El juicio de Jesús se describe de diferentes maneras en los sinópticos y en Juan. En los primeros, Jesús comparece ante el Gran Consejo (Mc 14,53-65 par.), que estaba decidido de antemano a condenarlo a muerte como fuera. Sometido a interrogatorio, las acusaciones proferidas contra él, a las que Jesús no daba respuesta, no justificaban una condena a muerte. Ni siquiera el recurso a testigos falsos proporcionó motivos suficientes para ella. Finalmente, el sumo sacerdote en persona se hizo cargo del interrogatorio y preguntó a Jesús si él era el Mesías, el Hijo de Dios.
Jesús lo confirma, pero añade unas palabras que darán pie a su condena. Les dijo: <<Y veréis al Hombre sentado a la derecha de la Potencia y llegar entre las nubes del cielo>> (Mc 14,62). Con esto declara Jesús en primer lugar su condición divina, la del Hombre-Dios, y, por tanto, que su persona y su obra están incondicionalmente respaldadas por Dios; su declaración implica que Dios desautoriza a los que lo condenan, a los dirigentes de la institución judía, que se consideran los legítimos representantes del Dios de Israel. En segundo lugar, predice Jesús la futura ruina de Jerusalén y de la nación (<<la llegada del Hombre>>), mostrándoles las consecuencias de su opción contra él. Al condenar a Jesús, rechazando la vida que él ofrece, se condenan ellos mismos a la destrucción.
Los dirigentes religiosos no pueden soportar una declaración que les niega a ellos y a su institución autoridad divina; es más, que los acusa de injusticia y los presenta como enemigos de Dios. La reacción es unánime: el sumo sacerdote acusa a Jesús de blasfemia, y todos lo declaran reo de muerte. Para los dirigentes, la persona, la obra y las pretensiones de Jesús constituyen el máximo insulto a Dios. Dios está con ellos y habla por medio de ellos; quien pone en duda su legitimidad o su doctrina, atenta contra Dios mismo.
En el evangelio de Juan, los dirigentes, antes de detener a Jesús, acuerdan darle muerte, pretextando el bien de la nación, que podría verse amenazada por el poder romano (Jn 11,47-53). Cuando prenden a Jesús, no se describe un juicio propiamente dicho, pues la comparecencia ante Anás, el poder en la sombra (Jn 18,12s.19-24), es puramente informativa.
No pudiendo infligir la pena de muerte, el Gran Consejo decide acusar a Jesús ante el gobernador romano, Poncio Pilato. El tono de las acusaciones cambia por completo; no mencionan la blasfemia, cargo irrelevante para el gobernador, sino delitos políticos, que, dadas las frecuentes revueltas contra Roma, podían alarmarlo (Lc 23,1-2 par.).
A pesar de la resistencia de Pilato, que no encuentra motivo para condenar a Jesús, y así lo manifiesta repetidamente, la saña de los sumos sacerdotes no desiste. Fuerzan al gobernador, representante de la justicia de Roma, hasta que éste, temeroso de poner en peligro su propia posición, prefiere entregar al inocente al arbitrio de sus mortales enemigos (Mc 15,3-15 par.).
El pueblo, por su parte, desde el principio de la actividad de Jesús había mostrado su simpatía por él y había gozado con su crítica de los dirigentes (Mc 12,37), llegada la hora de la verdad se deja persuadir por los sumos sacerdotes y pide a gritos la muerte de Jesús (Mc 15,13s). Entre la seguridad que ofrece la solidez del sistema injusto y el riesgo que implica la oposición a él, eligen la primera. En el fondo, se trata de optar entre una institución poderosa y la debilidad de quien se enfrenta a ella sin otras armas que la verdad y el amor. El pueblo oprimido, que hasta el último momento había estado en favor de Jesús, al ver que se ha dejado prender sin resistencia y que a la fuerza de la institución no opone otra mayor, abandona su causa y, para congraciarse con los dirigentes, sus opresores, pide la muerte de Jesús.
Algo parecido ocurre con los discípulos. Hasta el final han esperado una reacción violenta de Jesús contra los dirigentes. Como ésta no tiene lugar, Judas, al ver el peligro que corre la vida de Jesús y, en consecuencia, la suya propia, lo traiciona (Mc 14,10s par.). Los demás discípulos, defraudados porque Jesús no opone resistencia cuando van a detenerlo, temiendo por sus vidas, lo abandonan y huyen (Mc 14,50 par.).
El resultado final es el rechazo absoluto del proyecto de Jesús y el fracaso de su actividad con el pueblo judío. Ni el pueblo ni los discípulos han aceptado el ideal de plenitud humana a que Jesús los invitaba; no comprenden la libertad, la responsabilidad, el amor y la vida que él les ofrecía y que habrían sido la base para una sociedad nueva; siempre han soñado con un Mesías de poder, con un déspota ilustrado que les señalase el camino y les resolviese los problemas. Creen en la eficacia del poder y no en la fuerza del amor.
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