En tiempos de Jesús, la vida entera de la comunidad judía estaba presidida por la Ley de Moisés (la Torá). La finalidad de toda la educación impartida en la familia, la escuela y la sinagoga era convertir en <<discípulo del Señor>> (Is 54,13) ISAÍAS II. CAPÍTULO 54., mediante el conocimiento y la práctica de la Ley, a todo el pueblo de Israel.
Dogma indiscutible para los judíos era que la Ley constituía la suprema expresión de la voluntad de Dios. De ahí que en torno a ella girase la vida individual y social de Israel. Debido al influjo fariseo, todos estaban convencidos de que la sumisión ciega a los mandatos de Dios era la esencia de la religión.
Contrasta esta actitud con la de los profetas, para los cuales la conducta moral no se definía por la fidelidad a un código escrito, sino por una exigencia radical y vital de relación con Dios; el código, las normas morales concretas, que definían la relación con el prójimo, debían ser expresión de la relación con Dios. Lo fundamental para ellos era el diálogo, el intercambio con Dios, que, en su formulación más atrevida, usaba términos de amor conyugal entre Dios y su pueblo (Os 2 OSEAS. CAPÍTULO 2.). La conducta era consecuencia de la actitud.
La Ley, convertida en centro de la vida religiosa, hace concebir la relación con Dios en términos de obediencia y no en los de entrega filial o fidelidad por amor. Dios se convierte en el amo que inspecciona el proceder de sus siervos. La relación vital con él pasa a ser una relación jurídica; la experiencia de Dios cede el paso a la enseñanza de un código.
La Ley, privilegio y orgullo de Israel, constituía la barrera que lo separaba de los demás pueblos (Dt 4,7-8 DEUTERONOMIO: CAPÍTULO 4.). Por ser ella el código de la alianza, Israel se consideraba propiedad exclusiva de Dios (Ex 15,16ÉXODO. CAPÍTULO 15. ; 19,5ÉXODO. CAPÍTULO 19. ; Dt 27,9DEUTERONOMIO: CAPÍTULO 27. ; 32,9DEUTERONOMIO: CAPÍTULO 32. ; Sal 135,4SALMO 135 (134). ). A través de la Ley, que Moisés había comunicado a Israel, éste podía conocer la voluntad de Dios y ponerla en práctica. Los demás pueblos, en cambio, por su desconocimiento de la Ley, no podían de ningún modo ser fieles a Dios. Para los letrados, se trataba de un desconocimiento culpable, pues, según ellos, Dios también había revelado su Ley a los paganos, sólo que éstos la rechazaron.
La Ley contenía el llamado <<código de santidad CÓDIGO DE LA SANTIDAD>> o de pureza, en virtud del cual, para mantener la relación con Dios, era necesario precaverse del contacto con toda realidad considerada impura>>. La pureza o impureza se determinaba con arreglo a una norma. Según la calidad de ésta, existían tres clases de pureza o impureza:
a) En sentido físico, se llamaba <<puro>> o <<impuro>> a lo que estaba limpio o sucio (un recipiente, por ejemplo), a ciertos animales, que la Ley prohibía comer y a todo cadáver de animal o persona.
b) En sentido médico, era <<pura>> la persona sana e <<impura>> la afectada por alguna enfermedad repugnante, en especial las de la piel, como la lepra, o las venéreas.
c) Finalmente, en sentido religioso, se consideraba <<puro>> lo que era aceptable a los ojos de Dios e <<impuro>> lo que no le era aceptable ni digno de presentarse ante él.
De esta exigencia derivaba un sinnúmero de normas para garantizar la <<pureza>> y de ritos para eliminar la <<impureza>>. Como caso concreto puede citarse la obsesión con las abluciones o lavados rituales; en torno a ellos, el problema más importante consistía en determinar qué tipo de agua (estancada, de manantial, agua recogida en grandes recipientes, aguas termales, etc.) se requería para lavarse las manos, para lavar utensilios y para los baños de purificación, llegando a distinguirse hasta seis tipos de agua para estos menesteres.
De la ley de la pureza y de la casuística que de ella se derivaba nacía la idea de un Dios susceptible, quisquilloso, que por motivos mínimos rompía su relación con los hombres, excluyendo de su amor a quienes no se atenían a ese interminable conjunto de normas. Para mantenerse grato a los ojos de Dios, el judío se veía obligado a una vigilancia y esfuerzo continuos para evitar la impureza y a la práctica incesante de ritos purificatorios. La imposibilidad práctica de evitar la impureza, que se contraía, por ejemplo, por una eyaculación involuntaria o por la mestruación femenina, hacía vivir en un constante sentimiento de culpa y de indignidad ante Dios.
Al mismo tiempo, la ley de lo puro e impuro era la causante de la discriminación que, dentro del pueblo de Israel, sufrían determinadas personas, tales como los leprosos, los publicanos o recaudadores, las prostitutas y los descreídos en general. Ningún judíos piadoso tenía trato con ellos, pues, en virtud de su enfermedad, ocupación o increencia, eran considerados <<impuros>>, es decir, excluidos del trato con Dios y de su favor. En consecuencia, relacionarse con ellos significaba contraer impureza. Por la misma razón, los judíos evitaban la relación con los paganos, de por sí impuros; no entraban en sus casas ni se sentaban a la mesa con ellos para no contagiarse de su impureza.
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