viernes, 9 de agosto de 2019

CAP V. EL CONFLICTO. 4 Sentido de la muerte de Jesús.

La insistencia de los evangelios en presentar y subrayar el conflicto permanente entre Jesús y los dirigentes judíos pone de manifiesto cuál fue el motivo histórico de su muerte. Los evangelistas pretenden mostrar a sus lectores las causas intrahistóricas que llevaron a la muerte de Jesús. Su condena fue la consecuencia del mensaje predicado por él y de su actividad liberadora, expresión de sus propias opciones.

El enfrentamiento fue radical. Jesús nunca usó la violencia física, pero con su mensaje y actividad destruía los cimientos de la sociedad judía: la elección del pueblo, los ideales nacionalistas, la institución familiar, la doctrina oficial, la idea tradicional de Dios, el concepto de pecado, la marginación social, las instituciones religiosas (Ley, templo, sacrificios, autoridad de los libros sagrados), la sacralidad del poder y, en general, el modo de entender la relación del  hombre con Dios y con los demás hombres.

Queda, pues, claro que no fue Dios el responsable de la muerte de Jesús, sino los que se llamaban representantes suyos, quienes combatieron tenazmente la propuesta que Dios mismo hacía a los hombres a través de Jesús. La muerte fue la consecuencia previsible del compromiso de Jesús por el bien de la humanidad, que encontró la oposición de todos los poderosos.

Dios, el Padre, no fue el responsable, pero aceptó esa muerte como necesaria para la salvación de la humanidad. De hecho, para mostrar el amor de Dios y su proyecto de plenitud para el hombre era inevitable que Jesús chocara con los poderes establecidos. Para ser coherente consigo mismo, Jesús no podía esquivar este choque ni sustraerse a sus consecuencias. Por su parte, tampoco el Padre podía ofrecerle una escapatoria sin renunciar a su proyecto de amor. Jesús acepta la muerte como el precio que tiene que pagar para hacer creíble el amor de Dios por la humanidad y ser fiel a su compromiso; el Padre, a su vez, la acepta como el supremo gesto de amor de Jesús, que traduce su propio amor.

Es esta idea la que quieren resaltar aquellos textos del NT que interpretan teológicamente la muerte de Jesús como cumplimiento de la Escritura (Mt 26,54.56; Mc 14,49; Hch 8,32-35; 1 Cor 15,3s, etc.) o como acción del Padre, que entrega a su Hijo (Hch 2,23; Rom 8,32).

Otras veces, la muerte de Jesús se interpreta en el NT como <<rescate>> (Mc 10,45 par.; Rom 3,24; 1 Tim 2,6) o como <<sacrificio>> / <<ofrenda>> (Ef 5,2; Heb 9,26, etc.). En ninguno de los dos casos se trata de presentar esa muerte como el precio exigido por Dios para reconciliarse con la humanidad; si así fuera, la muerte de Jesús no sólo no sería la expresión suprema del amor de Dios a los hombres, sino que manifestaría la tremenda crueldad de un Dios que exige la muerte infamante de su Hijo para reparar su honor ofendido. La muerte como <<rescate>> incluye la idea de liberación de la esclavitud y significa lo costoso que fue para Jesús abrir el camino para la liberación de la humanidad. La muerte como <<sacrificio>> indica que Jesús no escatima su entrega, sino que llega a derramar voluntariamente su propia sangre para dar vida a los hombres.

Sin embargo, la muerte de Jesús no es equiparable a las de otros mártires de la humanidad ni, como ellas, sirve únicamente de ejemplo para el resto de los hombres; tiene un valor singular, que teológicamente se formula en categorías de <<salvación>>. Jesús es <<maestro>>, en cuanto produce en ellos un cambio que les abre una nueva posibilidad de vida; ambos aspectos se verifican al máximo de su muerte. En ella demuestra Jesús su amor sin límites tanto en la intensidad (hasta dar la vida) como en la extensión (por todos los hombres, incluidos sus enemigos); así da remate en sí mismo a la plenitud de la condición humana, la calidad de Hijo de Dios (el Hombre-Dios), realizando el proyecto de Dios sobre el hombre (Jn 19,30). Todo hombre que, por amor a la humanidad, dé su adhesión a este Jesús que ha dado su vida por ella, entra en comunión con él y recibe su mismo Espíritu, es decir, la capacidad de llegar a una entrega y una realización como la suya (Jn 1,12; 13,34; 15,12). En esta comunión de vida y amor con Jesús encuentra el hombre la salvación.

En la muerte de Jesús los evangelistas ven abierto para todos los hombres el camino de la plenitud humana (la salvación); de ahí que hagan coincidir con su muerte el don del Espíritu (Jn 19,30 par.).

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