Una secta que había roto con el sistema político y religioso eran los esenios, que llevaban al extremo la tendencia farisea. Los fariseos eran el partido de oposición a los saduceos, pero respetaban las instituciones; los esenios, muchos más radicales, sostenían que el culto y el templo estaban impurificados porque el sacerdocio era ilegítimo, y esperaban que Dios los restaurase. No participaban en las ceremonias del culto ni colaboraban con la institución. A pesar de eso, enviaban donativos al templo, aunque no ofrecían sacrificios de animales. Esperaban que Dios restauraría el sacerdocio y el templo. Su integrismo les hacía considerarse el único pueblo de Dios, y esperaban el juicio divino que los salvaría a ellos y condenaría a todos los demás.
Vivían en comunidades, aun dentro de las ciudades; a orillas del Mar Muerto se han encontrado las ruinas de una especie de convento esenio, el de Qumrán. No existía entre ellos la propiedad privada; renunciaban a los bienes en beneficio de la comunidad, que, naturalmente, capitalizaba. La comunidad cubría todas las necesidades de sus miembros. Tenían sus ceremonias particulares, como lavados y baños rituales, y una comida en señal de hermandad. Lo corriente era no casarse, por el escrúpulo con las reglas de <<pureza>> de la ley religiosa. Eran severísimos en la observancia y tenían por principio el amor a los miembros de la comunidad y el odio a los de fuera.
Su número superaba los cuatro mil. Constituían una comunidad muy jerarquizada, con una organización estricta y uniforme. Al frente de las comunidades había superiores a los que los miembros de la secta debían una obediencia incondicional.
Todo candidato, necesariamente adulto, que deseara ingresar en la secta tenía que pasar un año entero de prueba y, al cabo del año, era admitido a los lavados rituales. Seguía después otro período de prueba, que duraba dos años. Sólo pasado este tiempo, y después de pronunciar un terrible juramento, se le permitía sentarse a la mesa común y era considerado miembro pleno de la orden. Por aquel juramento se comprometía a una franqueza total con los otros miembros de la secta y a guardar secreto ante los extraños sobre las doctrinas de la orden. En el seno de la comunidad, las faltas eran juzgadas por un tribunal compuesto al menos por un centenar de miembros. Las transgresiones graves se castigaban con la expulsión.
Aunque en los evangelios no se nombra a los esenios, se alude a su doctrina, por ejemplo, al principio del odio a los enemigos (Mt 5,4327-48., Evangelio de Mateo. Corrige la Ley y su interpretación (II). 5 ).
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