El cristiano da su adhesión a Jesús, Mesías-Salvador (Jn 20,31), es decir, a la persona de Jesús y, al mismo tiempo, a su mensaje y a su actividad en favor de los hombres. Tal adhesión incluye, por tanto, un compromiso con la humanidad según la línea de trabajo marcada por Jesús.
Formulando la misma realidad con otras palabras, puede decirse que Jesús Mesías es el don del amor del Padre para la salvación de la humanidad (Jn 3,16: <<así demostró Dios su amor al mundo, llegando a dar a su Hijo único, para que todo el que le presta su adhesión tenga vida definitiva y ninguno perezca>>). Aceptar ese don significa asociarse a la obra del amor para continuarla. Jesús mismo hace de los suyos continuadores de su misión (Jn 17,18: <<igual que a mí me enviaste al mundo, también yo los he enviado a ellos al mundo>>); también ellos son don del Padre a la humanidad, para ir llevando a cabo la obra salvadora. El Espíritu que Jesús comunica y que constituye a la comunidad, equipa para la misión e impulsa a ella (Jn 20,21s; Mc 13,33: <<dio a los siervos [los seguidores de Jesús en cuanto se ponen al servicio de la humanidad oprimida] su autoridad [su Espíritu]>>).
La misión es, pues, actividad esencial de la comunidad cristiana, lo mismo en el ámbito individual que en el social.
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