A la vuelta de la deportación a Babilonia, la vida y organización de la sociedad judía estuvieron determinadas por dos grupos de influencia: los sacerdotes y los letrados. Hasta muy entrada la época helenística predominaron los sacerdotes. Ellos organizaron la nueva comunidad y la dirigieron tanto en los asuntos espirituales como materiales.
Después de las guerras de independencia acaudilladas por los Macabeos, el papel de los letrados en relación al pueblo creció enormemente, aunque esto no supuso la pérdida de influencia para los sacerdotes, que siguieron poseyendo la preeminencia política y social. La posición privilegiada del sacerdocio derivaba del hecho de formar un círculo cerrado, que poseía en exclusiva el derecho a ofrecer los sacrificios. Según la Ley, sólo los descendientes de Aarón podían oficiar en el culto sacrificial del templo (sacerdocio hereditario). Además, como la vida civil estaba ligada en todos sus aspectos al culto religioso, se acrecentaba la importancia del sacerdocio. La concentración del culto en Jerusalén hizo de la clase sacerdotal una unidad compacta y estrechamente unida.
Según la concepción tradicional, el sacerdocio, en virtud de sus funciones, constituía una clase sacra. De ahí que para preservar su dignidad tenían que atenerse a ciertas normas; por ejemplo, no podían casarse con una mujer soltera que no fuera virgen o con una divorciada. El sumo sacerdote, tampoco con una viuda.
Por la misma razón, tenían que abstenerse de todo contacto con un cadáver, considerado <<impuro>>. Por eso no podían entrar en una casa donde hubiera un difunto ni tomar parte en los funerales. Esta prohibición, que era absoluta para el sumo sacerdote, para los demás se levantaba únicamente en caso de fallecimiento de un pariente muy cercano.
La santidad sacerdotal incluía, además, la ausencia de todo defecto físico. Si un sacerdote tenía alguna tara corporal, no podía oficiar, aunque seguía cobrando los emolumentos correspondientes a su cargo. Se enumeraban hasta 142 defectos físicos que descalificaban para el ejercicio del sacerdocio. Para ejercer sus funciones cultuales tenían que someterse a innumerables normas de pureza ritual, que, si no se cumplían, incapacitaban para oficiar en el templo.
El número de sacerdotes era tan elevado (el clero, sacerdotes y levitas, eran unos 18.000) que se estableció un sistema de rotación para que oficiaran en el templo. De ahí que el cuerpo sacerdotal estuviera dividido en 24 turnos).
Los levitas o clérigos de segundo rango estaban encargados de las tareas secundarias: el servicio de policía y vigilancia dentro del recinto del templo, la degollación de animales para los sacrificios y, en general, la ayuda a los sacerdotes en todas sus funciones, tanto en el culto como en la administración de las considerables ganancias y propiedades del alto clero. Lo mismo que los sacerdotes, formaban un estrecho círculo basado en la ascendencia familiar; se suponía que eran descendientes de Leví, aunque no de la familia de Aarón. También ellos estaban divididos en turnos de servicio para el culto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario