lunes, 24 de septiembre de 2018

CAP I. C) LAS INSTITUCIONES JUDÍAS. 2. El templo.


El templo, situado en Jerusalén, era el centro religioso y político de Israel. El que conoció Jesús era el que comenzó a reconstruir Herodes el año 20 a.C. y cuyas obras duraron más o menos hasta el 64 d. C.

El esplendor del templo de Herodes era extraordinario. Los portones estaban recubiertos de oro y plata, excepto la puerta de Nicanor, que era de bronce de Corinto y que superaba en valor a las demás puertas. Eran también de oro las puntas de aguja que había sobre el templo. La fachada del santuario, que medía 27,5 m2, estaba toda ella recubierta de placas de oro, lo mismo que la pared y la puerta entre el vestíbulo y la primera cámara del santuario (el Santo); las placas tenían el grosor de una moneda. De las vigas del vestíbulo colgaban cadenas del mismo metal. Sobre la entrada que conducía del vestíbulo a la primera cámara se extendía una viña de oro, que crecía continuamente con las donaciones de sarmientos de oro, que los sacerdotes se encargaban de colgar. Sobre esta entrada, además de otras ofrendas muy valiosas, pendía un espejo de oro, que reflejaba los rayos del sol naciente y que había sido donado por la reina Helena de Adiabene. En la primera cámara, que contenía singulares obras de arte, estaba el candelabro de siete brazos de oro macizo, de cerca de setenta kilos de peso, y la mesa de los panes de la proposición también de oro y de mayor peso aún. La segunda cámara (el Santísimo) estaba asimismo recubierta de oro.

En el templo se celebraba un culto diario, consistente en dos sacrificios de animales, el de la mañana y el de la tarde. Pero los momentos de esplendor del culto eran las grandes fiestas religiosas judías, especialmente Pascua, Pentecostés y las Chozas (los Tabernáculos), a las que todos los judíos a partir de los trece años tenían que acudir en peregrinación. En esas ocasiones, Jerusalén, que tenía en aquella época de 25 000 a 30 000 habitantes, veía enormemente multiplicada su población. (La población judía de Palestina era en torno al medio millón.)

El templo se sostenía gracias a las contribuciones de los judíos de todo el mundo. Todos los mayores de veinte años, incluso los que vivían en el extranjero, que eran muchos, tenían que pagar un impuesto anual para el templo equivalente a dos días de jornal (Mt 17,24).

El Palestina y en el extranjero, un mes antes de Pascua, se colocaban por todo el país las mesas de los recaudadores, y diez después se instalaban en el templo. En cada localidad había personas designadas para recaudar el impuesto del distrito, aunque podía mandarse directamente al templo. Si no podía entregarse en moneda legítima (sin efigie del emperador), había que pagar una tasa adicional del dos por ciento para los cambistas.

Para facilitar el transporte desde el extranjero hasta Jerusalén se permitía cambiar las sumas del impuesto en monedas de oro. La entrega se realizaba en tres ocasiones al año. Lo procedente de Palestina, medio mes antes de la fiesta de Pascua. Para las comarcas vecinas, el plazo terminaba medio mes antes de la fiesta de Pentecostés. El impuesto de las regiones lejanas debía ser entregado medio mes antes de la fiesta de las Chozas, que se celebraba en septiembre. Para esta última fiesta acudía a Jerusalén mayor número de extranjeros, y bajo su protección se podía transportar el dinero con mayor seguridad.

El dinero del impuesto se depositaba en el templo, en las cámaras del tesoro. Para emplearlo en el culto se retiraba antes de cada una de las tres grandes fiestas.

El tesoro recibía también la plata del rescate de los primogénitos y los votos o promesas, para los que existía una tarifa o arancel preciso. Para el mantenimiento de los clérigos había que pagar al tesoro el diez por ciento de los frutos de la tierra (Mt 23,23). Además, el templo recibía donativos (Mc 7,11) y abundantes limosnas, sobre todo de la gente rica (Mc 12,41), y otros dones voluntarios, que se aceptaban aunque proviniesen de no judíos. Otros ingresos procedían del comercio organizado de animales destinados a los sacrificios y del cambio de moneda extranjera, considerada impura por llevar la imagen del emperador, por la acuñada en el templo (Mc 11,15).

En la reconstrucción del templo llevada a cabo por Herdoes, éste había situado la sala del Tesoro junto al llamado patio de las mujeres. En la fachada exterior de este patio había trece cepillos de madera, en forma de embudo, donde los fieles echaban sus limosnas obligatorias o voluntarias. Siete de estos cepillos, donde se echaban las limosnas obligatorias, tenían letreros en arameo indicando su finalidad. Los seis cepillos restantes llevaban la inscripción <<A voluntad>>, especificando la intención. El dinero de los primeros siete cepillos era empleado por los sacerdotes, que ofrecían sacrificios según la suma recaudada. El de los seis restantes se destinaba a otros sacrificios. Otra parte de los fondos costeaba diferentes trabajos de reparación y conservación del templo y de la ciudad. Se compraba también vino, aceite y harina, que se vendían, con una ganancia para el templo, a los particulares que deseaban hacer ofrendas.

El tesoro del templo hacía las funciones de banco. En él se depositaban bienes de particulares, sobre todo de la aristocracia de Jerusalén, en especial de las altas familias sacerdotales. Los fondos del templo, unidos a sus propiedades en terrenos y fincas, hacían de él la mayor institución bancaria de la época.

Era, por consiguiente, una gran empresa económica, administrada por los sumos sacerdotes, quienes no sólo detentaban el poder político y religioso, sino que eran al mismo tiempo una potencia financiera importante.

La ciudad de Jerusalén vivía prácticamente del templo, que procuraba granes ingresos, sobre todo en las épocas de peregrinación, tres veces al año, cuando acudían, además de los judíos de Palestina (Jn 7,9-10), gente del extranjero (Jn 12,20).

Tan grande debió ser la riqueza del templo, junto con la de las familias sacerdotales de Jerusalén, que, después de la conquista y destrucción de la ciudad el año 70 d.C., el precio del oro bajó a la mitad en toda la provincia romana de Siria.

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