sábado, 20 de octubre de 2018

CAP I. D) LAS IDEOLOGÍAS. 2. Los Fariseos.

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Los fariseos (<<los separados>>) constituían una facción formada en su gran mayoría por seglares devotos que, bajo la dirección de los letrados, se proponían llevar las prácticas religiosas hasta los últimos detalles de la vida. En tiempos de Jesús eran unos 6 000.

Buscaban constantemente y con todas sus fuerzas la manera de realizar el ideal propuesto por los letrados: llevar una vida en todo conforme a la Ley, con toda la complejidad que la interpretación de los letrados habían conferido a ésta en siglos de trabajo. Cumplirla minuciosamente era el principio y el fin de todos sus esfuerzos.

Consideraban la Ley o Torá como una instrucción divina que enseña al hombre cómo tiene que vivir; en este supuesto, no quedaba al fiel más que estudiar la Ley y ponerla en práctica en todo sector de su existencia. El ideal que los fariseos se proponían realizar era lograr que cada detalle de la vida, pública o privada, estuviese regulado por una disposición o estatuto divino, encontrado en la Ley.

Para el fariseo, entregado a la observancia de una Ley en la que ve plasmada la voluntad de Dios, todo mandamiento es igualmente importante, pues cada uno expresa la misma suprema voluntad. Lo decisivo era obedecer a Dios, sea en lo que sea; y toda la vida, aun en lo mínimo, ha de ser ejercicio de esa obediencia. La obsesión con ser fiel al detalle eclipsa la relación personal con Dios: en el caso límite, el observante se relaciona con el texto escrito. La relación hombre-Dios se convierte en la de hombre-Ley.

La percepción profética de lo que Dios merece y exige establecía el grado de importancia de los preceptos y era capaz de cribar los estratos de leyes para conservar lo válido. La enseñanza farisea, en cambio, lo almacenaba todo y a todo abribuía vigencia perenne.

La obsesión farisea por alcanzar la perfección presuponía la responsabilidad individual, no sólo la colectiva. Fueron Jeremías y Ezequiel, profetas del tiempo del destierro, quienes despertaron esta idea en Israel. Representó un progreso manifiesto de la conciencia; pero los fariseos le acoplaron el concepto de libertad ilimitada, que exacerbó el sentimiento de responsabilidad personal. Según ellos, el hombre es bueno o malo simplemente porque quiere; la perfección le es posible, pues la observancia total de la Ley está a su alcance.

Consecuencia de esta doctrina fue marcar la separación entre <<justos>> y <<pecadores>>: <<justo>> es el observante de la Ley, porque se propuesto serlo y lo cumple; <<pecador>> es el que no la observa, según ellos por propia decisión. Cada uno es plenamente responsable de su estado, para bien o para mal. El mero estudio o ignorancia de la Ley establecía una línea divisoria, pues no podía aspirarse a la perfección sin un conocimiento detallado de las normas. Esto explica el desprecio que los fariseos sentían por el vulgo, que no tenía posibilidad de dedicarse al estudio de la Ley ni tiempo para estar pendiente de observar tantos preceptos (Jn 7,49   ).

No podían negar los fariseos la existencia de malas inclinaciones en el hombre, pero en vez de considerarlas una limitación de la libertad, las explicaban atribuyendo su origen a Dios, quien, según ellos, desea que el hombre las venza y así adquiera méritos.

La obsesión farisea por observar las leyes religiosas llevaba a muchos a imaginar a Dios como a un banquero que apuntaba en su libro de cuentas las acciones buenas y malas de los hombres. Si uno salía debiendo algo (como sucedía siempre), podía compensarlo con sacrificios en el templo o con obras de misericordia.

Puntos principales de la doctrina farisea eran:

1) La inmortalidad del alma. Después de la muerte, las almas de los <<justos>> esperan el tránsito a una nueva vida en un mundo subterráneo, mientras las de los <<pecadores>> sufren allí castigo.

2) La resurrección corporal al fin de los tiempos. Los <<justos>> resucitarán para una vida eterna en la gloria del reino mesiánico, mientras los <<pecadores>> lo harán para sufrir eternamente.

3) La existencia de ángeles y espíritus.

4) La intervención de Dios en el destino del hombre, pero sin privar a la libertad humana de su propia actividad.

Sus dos preocupaciones principales consistían: primero en pagar el diez por ciento (el diezmo) de los frutos de la tierra y no consumir nada sin estar seguro de que el diezmo se había pagado; segundo, en mantenerse <<puros>>, evitando el contacto de cosas muertas o de personas con ciertas enfermedades (por ejemplo, la lepra), y no tratando con gente de mala conducta; en la práctica, con nadie que no observara la Ley religiosa de la manera como ellos la entendían. Pensaban que tocar tales cosas o tratar con tal gente ponía a mal con Dios. Pecado era para ellos no cumplir ciertas reglas o normas que consideraban obligatorias.

