viernes, 9 de agosto de 2019

CAP VI. LA COMUNIDAD DE JESÚS. 1 Una comunidad identificada con Jesús.


El fundamento de la nueva comunidad humana es la adhesión a Jesús como Mesías, Hijo de Dios vivo (Mt 16,16). Todo el que da esta adhesión a Jesús constituye una piedra o sillar que entra en la edificación de la sociedad nueva o reino de Dios (Mt 16,18).

<<Mesías>> es el término hebreo que designa al salvador enviado por Dios para transformar la sociedad humana. En la concepción judía, el Mesías era llamado <<el Hijo de David>>, porque se le concebía como un rey en la línea de David, es decir, guerrero y victorioso (Mc 10,47 par.). El reino de Dios esperado por los judíos se limitaba a Israel. A esta concepción se opone la del <<Mesías Hijo de Dios>>, es decir, el que no tiene por modelo a David, sino a Dios mismo, y a éste como dador de vida (<<Dios vivo>>). La transformación de la sociedad, por tanto, no utilizará la violencia ni se realizará desde el poder, sino que se efectuará mediante la comunicación de una vida (el Espíritu) que superará incluso la muerte. Y no estará limitada a un pueblo, sino destinada a la humanidad entera.

Marcos define la adhesión a Jesús como <<estar con él>> (Mc 3,14), es decir, como prestar una adhesión incondicional a su persona y programa. Esto implica asumir sus valores y su estilo de vida. Es lo mismo que Juan expresa también como amor a Jesús /Jn 14,15), significando un amor de identificación. Esta adhesión o amor se expresa en la praxis y queda autentificada por ella. Así lo expresan Mateo y Lucas al poner en boca de Jesús que no basta llamarlo <<Señor, Señor>>, sino que hay que poner en práctica su mensaje (Mt 7,21; Lc 6,46). Juan lo expresa como <<cumplir los mandamientos de Jesús>> (Jn 14,15.21), es decir, responder con actos concretos de amor a las exigencias que la realidad va presentando.

Una metáfora usada por los cuatro evangelistas para expresar la adhesión y su consecuencia la actividad es la del <<seguimiento>> (Mc 1,18; 2,14 par.). Seguir a Jesús significa mantener la cercanía a él mediante un movimiento subordinado al suyo. Es decir, se concibe a Jesús como a un pionero y a los discípulos como a seguidores del mismo itinerario.

La adhesión a Jesús no puede imponerse. Nace de modo espontáneo en el encuentro entre la inquietud y las aspiraciones del hombre y la persona y proyecto de Jesús. Uno da la adhesión a Jesús y a su proyecto porque en él ve colmadas sus propias aspiraciones. Encontrarse con Jesús significa descubrir la felicidad que procura la práctica de su mensaje (Mt 13,44.46: <<tesoro y perla>>).

Darán la adhesión a Jesús las personas inquietas, las que no se conforman con la situación en que se encuentran individualmente ni con la de la sociedad humana, los que sienten ansia de una mayor plenitud de vida. Los instalados, los seguros, que no desean el cambio, le negarán su adhesión.

Los evangelios presentan a Jesús como <<el Hijo del hombre>> (el Hombre por antonomasia) (Mc 8,31 par.) y el Hijo de Dios (Jn 3,17). De este modo indican que en Jesús se manifiesta al mismo tiempo lo que es el hombre y lo que es Dios mismo. Con la expresión <<el Hijo del hombre>> se indica el origen humano de Jesús; con la expresión <<el Hijo de Dios>>, su origen divino. Pero, según la fuerza del término <<hijo>> en el estilo semítico, las expresiones indican, además de origen, el modo de comportamiento y, al mismo tiempo, la expresión del comportamiento de Dios mismo. La unión de las dos denominaciones en la misma persona indica que la meta del desarrollo humano es la condición divina; es decir, que el hombre llega a ser plenamente hombre cuando se comporta como Dios.

En consecuencia, dar la adhesión a Jesús, en quien se realiza la plenitud del hombre, es dar la adhesión a lo mejor de uno mismo, al proyecto de hombre pleno que cada uno lleva dentro, y, al mismo tiempo, es garantía de su realización. Es decir, la fidelidad a Jesús se identifica con la fidelidad a sí mismo. La adhesión a Jesús como Hijo de Dios abre al hombre el horizonte pleno de su propia realización.

El seguimiento no consiste sólo en asumir una doctrina, un proyecto, unos valores, sino en hacer propia la realidad interna de Jesús, en tener su mismo Espíritu, sus mismas actitudes. La comunidad de Espíritu con Jesús crea con él una comunión vital que Juan formula como la conexión de los sarmientos con la vid (Jn 15,1-4). Sería absurdo pretender realizar el proyecto de Jesús sin esa comunión de Espíritu, pues significaría profesar unos valores sin identificarse al mismo tiempo con el que los encarna en su persona.

La participación en el principio vital de Jesús hace posible la realización del proyecto y es garantía de su éxito (Jn 15,5: <<sin mí no podéis hacer nada>>). La dependencia del hombre respecto a Jesús y al Padre se funda en ser el Padre el origen y la fuente de la vida y Jesús su transmisor (Jn 1,16: <<de su plenitud todos nosotros hemos recibido>>); el hombre necesita estar unido a ellos para gozar de vida plena. La dependencia, sin embargo, no crea subordinación, porque la comunicación de vida tiene por efecto potenciar al hombre mismo, desarrollando su autonomía y su libertad. Como el aire, elemento indispensable para la vida, no limita la libertad del hombre, sino que la hace posible, así el aliento de vida divina es el que permite al hombre tener vida y ser libre.

Por otra parte, la vida se identifica con el amor, y éste no existe más que en la relación. En consecuencia, el seguimiento no significa sumisión y obediencia, sino colaboración espontánea (Jn 15,15: <<no os llamo siervos, sino amigos>>), que nace de la posesión del mismo Espíritu, de la asunción de los mismos valores y de la relación de amistad con Jesús.

Esto quiere decir que el seguimiento no supone ninguna disminución de la dignidad o de la libertad del hombre; al contrario, la adhesión a Jesús y la participación de su Espíritu hacen al hombre cada vez más semejante a Jesús, <<el Señor>>, el libre por excelencia. Ya no se trata de obedecer a Dios ni a Jesús, sino de ser como ellos.

El crecimiento que produce la adhesión a Jesús desarrolla las capacidades del hombre, fomenta su creatividad y le permite ir realizando sus aspiraciones profundas (Jn 4,14).

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