Por la adhesión a Jesús, todos y cada uno de los miembros de la comunidad cristiana participan de su Espíritu (Jn 1,16). Así, el rasgo propio de la comunidad es poseer una vida que es la vida / amor de Dios comunicada; ésta se ofrece a los hombres en Jesús, cuya vida y muerte traducen en lenguaje humano el amor infinito de Dios.
El Espíritu / vida realiza la presencia del Padre y de Jesús en el individuo y en la comunidad. Es el modo de presencia permanente que sustituye a la presencia corporal de Jesús entre los suyos (Jn 14,16-19). El mismo Jesús pone su presencia a través del Espíritu por encima de su presencia histórica; en efecto, dice a sus discípulos: <<Os conviene que yo me vaya, pues si no me voy, el valedor (el Espíritu) no vendrá con vosotros. En cambio, si me voy, os lo enviaré>> (Jn 16,7). De hecho, la presencia física de Jesús, con su abrumadora superioridad, podía obstaculizar el desarrollo personal de los suyos, ocasionando una dependencia infantil; será la identificación interior con él, producida por la comunidad de Espíritu, la que haga desarrollarse al cristiano (Jn 14,20: <<Aquel día experimentaréis que yo estoy identificado con mi Padre, vosotros conmigo y yo con vosotros>>). Jesús, más que un modelo exterior, quiere ser un impulso vital interno en la línea del amor sin límite.
De este modo, el Espíritu es el factor de unidad en la comunidad cristiana. Es la unidad de vida y amor, que crea la igualdad y desemboca en la unidad de compromiso. Dentro de la ilimitada diversidad individual y de la variedad de caracteres y capacidades, hay un único compromiso de fondo: trabajar para comunicar vida a la humanidad.
Es también el Espíritu el que funda e inspira la oración de la comunidad. La oración tiene dos aspectos, la unión con Dios y la petición a Dios. La unión con el Padre y con Jesús está dada con el Espíritu mismo, que es la presencia de ambos en el cristiano (Jn 14,23), y la oración cristiana fundamental consiste en tomar conciencia de esta realidad; si se expresa con palabras, se traducirá en alabanza y acción de gracias. Pero también la petición por las necesidades es efecto del Espíritu, pues no es más que una manifestación del amor universal que él infunde en el hombre.
En el <<Padre nuestro>> (Mt 6,9-13), oración que enseñó Jesús, la unión está supuesta: es ella la que permite a los cristianos llamar <<Padre>> a Dios. Lo que Jesús enseña en esta oración es cómo la comunidad cristiana debe pedir, estableciendo un orden: las tres primeras peticiones se refieren a la humanidad entera; las tres últimas, a la comunidad misma.
En la primera parte, los cristianos, que tienen experiencia del reinado de Dios sobre ellos, es decir, de la comunicación de Espíritu / vida que crea la relación <<Padre-hijos>> entre Dios y los hombres, desean lo mismo para la humanidad entera. Cada petición supone una experiencia, expresa un deseo e implica el compromiso con una actividad que contribuya a realizarlo (Mt 5,9). <<Proclámese ese nombre tuyo>> pide que la humanidad comprenda que Dios es Padre dador de vida (Mt 5,16), y que sólo él puede satisfacer su aspiración profunda. <<Llegue tu reinado>> pide para los hombres el don del Espíritu / vida, que presupone la opción por el amor universal, la opción por Dios y contra el dinero (Mt 5,3). <<Realícese en la tierra tu designio del cielo>> expresa el deseo de una sociedad humana nueva, justa y fraterna (Mt 5,6), que es el designio divino, el reino de Dios.
En la segunda parte, la comunidad cristiana pide por sí misma (<<nuestro>, <<nosotros>>), para estar a la altura de su misión en el mundo. <<Nuestro pan del mañana dánoslo hoy>> expresa el deseo de que la unión, amor y alegría propios del banquete (<<pan>>) prometido para el futuro (<<del mañana>>), símbolo de la etapa final del reino de Dios, sean realidad en la comunidad presente. <<Perdónanos nuestras deudas, etc.>> expresa el deseo de que el Padre derrame continuamente su amor / perdón sobre la comunidad y sus miembros, puesto que éstos se comprometen a manifestar su amor / perdón a todo el que los ofende. <<No nos dejes ceder a la tentación, sino líbranos del Malo>> pide que la comunidad sepa resistir las tentaciones que venció Jesús: la de buscar el propio provecho en lugar del designio de Dios, la de actuar irresponsablemente buscando la propia gloria y la de pretender dominar a los hombres con pretexto de propagar el reinado de Dios (Mt 4,1-11). Ceder a cualquiera de ellas, dejándose llevar del <<Malo>>, personificación de la ambición de poder, haría vana su misión, la sal perdería su sabor (Mt 5,13).
