicar o aplicar a circunstancias concretas aspectos del mensaje recibido.

Por otra parte, como los evangelios fueron escritos en una época ya antigua y en un ambiente cultural donde el universo conceptual y simbólico por un lado y los modos de expresión por otro eran muy diferentes de los nuestros, con frecuencia ha resultado difícil para los cristianos modernos comprender a fondo el sentido de muchos pasajes evangélicos. Como síntesis de una larga labor de exégesis, la presente obra pretende precisamente exponer las líneas maestras del mensaje de Jesús, inspirándose para ello sobre todo en los cuatro evangelios. Su intención es abrir a los hombres de nuestro tiempo el acceso a este mensaje.

Sin embargo, la persona y el mensaje de Jesús no pueden comprenderse en todo su alcance sin situarlos dentro del ambiente en que Jesús vivió y murió, es decir, dentro de la sociedad judía de aquel tiempo. La necesidad de considerar este contexto humano y social resulta de las razones siguientes:

En primer lugar, porque, aunque el mensaje de los evangelios es válido para todos los tiempos, no es el de una figura celeste que habla intemporalmente y sin referencia a la realidad histórica. Los evangelios remiten, por el contrario, a un personaje histórico, Jesús de Nazaret, que vivió en una época determinada, actuó en medio de una sociedad concreta y sufrió la muerte a manos de las autoridades de su tiempo, debido a las opciones que había realizado y al mensaje que propuso.

En segundo lugar, porque si no se sitúa a Jesús en su sociedad y en medio de las numerosas tendencias ideológicas que en ellas existían, no puede comprenderse la novedad y el realismo de su mensaje. Desconectado de su ambiente histórico, Jesús pasaría a ser un maestro de sabiduría o un teórico de la salvación.

De hecho, el mensaje de Jesús, dirigido a los hombres de cada época y de cada sociedad, no puede ignorar la problemática humana. La actitud de Jesús ante las injusticias de su tiempo, cristalizada en su mensaje, ha de ser el paradigma para que el hombre y la sociedad encuentren una alternativa a las injusticias propias de cada época.

Este libro ha de comenzar, por tanto, exponiendo los rasgos principales de la situación de Palestina en tiempos de Jesús. Se considerará, en primer lugar, la compleja situación política existente, dado que el pueblo judío, muy celoso de su independencia nacional, estaba a la sazón dominado por el imperio romano. A continuación se tratará de la situación social, de las instituciones judías, de las ideologías religioso-políticas vigentes en aquella sociedad y, finalmente, de la expectación mesiánica propia de aquel pueblo.

Con esta visión de conjunto quedará preparado el terreno para estimar el alcance de la propuesta de Jesús. Se tratarán los siguientes temas:

- La llamada al cambio de Juan Bautista, el compromiso de Jesús ante la injusticia de su sociedad y las desviaciones que apartan de ese compromiso; asimismo, el horizonte de sociedad alternativa que abre Jesús y las bases sobre las que debe asentarse.

- La libertad personal de Jesús y su actividad liberadora.

- La experiencia de Dios como Padre, que modela la personalidad de Jesús e inspira su mensaje y actividad.

- La oposición que encontró la obra de Jesús, que culminó con su muerte.

- El proyecto de comunidad propuesto por Jesús.

- La misión de esa comunidad en el mundo.

Como este libro se dirige a un público muy amplio, se ha prescindido en él de toda clase de notas, con objeto de facilitar su lectura. Al final se ofrece una bibliografía que puede ayudar al lector a ampliar algunos puntos de los que aquí se tratan.