La misión de la comunidad de Jesús se formula en los evangelios de diversas maneras. La más inmediata es la de <<proclamar la buena noticia a todas las naciones>> (Mc 13,10; 14,9). Esto significa anunciar a la humanidad la existencia de una alternativa (<<el reino de Dios>>) a la sociedad injusta y, por tanto, la posibilidad de cambio individual y social.
El anuncio de la alternativa no puede hacerse, sin embargo, meramente con palabras: la comunidad que proclama la buena noticia tiene que hacer visibles con su estilo de vida las relaciones propias de una sociedad nueva. No se trata, por tanto, de un mensaje teórico, sino de la presentación de una realidad que se ofrece a los hombres como el ámbito donde sus aspiraciones de desarrollo y plenitud pueden encontrar satisfacción.
La coherencia entre praxis y proclamación es lo que lo que da a la misión su carácter de testimonio. Jesús pide a los suyos que sean sus testigos ante el mundo (Hch 1,8). Esto no significa solamente declarar que la actividad responde a un encargo de Jesús, sino que la vida y la labor de los suyos, inspiradas por un amor universal y sin regateos, reflejen las de Jesús mismo (Mc 9,37; Lc 10,16; Jn 13,14).
La proclamación y el testimonio excluyen todo fanatismo. Este, que lleva una carga de violencia, pretende imponer la propia opinión o tomar venganza de los que no la aceptan. Aparece en Lc 9,54, cuando Santiago y Juan, ante el rechazo de una aldea samaritana, propone a Jesús hacer caer un rayo que los aniquile. El dicho recuerda el fuego del cielo que, a petición de Elías, cayó sobre los sacerdotes de Baal (2 Re 1, 10.12). El respeto de Jesús a la decisión personal aparece, por el contrario en el episodio del rico (Mc 10,17-22 par.). Ante la negativa de éste a seguirlo, Jesús no insiste, aunque comenta el hecho con sus discípulos (Mc 10,23ss).
El anuncio de la alternativa es, por tanto, una propuesta, no un apremiante proselitismo (Mc 6,11; Mt 10,23). El testimonio, por su parte, expone sencillamente una experiencia vivida.
Tras la proclamación de la buena noticia, la misión continua, según la formulación de Mateo, con el <<hacer discípulos de todas las naciones>> (Mt 28,19), es decir, con la tarea de formar a otros hombres en el estilo de vida propio de una sociedad nueva. A éstos hay que <<enseñarles a guardar todo lo que Jesús mandó>> (Mt 28,20), o sea, la fidelidad a las opciones y al modo de vida descritos en las bienaventuranzas (Mt 5,3-10). La incorporación a la nueva comunidad hace realidad la ruptura con el pasado de injusticia que pesa sobre los hombres, y Dios confirma esa ruptura comunicando su Espíritu / vida (Jn 20,23; Mt 16,19; 18,18).
La misión tiene por objetivo que los hombres alcancen la plenitud de vida, descrita con la expresión <<ser hijos de Dios>>. Sin embargo, hay muchos obstáculos, tanto individuales como sociales, que se oponen a esa plenitud. Pertenece, pues, también a la labor cristiana la supresión de esos obstáculos. Este doble aspecto de la misión, liberar de trabas y comunicar vida, permite diversas formulaciones de la misión, según se tenga en cuenta uno u otro aspecto, o ambos conjuntamente.
Así, la misión de Jesús y, en consecuencia, de la comunidad, puede expresarse como un servicio a la humanidad que tiende primordialmente a la liberación de los oprimidos (Mc 10,42-45 par.; <<dar la vida en rescate por todos>>). Este dicho se refiere ante todo al aspecto social de la opresión (cf. Mc 10,42: <<los que figuran como jefes de las naciones las dominan, y sus grandes les imponen su autoridad>>).
Sin embargo, una parte importante de esta labor ha de dedicarse a liberar a los individuos de las ideologías propugnadas por los sistemas opresores, en especial de las ideologías de violencia, simbolizadas en los evangelios sinópticos (nunca en Juan) por los <<espíritus inmundos>> o <<demonios>> (Mc 1, 23-27 par.; 3,11; 5,2-20 par.; 7,25-30 par.; 9,14-28 par.).
El gran obstáculo para la liberación de los oprimidos es precisamente haber ellos asimilado los falsos valores del sistema que los oprime, en particular la ambición y la rivalidad, que destruyen la solidaridad humana. No hay verdadera liberación mientras no se rechacen esos valores, que, por la injusticia que encarnan, impiden la realización del hombre y la creación de una sociedad justa. Es misión de la comunidad de Jesús ir procurando esa liberación (Mc 3,15 par.; 6,7 par.).
En el episodio del paralítico de la piscina expone Juan (5,1-15) la dificultad que encontraba el pueblo, sin fuerza ni posibilidad de iniciativa (inválido), para abandonar la ideología del sistema opresor, causa de su invalidez. Aun después de que Jesús le ha devuelto la fuerza y la libertad de opción (5,8: <<Levántate, carga con tu camilla y echa a andar>>), vuelve al sistema que había causado su miserable condición y del que había podido salir (5,14: <<Algún tiempo después Jesús fue a buscarlo en el templo>>). Solamente ante la severa advertencia de Jesús, que identifica el pecado con la adhesión a las instituciones opresoras (ibíd.: <<Mira, has quedado sano. No peques más, no sea que te ocurra algo peor>>), comprende el hombre y se pone de parte de Jesús frente a las autoridades (5,15: <<El hombre notificó a los dirigentes judíos que era Jesús quien le había dado la salud>>).
En el mismo evangelio, la presentación que hace Juan Bautista de la persona de Jesús lo identifica como <<el que va a quitar el pecado del mundo>> (Jn 1,29). En este evangelio, el pecado de la humanidad (<<el mundo>>) consiste en reprimir o suprimir la vida, en impedir que los hombres alcancen o incluso deseen la plenitud a que están destinados. La vida puede reprimirse en otros, y tal es la acción de los opresores; pero tanto o más grave es que el hombre la reprima en sí mismo, sometiéndose a los opresores y haciendo propia la ideología de ambición y poder de que éstos se sirven para dominar y que proponen como legítima aspiración humana. La ambición y el poder / dominio son lo contrario del amor / vida; crean odio, violencia, opresión y muerte. <<Quitar el pecado del mundo>> significa hacer que los hombres rechacen las categorías de los sistemas injustos y la sumisión a ellos, y, despojándose de todo afán de dominio, recuperen su libertad.
Pero esta acción liberadora no es suficiente. Para encaminarse hacia la plenitud el hombre ha de entrar en conexión con la fuente de la vida. De ahí el otro rasgo con que describe el Bautista a Jesús: <<el que va a bautizar con Espíritu Santo>> (1,33). El Espíritu es la fuerza de la vida y amor divinos. <<Amor>> y <<vida>> denotan una misma realidad, pero el término <<amor>> explicita el aspecto dinámico de la vida. Con el Espíritu, el hombre puede comenzar el camino de su plenitud, teniendo por modelo a Jesús (Jn 14,6).
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