No se fiaban de los comerciantes ordinarios, que posiblemente no habían pagado el diezmo de los productos, y organizaban cooperativas para ellos solos. Los comerciantes sencillos se sentían despreciados y, además, no hacían negocio: esto creaba la hostilidad consiguiente. Por otra parte, todo lo que compraban en el mercado, y lo mismo las ollas y los platos, lo lavaban escrupulosamente, por si acaso estaba <<manchado>> o <<impuro>> (Mc 7,1-4. ;  Lc 11,38 ).

Los fariseos gozaban de un enorme ascendiente sobre el pueblo. Aunque, por su soberbia (Lc 16,15), se les miraba con gran antipatía, el pueblo se dejaba impresionar por la apariencia de virtud (<<santones>>), que ellos procuraban hacer notar para mantener vivo su prestigio y su influjo (Mt 6,1-2.5.16 ). Para subrayar su piedad, los colgantes con frases del AT (Ex 13,1-16ÉXODO. CAPÍTULO 13.; Dt 6,4-9DEUTERONOMIO: CAPÍTULO 6.; 11,13-21DEUTERONOMIO: CAPÍTULO 11.) que todo israelita debía llevar en la frente y en el brazo durante la oración de la mañana (excepto en sábado o en día festivo), ellos los llevaban permanentemente, incluso en la calle.

Habían hecho creer a la gente que para estar a bien con Dios había que hacer como ellos. Dada la imposibilidad práctica para la mayoría de un cumplimiento tan minucioso, creaban así en los demás un sentimiento de culpa y de inferioridad que les permitía dominarlos. Con toda su observancia de las reglas religiosas, eran amigos del dinero y explotaban a la gente sencilla con pretexto de piedad (Mt 23,25-28 ; Mc 12,40   ; Lc 11,39 ; 16,14).

Su fidelidad a las reglas los llevaba al desprecio de los demás (Lc 18,9), a los que llamaban <<pecadores>>, o sea, <<descreídos>> o <<gente sin religión>> (Mt 9,10-11.  par.; Lc 15, 1-2 ) o <<gente maldita>> (Jn 7,49  ). Para ellos, la Ley religiosa tenía que cumplirse a la letra, pero esta fidelidad dejaba muchas escapatorias (<<quien hizo la ley hizo la trampa>>) y no evitaba la injusticia con los demás; la minucia en las cosas pequeñas llevaba al olvido de lo realmente importante: la justicia y el derecho (Mt 23,23 ; Lc 11,42).

La obsesión por la observancia de la Ley los centraba en sí mismos y en su esfuerzo por observarla. La conciencia de este esfuerzo creaba el orgullo y la propia satisfacción, que se traducía en la idea de mérito. El empeño fariseo de perfección, minucioso y atomizado, pretendía alcanzarla centímetro a centímetro, planificaba la vida según las observancias particulares y cuadriculaba la existencia, ahogando la libertad.

Su individualismo religioso, centrado en la observancia y perfección personales, tenía consecuencias sociales, pues los llevaba a desinteresarse por los graves problemas existentes en la sociedad de su tiempo. Esperaban la solución a estos problemas y la liberación del pueblo, de la intervención de Dios, que sería acelerada por la práctica escrupulosa de la Ley.

No abordaban los asuntos políticos desde un punto de vista secular, sino religioso. Estrictamente hablando, no constituían un partido político, puesto que su objetivo era fundamentalmente religioso: la observancia rigurosa de la Ley. Mientras ésta no se les impidiera, aceptaban cualquier tipo de gobierno. Únicamente cuando el poder político interfería en su modo de observar la Ley, se unían para formar un frente común contra él.

Por contraposición a los materialistas saduceos, los fariseos eran espiritualistas no comprometidos con el hombre ni con su situación histórica.

La empresa farisea de perfección desemboca en un fracaso, cuya raíz es la imposibilidad física de la observancia total. En primer lugar, el hombre no es capaz de mantener semejante tensión y, en segundo, no es tan libre como se lo imaginaban los fariseos. La Ley demuestra ser un ideal no realizable, y la perfección integral por medio de su observancia, un imposible (Hch 15,10  ; Gál 3,10   ; Rom 3,20  ). No es extraño que la hipocresía acechara al fariseo; bastaba relajar la tensión, aflojar la vigilancia, para traicionar el ideal. Y entonces no quedaba más refugio que la apariencia, manteniendo una tesitura exterior que no se correspondía con la realidad interna. No faltaron entre los fariseos espíritus sinceros que precaviesen contra el peligro de la hipocresía, pero no tuvieron gran resonancia.

El influjo de los fariseos era tan grande, que el partido saduceo (sumos sacerdotes y senadores), aunque nominalmente poseyera el poder político y religioso, no tomaba medida alguna sin asegurarse el apoyo de los letrados fariseos.

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