En los evangelios sinópticos, Marcos, Mateo y Lucas, Jesús señala detalladamente las actitudes necesarias para que la misión refleje el mensaje que se anuncia. Los discípulos han de presentarse como gente sencilla y humilde, con exclusión de toda superioridad. Su carencia de bienes materiales muestra su confianza en la solidaridad de los hombres (Mc 6,8s: <<Les prohibió coger nada para el camino, sólo un bastón: ni pan, ni alforja, ni dinero en la faja>>). Tienen fe en la humanidad. En su actividad, no buscan el propio beneficio (Mt 10,8: <<De balde lo recibisteis, dadlo de balde>>).
Si les ofrecen alojamiento, no han de ser delicados ni buscar lo mejor (Mc 6,10: <<Cuando en algún sitio os alojéis en una casa, quedaos en ella hasta que os vayáis del lugar>>). Ningún tabú religioso ni cultural relativo a la comida ha de distanciarlos de los que los acogen (Lc 10,8:<<Si entráis en una casa y os reciben bien, comed de lo que os pongan>>).
Como se ve, en las instrucciones para la misión Jesús propone una actitud, un espíritu con el que ha de llevarse a cabo. No instruye a los suyos sobre los medios que han de usar, variables según las épocas. Conforme a los lugares y los tiempos, la comunidad cristiana tendrá que buscar y utilizar medios eficaces, sin traicionar ese espíritu.
En el Evangelio de Juan, Jesús señala la disposición que han de tener los discípulos en su labor en medio de la humanidad: <<Si el grano de trigo caído en la tierra no muere, permanece él solo; en cambio, si muere, produce mucho fruto>> (Jn 12,24). Para producir vida hay que estar dispuestos, como Jesús, a darse por entero. La vida es fruto del amor y brotará con mayor o menor intensidad según la calidad de ese amor. Cuando el amor es pleno y el don de sí total, el fruto de vida en uno mismo y en los demás llegará a su plenitud. La fecundidad de la misión no depende, por tanto, de la transmisión exacta de un mensaje doctrinal, sino de la entrega por amor. El amor es el mensaje.
La situación-límite comprendida en la imagen del grano es la de la muerte provocada por la persecución. Esto no significa que cada discípulo tenga que sufrir una muerte violenta para manifestar su amor, pero sí que ha de entregarse sin regateos y ha de perder el miedo a la muerte. El apego a la vida física lleva a todas las abdicaciones; llegará el momento en que el hombre ceda ante la amenaza (Jn 12,25). No solamente le será imposible amar hasta el límite, sino que acabará cometiendo la injusticia o callando ante ella. El amor leal consiste en olvidarse del propio interés y seguridad, en seguir trabajando por la vida, dignidad y libertad del hombre en medio y a pesar del sistema de muerte.
<<Darse uno mismo>> no significa perderse, sino alcanzar la plenitud del propio ser. Quien se entrega, se recobra con su plena identidad, la de <<hijo de Dios>>, pues, dándose a sí mismo, entra en el dinamismo de amor del Padre y, de esta manera, realiza su condición de hijo. Quien, como Jesús, se da a sí mismo por amor hasta el fin, no lo hace para merecer como premio la vida definitiva, sino sabiendo que ya la posee y que, a pesar de la muerte, nada ni nadie se la arrebatará. Donde hay amor hasta el límite, hay vida sin límite, pues el amor es la vida (Jn 10,17s).
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