Desde el punto de vista socioeconómico se pueden distinguir en la población de Palestina tres estratos: la clase pudiente, la clase media y los pobres.
A la clase pudiente pertenecían los príncipes y miembros de la familia real de Herodes, así como los altos dignatarios de la corte; además, las familias de la aristocracia sacerdotal y laica, los terratenientes, los grandes comerciantes y los recaudadores de impuestos.
La clase media, muy reducida, existía prácticamente sólo en Jerusalén, ya que sus fuentes de ingresos procedían del templo y de los peregrinos. Estaba integrada por los pequeños comerciantes, los artesanos propietarios de sus talleres, los dueños de las hospederías y el bajo clero.
A la clase pobre, que constituía la inmensa mayoría de la población, pertenecían los asalariados, tanto obreros como campesinos, los pescadores, los innumerables mendigos y, finalmente, los esclavos.
Estos últimos no desempeñaban ningún papel relevante en la economía rural, ya que principalmente se encontraban en las ciudades, al servicio de las casas ricas, y, aún así, su número, fuera de la corte de Herodes, era muy reducido. Los jornaleros, muy numerosos, ganaban por término medio un denario al día, incluida la comida. Su situación se volvía lastimosa cuando no encontraban trabajo. De hecho, en Galilea, el paro rural era muy elevado.
Los mendigos eran también muy numerosos. En su mayor parte se encontraban concentrados en Jerusalén alrededor del templo y vivían de las limosnas de la gente piadosa.
La enorme distancia existente entre la clase pudiente y la humilde, y lo reducido de la clase media, hacía que no existiera para los pobres esperanza de promoción humana ni tuvieran medios para cambiar su situación, dependiendo siempre de la voluntad de los poderosos.
El pobre era, por tanto, al mismo tiempo, el oprimido, el que ansiaba justicia, el que en casos extremos recurría a la violencia, único medio de aliviar su situación, aunque fuera de momento.
En la última época del Antiguo Testamento aparece entre estos pobres una tendencia, la de <<los pobres de Yahvé>>, que, desesperando de toda ayuda humana, ponían su confianza en Dios, único capaz de hacerles justicia y de sacarlos de su miseria. De hecho, hasta la época de Jesús, aquella justicia no había llegado nunca.
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