Otro aspecto en que el Espíritu se manifiesta en la comunidad es el de los carismas. Un carisma no es simplemente un don caído del cielo, independiente de las cualidades de la persona. Siendo fruto del Espíritu / amor, que desarrolla y potencia las cualidades del hombre, el carisma supone el desarrollo de cualidades existentes en el individuo, para que éste las ponga al servicio de la humanidad o de la comunidad cristiana.
Así, el carisma de apóstol desarrolla la capacidad de convocatoria de un cristiano, haciéndolo idóneo para fundar nuevas comunidades y educarlas en la fe.
El carisma de profeta supone el aumento de la sensibilidad al Espíritu y a la historia y el afinamiento de la intuición, que hacen capaz de percibir el estado de una comunidad en un momento determinado, su sintonía con el Espíritu o la falta de ella, su necesidad de liberación, de ánimo, de apertura, de compromiso, las líneas de desarrollo que, conforme al Espíritu y a la disposición y dotes de los miembros de la comunidad, se deben proponer. Mediante la profecía, el Espíritu, a la luz de la novedad de la historia, relee incesantemente el mensaje de Jesús y va descubriendo sus virtualidades, en respuesta a las necesidades que van surgiendo (Jn 16,13). Combina así el <<entonces>> del mensaje con el <<ahora>> de la historia como lenguaje de Dios, recomponiendo la totalidad de la interpelación divina.
El evangelista es el animador potenciado por el Espíritu, cuya predicación en las comunidades levanta el espíritu de éstas y las estimula a mantener y acrecentar su adhesión al Señor.
El maestro o instructor mantiene vivo en la comunidad el mensaje de Jesús. La importancia de la instrucción es decisiva, pues la fuerza del Espíritu es inseparable del cimiento del mensaje. El profeta, inspirado por el Espíritu, actualiza la enseñanza de Jesús; el instructor, ayudado por el Espíritu, recuerda y profundiza el mensaje como tal. Son carismas complementarios.
Cualquier cualidad humana puede transformarse en carismas; así, 1 Cor 12,28s, después de los de <<apóstol, profeta y maestro>>, añade: <<luego hay obras extraordinarias; luego, dones de curar, asistencias, funciones directivas, diferentes lenguas>>.
Es de notar la importancia que atribuye el apóstol Pablo a la profecía: <<Esmeraos en el amor mutuo; ambicionad también las manifestaciones del Espíritu, sobre todo el hablar inspirados / ejercer la profecía>> (1 Cor 14,1), suponiendo, además, que en la comunidad cristiana todos son capaces de ella: <<Si todos hablan inspirados y entra un no creyente...>> (14,24; cf. Mt 5,12: <<los profetas que os han precedido>>). De hecho, la profecía o mensaje inspirado constituye la enseñanza permanente de Jesús a la comunidad, aplicando el mensaje al estado y a las circunstancias en que ésta vive. De ahí que, para fundar y discernir la verdadera profecía haga falta el recuerdo incesante del mensaje de Jesús.
Si el Espíritu / amor une y asimila a Jesús, es claro que no solamente forma y da vida a la comunidad, sino que, del mismo modo, impulsa a la misión, que es la continuación de la obra empezada por Jesús. Es más, el amor universal que es el Espíritu lleva necesariamente a trabajar por el bien de la humanidad y a hacer penetrar en ella el modelo de hombre y de sociedad propuestos por Jesús. Por eso, en Jn 20,21s, el envío para la misión sigue inmediatamente el don del Espíritu. Este, siendo amor, impulsa al compromiso con la humanidad; siendo vida, puede comunicarla a los hombres; siendo fuerza, sostiene en las dificultades y en la persecución (Mc 13,11: <<Cuando os conduzcan para entregaros, no os preocupéis por lo que vais a decir, sino aquello que se os comunique en aquella hora, decidlo, pues no sois vosotros lo que habláis, sino el Espíritu Santo>>).
De hecho, en medio de la persecución, el Espíritu impide que la comunidad se acobarde o se sienta culpable por no aceptar los valores de la sociedad injusta que la juzga y la condena. El Espíritu le hace ver que, a pesar de la descalificación que sobre ella pesa, en Jesús está la vida y en el sistema la muerte (Jn 16,8-11).
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